“No reintegrarás tu producto” le dispone a la madre el rey Salomón, equivalente bíblico al Edipo freudiano de “no te acostarás con tu madre”, al hijo.
Pero las palabras del rey Salomón no solo se aplican a la literalidad corporal de la gestación de un hijo, sino a la de cualquier creador con su obra tan usualmente fagocitada por el ego del engendrante. El Frente de Todos fue la obra de Cristina Kirchner –quien primero dañó severamente el martes con la orden a sus funcionarios más afines de renunciar al Gabinete–, y dos días después con la carta donde exhibe públicamente su responsabilidad en la crisis política que desató.
Quedó demostrado que la inteligencia de cálculo racional que le asignan a Cristina, tanto para el bien sus seguidores, como para el mal sus más acérrimos opositores, de existir en el grado omnisciente que le atribuyen, termina siendo desintegrada por una inteligencia emocional que se primariza cuando la emocionalidad de sus ciclos de manía o de depresión no sintonizan con la necesidad del momento.
Esa inteligencia de cálculo superior a la media que le atribuyen cuando tiene éxito asumiendo posturas singulares: su ejemplo más evidente fue colocarse ella como candidata a vicepresidenta para poder ganarle a Macri, podría ser el fruto de esa misma propensión a la alteración emocional que la hace en el desequilibrio acertar con mucha contundencia como errar con la misma fuerza y energía.
La sorpresa por el resultado electoral reflejada en el contraste entre la mañana del domingo jugando frente a las cámaras con el sobre antes de colocarlo en la urna y la kinestesia derrumbada del domingo a la noche junto a Alberto Fernández al reconocer la derrota, la angustió por encima de su umbral de tolerancia a la frustración.
La angustia se calma con acción, pero cuando es tan grande que no permite soportar la espera hasta encontrar la decisión más racional, las personas actúan sentimientos. En la jerga psicoanalítica tiene dos clasificaciones: acting out y pasaje al acto, el más grave, éste último es directamente un suicidio simbólico si la suerte no la salva.
Como Cristina Kirchner viene siendo la protagonista central de la trama política de la últimos quince años hay una tendencia en la audiencia y los comentaristas a darle sentido casuístico a cualquier cosa que haga. Hasta sus inconsistencias y errores son interpretados teleológicamente asignándole a cada acción un premeditado fin aunque se tratara de solo una estupidez.
Así como un garabato de un artista es arte por el solo hecho de quien lo realiza, todo lo que hace Cristina Kirchner es política. Por ejemplo, si simplemente ella hubiera tenido un malestar que precisó hacer catarsis, a esa alteración se la cargará de significado, por ejemplo: “ella tiene claro un proyecto de país, el tipo de economía que Argentina precisa y lo manifiesta”. Pero al mismo tiempo de criticar públicamente a Martín Guzmán por un déficit fiscal menor al previsto (y no a Kulfas por los precios) llama al ministro de Economía para aclararle que no aboga en su contra. El acting out es eso, quien lo protagoniza hace que está dispuesto a todo (suicidarse simbólicamente o matar su obra), y al mismo tiempo, es contradictorio porque no es lo que realmente quiere.
Sea cuál fuere el resultado final Cristina Kirchner se habrá autoinfringido daño en la misma proporción que a la coalición que generó. Al revés a Alberto Fernández se le presenta una nueva oportunidad de construir una identidad propia como al comienzo de la pandemia y que luego se desvaneció.
A un Presidente que era considerado por los medios de comunicación más tradicionales como un títere o un gerente sin voz ni voto, pasar a ser alguien que no obedece a su mandante, lo eleva. Esa visión de Alberto Fernández como un títere pusilánime fue siempre una construcción funcional a la oposición porque si el Frente de Todos ganó la elección de 2019 ampliando la colación a más que el kirchnerismo, porque “con Cristina no alcanza”, reducir a Alberto Fernández a mera extensión de Cristina elimina ese agregado electoral como mostraron los resultados de las PASO 2021.
Nietzsche sostenía que el ser humano puede soportar todo, menos que no haya una explicación, por eso en tiempos pretéritos eran necesarios en mayor medida que hoy brujos o esotéricos que establecieran alguna relación de causa y efecto con lo que pasaba. Esa necesidad del ser humano de todas las épocas, que resulta cada vez más elaborada, pero con evidencias no superiores a la de la astrología, llevó a conjeturar, en un exceso utilitarismo, que esta crisis hasta podría llegar a ser una construcción teatral acordada entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández para volver a dotar de autonomía al Presidente en el imaginario colectivo, independientemente de lo que fuera en la realidad. Para poder en las elecciones de noviembre acercarse al triunfo que obtuvieron en 2019 conseguido gracias a un Alberto Fernández que lucía autónomo de su vicepresidenta.
Aunque esta ficción sea nada plausible que haya podido ser imaginada igual indica que Alberto Fernández podría salir algo beneficiado de este big bang panperonista. En cualquier caso lo concreto es que aquéllos que desde la construcción de sentido siendo periodistas o sujetos noticiosos, difundían su visión del Presidente esclavo de la vicepresidenta, a partir de la crisis dejaron de ver a una Cristina Kirchner gigante y a un Alberto Fernández enano para reconocer que ni ella es dueña absoluta del poder de la coalición gobernante ni él carente de una cuota de poder. Si Alberto Fernández fuera el súbdito de Cristina no habría habido crisis.
Al terminar esta primera batalla pública entre la vicepresidenta y el Presidente, cuando se cuenten las bajas reales y simbólicas de cada sector, quien terminará saliendo más afectado será Cristina Kirchner. En todo actig out quien lo lleva a cabo logra llamar la atención, pero a un costo tan alto que siempre sale peor de lo que entró.