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A veces, aquellos que están en áreas de poder perciben la realidad política con menos claridad que el ciudadano común.

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ALFONSIN, MENEM, DE LA RUA, KIRCHNER Y CRISTINA: Los cinco presidentes elegidos por el voto, a los quince días de haber ganado su primera elección
A veces, aquellos que están en áreas de poder perciben la realidad política con menos claridad que el ciudadano común. Es la miopía de la extrema cercanía. Como si se pegasen los ojos a las hojas de un libro para leer mejor. Algunos políticos y empresarios creen que nos encontramos frente a un cambio de Gobierno cuando lo que se votó fue una reelección.
¿Se imagina el lector cómo hubieran sido los primeros quince días de un Presidente electo si fuera completamente nuevo? Basta sólo con recordar cómo pasaron Alfonsín, Menem, De la Rúa o Néstor Kirchner su primer medio mes después de las elecciones que los consagraron. La ansiedad y la expectativa de toda la sociedad sobre ellos, y la de ellos mismos por la cantidad de cambios a producir, no les hubieran permitido desaparecer de la escena tras la votación, como pudo hacer Cristina Kirchner.
Alfonsín, el primer día posterior al triunfo, visitó al otro candidato más votado, Luder; el segundo día dirigió una carta abierta a todos los ciudadanos; el tercero se reunió con el Gobierno saliente; el cuarto, su designado ministro del Interior se juntó con su par en la Casa Rosada; el quinto presentó a la mayoría de su gabinete; el sexto nombró a los ministros que faltaban, y el séptimo le concedió un reportaje a los diarios dominicales.
Menem, el primer día siguiente al triunfo, realizó un acto ante 40 mil personas; el segundo, una conferencia de prensa; el tercero, su ministro del Interior se reunió con su par en la Casa Rosada; el cuarto, él mismo se juntó con el Presidente saliente; el quinto, se reunió con Isabel Perón, venida especialmente de España; el sexto aumentaron la nafta y los servicios públicos en un 40%, mientras el dólar duplicaba su valor en una semana, y el séptimo concedió un reportaje a los diarios dominicales y fue anunciado el adelantamiento de la entrega del poder.
Para no consumir todo el espacio con este raconto, vale agregar que De la Rúa también tuvo una semana movida con el ministro de Economía designado y reuniones en la Casa Rosada, y Néstor Kirchner enfrentó una actividad adicional, porque primero tuvo que conseguir que Menem se bajase del ballotage.
Esta vez, todo fue diferente. Si no hubiera sido por la Cumbre Iberoamericana, cuya agenda no depende de la Argentina, las apariciones públicas de la Presidenta electa habrían sido ayer la confirmación religiosa de su hija, y dos días antes la inauguración del monumento a los desaparecidos. Y en los primeros siete días, sólo un reportaje con Joaquín Morales Solá para un programa de TV tras el triunfo.
Frente a un nuevo Presidente, o Presidenta, sólo la presión por conocer quien sería el nuevo ministro de Economía hubiera generado una tensión imposible de contener. En este caso no es así porque el verdadero ministro de Economía seguirá siendo el mismo: Néstor Kirchner (¿Scioli y Macri son los principales candidatos a Presidente en 2011, o el fundamental es Néstor Kirchner?).
El suponer que estamos frente a un cambio de gobierno llevó a algunos políticos y empresarios a consultarle a PERFIL sobre si íbamos a “acordar” con el Gobierno una relación diferente o continuaríamos con la misma línea crítica.
La candidez de esta pregunta es doble: no percibir que la sucesión presidencial se produce entre dos personas que duermen en lados diferentes de la misma cama, y el suponer que PERFIL (este diario y las revistas de la editorial homónima) “acuerda” con los gobiernos, y que las diferencias con el de Kirchner son fruto de que no se pudo alcanzar un “acuerdo”.
Esta visión economicista de la vida, que todo lo reduce a concesiones recíprocas y en la que los conflictos son consecuencia de que las partes consideraron inequitativas esas concesiones, poco tiene que ver con el periodismo crítico. Esto se observa claramente en el tan mentado tema de la publicidad oficial, apenas la punta del iceberg de la política comunicacional del Gobierno, donde es importante poner en orden los factores: no es que hagamos periodismo crítico porque no recibimos publicidad oficial, sino que somos discriminados con la publicidad oficial porque, de recibirla, seguiríamos haciendo periodismo crítico.
Y esto no es ningún mérito especial, porque hay otros medios que reciben publicidad oficial y continúan haciendo periodismo crítico, a pesar de todo (La Nación es el mejor ejemplo). Nuestra singularidad reside en que el Gobierno nos eligió, por las razones que fueran, para dar el ejemplo del escarmiento.
Y aun si se tratara verdaderamente de un nuevo Gobierno, tampoco habría nada que se pudiese “acordar”, como tampoco lo hubo con los de Menem, De la Rúa o Duhalde.
La crítica constante no implica que en los gobiernos no existan aspectos positivos y aciertos; simplemente, es una forma de hacer periodismo, que no aspira a considerarse mejor que otras, sino a cumplir un papel dentro del sistema democrático, aportando una perspectiva que contribuya a la pluralidad.