En las próximas semanas se presentarán en el Congreso de la Nación dos proyectos de ley. Uno relacionado con el casamiento gay y el otro con la despenalización del aborto. La importancia de ambas trasciende las posiciones personales que cada uno de nosotros puede tener respecto de la política general del Gobierno y de la oposición. La cultura de trincheras de esta falsa guerra nos impide pensar.
Daré mi posición al respecto suponiendo que otros intentarán hacer lo mismo más allá de banderías partidarias. Al no ser miembro activo de los grupos militantes a favor de los derechos de ciertas minorías –en este caso el feminismo y el movimiento por los derechos de los homosexuales– no estoy al tanto de la extensa bibliografía y la historia puntual de estas luchas durante décadas. Para identificarme y dar parte de género hablaré como un heterosexual –lo que no quiere decir “macho”, machos somos todos los varones, independientemente de con quien nos acostemos– , casado, caucásico, hincha de Vélez, nacido en Timisoara. Por lo visto mi identidad no tiene ninguna importancia y hablaré desde mi sentido común de ciudadano naturalizado argentino.
Creo que el casamiento gay es un tema relativamente menor. Llama la atención que al movimiento gay en su franja legalista no se le ocurra nada mejor que bregar por la libreta roja que ha sufrido un prolongado desgaste histórico. Entre los straights o heterosexuales la libreta es adquirida por una minoría y las parejas se juntan de otras maneras no tan formales.
Lo que sí me parece fundamental es lo conciernente al tema de la adopción en el caso del matrimonio gay. Nada peor para un niño o niña que la vida terrible de los orfelinatos. Ser buscado, deseado y recibido en una casa y educado con amor no tiene precio, es invalorable. Y si la pareja que adopta al chico está formada por dos mujeres o dos varones, es lo mismo que si lo hubiera hecho un matrimonio heterosexual. Por supuesto que el sistema de identificaciones, los juegos especulares del imaginario psíquico, y todas esas cosas que nutren consultorios y divanes varían de acuerdo a la organización familiar. Las derivaciones edípicas son infinitas, pero nada tienen que ver ni con la felicidad, ni con la salud, ni con el equilibrio emocional. De una pareja gay que se quiere y ama a su hijo, lo que crece es de buena madera, luego la vida dirá lo suyo.
Por eso, llámese unión civil o casamiento, lo que verdaderamente importa es el derecho a la adopción, y ésa debería ser la ley que el Congreso dicte en un mundo en el que el tráfico de niños, el de sus órganos, el maltrato institucional y el abandono en la miseria es una de las lacras más abominables del presente.
Los homosexuales pueden construir una familia feliz, tanto o tan poco como cualquiera.
En lo que se refiere al tema del aborto, una cosa es estar “a favor” del aborto y otra bregar por la despenalización del aborto. No es lo mismo. No se me ocurre, salvo en casos de perversión, que nadie salga a la calle para propagar supuestos placeres de una mutilación. Lo que sí es importante es que todas las mujeres que tienen un embarazo no deseado, reciban las atenciones médicas y los cuidados sanitarios de todos los hospitales para poder abortar.
Tiene que existir un marco institucional y legal para que sea posible tratarse con higiene y cuidado, para no caer en la clandestinidad, la infección y la muerte, que sólo benefician a un comercio siniestro que permite distribuir ganancias a matasanos y miembros agraciados de la corporación médica, amén de pastores inescrupulosos de iglesias poderosas.
La atención hospitalaria, la contención psicológica mediante profesionales, y la educación popular respecto de la prevención y el uso de los anticonceptivos, son partes indisolubles de un mismo dispositivo y deben ser incluídos en la ley.
El problema del aborto no es sólo individual, ya que ha sido analizado tradicionalmente como una de las facetas de las políticas poblacionales. La natalidad es un tema de las políticas demográficas, que en casos de envejecimiento del promedio de edad de una población es estimulada, y la reproducción premiada con dinero y comodidades. Se dan casos en los que el aborto es penado con el sólo objeto de favorecer el crecimiento vegetativo de una nación. Entonces, las mujeres abortan en otro país o en el secreto de consultorios clandestinos. El problema general, no cambia.
El casamiento homosexual es un síntoma más de la relocalización de las familias y de los cambios culturales respecto de la sexualidad. Una familia normal de 1950 es un exotismo en nuestros días. Un homosexual en la Argentina hoy no debe padecer la discriminación y las persecuciones de otras épocas. Por suerte la tradicional caza de brujas y la cruzada moral que caracterizó etapas sombrías de la historia de nuestro país está en declive. Por eso es importante votar ambas leyes.
No ha de ser un trámite fácil. En la barahúnda de leyes que se presentan y el desborde mediático que provoca cada una de ellas, esta ley, en especial la del aborto, tendrá una intensidad diferente a la del cheque o a la de los DNU.
La ley por la despenalización del aborto se asocia a imágenes de horror. Muchos la tratan como un crimen ya sea contra un bebé indefenso o contra la vida en general. Las reacciones que produce son violentas. Para los nuevos templarios es el Dios del monoteísmo el que es ultrajado. No muy lejos, aunque de un modo algo más pacífico, la ley del casamiento gay genera reacciones de un tipo de fundamentalistas que pretenden demostrar de acuerdo a Santo Tomás que la ley natural y divina condena la homosexualidad. Los debates respecto a la cuestión son kilométricos. No debe sorprendernos que esto ocurra cuando se ponen en tela de juicio identidades custodiadas por fantasmas paranoicos y delirantes. El problema con los locos –me refiero a los que están sueltos– es que siempre tienen razón.
Una vez el historiador John Boswell, autor de libros sobre historia de la homosexualidad, y sobre el abandono de niños, respondió ante un periodista que le preguntaba si la legalización del matrimonio gay no favorecería la difusión de tal “desviación” sexual: “yo no sería tan optimista”, dijo.
Nos podemos preguntar si la promulgación de estas leyes refleja el sentimiento de la mayoría del pueblo argentino. Creo que no. Estimo que estos temas para la mayoría son “raros”, más aún si se los presenta en la disyuntiva de estar o no de acuerdo con el aborto. Pero si se pregunta si estamos de acuerdo que una mujer embarazada, sin recursos, ni deseos de tener hijos, debe recibir atención médica y hospitalaria para abortar o debe hacerlo con medios artesanales con peligro de muerte en su casa o en otro domicilio clandestino, quizás la respuesta sea distinta, porque la pregunta fue más real y concreta.
Nada hay en nuestra cultura educativa histórica que incline los platillos de la balanza por el individualismo liberal de los países protestantes. Simplemente, la denostada globalización ha penetrado las mallas de nuestra censura vernácula y pudo aflojar las tuercas de la represión.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).