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Actos políticos modernos y posmodernos

Cuando internet cambió la mente de la gente aparecieron otras movilizaciones de las que tenemos poca conciencia. La mayoría se relaciona directamente, se autoconvoca, sin pasar por la mediación de partidos políticos, sindicatos y organizaciones que la represente.

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Si, se puede. El acto del Obelisco fue una autoconvocatoria de la gente que le dio vida a una campaña hasta entonces sin fuerza. | cedoc

José María Velasco Ibarra ganó ampliamente la presidencia del Ecuador cinco veces. Desde niño asistí a varios de sus actos. En ese entonces, los candidatos “tomaban” una ciudad en una fecha determinada de la campaña. Las organizaciones intermedias llevaban a la gente que participaba, con carteles identificatorios: choferes velasquistas, conservadores velasquistas, socialistas velasquitas, grupos barriales que respondían a un dirigente, y así. Todos obedecían a un mando, estaban organizados, iban a escuchar un discurso: Velasco era el Profeta y los asistentes la “chusma velasquista”.

El 22 de febrero de 1968 asistí al día del APRA en Lima, que coincidía con el onomástico de Víctor Raúl Haya de la Torre. La manifestación la encabezaban los “bufalitos” del APRA, niños entre 5 y 15 años con vistosos uniformes y bandas de guerra. Venían después los búfalos, jóvenes que integraban los grupos de choque del partido, seguidos de una marea interminable de sindicatos y organizaciones populares. Hasta en los rincones más apartados del Perú existía una “casa del pueblo”, el local del APRA que hacía el trabajo territorial. Los manifestantes entonaban la marcha de los Chicos Apristas Peruanos o la “Marsellesa aprista”.

Los actos peronistas tenían la misma lógica. El General pronunciaba discursos ante multitudes conformadas por afiliados a sindicatos, organizaciones o dependientes de líderes locales de distinto tipo. Los partidarios de los grandes oradores creían que sus líderes eran pensadores con importantes concepciones de la política que expresaban en sus discursos y los escuchaban con reverencia para convertirlas en su credo.  

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La izquierda. Participé en decenas de manifestaciones para exigir que Estados Unidos se retirara de Vietnam, impulsar la revolución proletaria o protestar en contra del imperialismo. En junio de 1973 el regimiento de tanques de Tacna intentó dar un golpe de estado en contra de Salvador Allende. Cientos de estudiantes de la Universidad de Cuyo cruzamos la cordillera rumbo a Santiago de Chile para rechazar al Tanquetazo. En la Alameda se concentraron miles de personas cantando “no, no, no nos moverán, ni con un golpe de Estado, no, nos moverán”. No hubo ningún muerto, ningún desmán, eran militantes de izquierda luchando por sus ideas. En esas manifestaciones con contenido ideológico, nunca presencié saqueos, ni militantes que se llevaran a casa un televisor o un paquete de camisas. Eramos mucho más pobres de lo que son los actuales manifestantes, no teníamos celulares ni coches, pero no robábamos. Salíamos a la calle porque creíamos en una utopía: que finalmente “la tierra será el paraíso de toda la humanidad”.

Cada grupo se moviliza por lo que se le ocurre, que suele no tener nada que ver con lo que causó la protesta y a veces ni siquiera con la política

En 1983 participé en una manifestación de izquierda muy ordenada. Manfred Max Neef, pensador chileno, que había sido mi maestro en la Facultad de Filosofía, recibió en Estocolmo el Right Livelihood Award de ese año, el Premio Nobel Alternativo, por su libro From the Outside Looking In. Cuando se entrega este galardón se reúnen en la capital sueca organizaciones radicales de los países nórdicos para rechazar al capitalismo y a los premios Nobel oficiales.

Asistí a la premiación y a la manifestación previa, integrada por militantes de grupos de izquierda y anarquistas de la región. La ideología era muy revolucionaria, pero las personas se socializaron en una cultura que rinde culto al orden. Recibimos un plano y un programa: saldríamos de un parque a las siete de la noche, debíamos llegar en 25 minutos a la isla de Helgeandsholmen en donde está el Riksdag para protestar durante 30 minutos en contra de los Premios Nobel burgueses, después tendríamos 20 minutos para llegar al lugar del acto y escuchar a nuestros oradores.

La movilización estaba autorizada para marchar por determinada avenida y si un semáforo se ponía en rojo nos deteníamos, porque no estábamos autorizados para cortar otras calles. Todo se cumplió en tiempo y forma. Nunca estuve en una manifestación tan radical ideológicamente, que fuese también  tan respetuosa de las normas.

Teherán. En la tercera semana de febrero de 1979 Teherán ardía por la guerra civil. En enero había caído la monarquia de Reza Pahlevi, el ayatolá Jomeini estaba a punto de llegar desde Europa y pronto la Constitución establecería que Dios gobierne el país. Las calles estaban tomadas por mucha gente, especialmente mujeres cubiertas con ropa negra, que se movilizaban por todos lados. Sonaban disparos de ametralladoras y estallidos de bombas. Le pedí al encargado del hotel que me ayudara a obtener un boleto hacia cualquier sitio del mundo. Quería irme cuanto antes. Después de varias horas consiguió un pasaje para Roma que tenía un costo exorbitante pero venía con un seguro muy importante en esas circunstancias: un grupo de pistoleros me acompañaría hasta el asiento del avión. Ese era un caos pero tenía una lógica impecable: los movilizados querían el triunfo de Dios, obedecían a ayatolás y ulemas, querían matar occidentales. Pero si alguien era chiita y no había colaborado con el demonio, no corría riesgo.

Los nuevos actos. Cuando internet cambió la mente de la gente aparecieron otras movilizaciones de las que tenemos poca conciencia. En un análisis tradicional algunos creen que con ellas volvió la vieja política con marchas, partidos y oradores entusiastas, pero eso es engañoso. El mundo funciona de otra manera y cuando aparecen viejas formas son una caricatura de lo que fueron.

La mayoría de la gente se relaciona todo el tiempo directamente, se autoconvoca, sin pasar por la mediación de partidos políticos, sindicatos y organizaciones que la represente. No pasan tampoco por el filtro de los medios o de líderes informados que los orienten. Cada grupo se moviliza por lo que se le ocurre, que normalmente no tiene que ver con lo que originó la protesta en ese país y a veces ni siquiera con la política.

Muchas veces los gobiernos no tienen con quién negociar porque nadie representa a esos grupos dispersos y generalmente los políticos no saben bien lo que motiva a los movilizados. En todas las protestas hay saqueos, violencia, incendios. Los protagonizan grupos que cuentan con la complicidad y la simpatía de las mayoría de los manifestantes y de la propia prensa. Es políticamente incorrecto criticarlos.

Colombia. En Colombia los movimientos sociales fueron eclipsados durante décadas por el enfrentamiento armado con la guerrilla y son protagonistas de la nueva etapa. Las organizaciones de trabajadores y estudiantes se movilizaron hace pocas semanas en contra de la política económica del Ejecutivo, pidiendo la derogación del llamado paquetazo. Después se unieron todo tipo de grupos con sus propias reivindicaciones. La situación sigue siendo tensa con un gobierno elegido hace poco tiempo, encabezado por uno de los presidentes más preparados del continente.

Chile. Después  de un mes de marchas, saqueos e incendios, los representantes del Congreso del gobierno y de la oposición llegaron a un acuerdo para convocar a un plebiscito que redacte una nueva Constitución. Los políticos se pusieron de acuerdo entre ellos, pero ¿y la gente? Ninguno de esos partidos tiene que ver con los cientos de miles de chilenos que tomaron las calles y que están más cerca de pedir que se vayan todos, que de acatar su liderazgo. Existe una crisis de representación y los manifestantes se interesan solo en temas que tienen que ver con su metro cuadrado.

Al igual que en Colombia y en Ecuador hay grupos violentos que atacan e intentan saquear  barrios. Son parte de la violencia visible en Santiago y otros lugares del país. En general son hombres jóvenes y adolescentes enmascarados. No son brigadas venezolanas ni cubanas, ni agentes del imperialismo, ni “infiltrados” ni alienígenas. Estos jóvenes “vándalos” son fruto de la educación pública, en general han terminado los estudios secundarios, son el resultado de este sistema. La pregunta que hay que hacerse es: ¿qué hemos hecho para que ellos nos apedreen, para que quemen todo símbolo de progreso? Hay algo infantil en sus actitudes. Se mueven como si jugaran a la guerra.

El sociólogo Daniel Chernilo dice que la violencia está en la base de la vida social chilena, y se expresa desde los feminicidios hasta la dureza en la convivencia urbana. Hay un fenómeno que se ha expresado en estas manifestaciones: los jóvenes no ven algún valor en la democracia ni la convivencia pacífica. Mientras los dirigentes políticos sean violentos, descalifiquen a los otros, rindan culto a los barrabravas y a quienes cometen delitos, estos fenómenos se irán agravando.

En Chile y Colombia los manifestantes entonan masivamente la vieja canción, de un cantautor chileno, El baile de los que sobran: “Únanse al baile, de los que sobran/ nadie nos va a echar de más/ nadie nos quiso ayudar de verdad./ A otros le enseñaron secretos que a ti no/ A otros dieron de verdad, esa cosa llamada educación,/ Ellos pedían esfuerzo, ellos pedían dedicación/ Y para qué, para terminar bailando/ Y pateando piedras”. Es un himno a la exclusión, que parecería atravesar a todos los grupos.

Represión. Por otra parte dice Chernilo que “hay un fenómeno deficitario de aprendizaje en las fuerzas de seguridad del Estado respecto a qué significa respetar el derecho legítimo a manifestarse, incluso cuando no se tiene permiso, al derecho legítimo a usar el espacio público como espacio de desobediencia civil y cómo mantener el orden público y respetar los derechos humanos”.

Hay mucho que pensar y discutir acerca de los límites y utilidad de la represión ante la creciente ola de desorden. Las protestas chilenas se iniciaron como una revuelta estudiantil y se extendieron a una multiplicidad de grupos sin un líder o un grupo específico que representen. Algo semejante ocurrió en Ecuador con un movimiento que fue originalmente de transportistas que protestaban por el precio de la nafta, se extendió a organizaciones indígenas y luego a una cantidad de grupos de todo orden, sin ninguna conexión entre sí.

En ambos casos los mandatarios empezaron anunciando una “mano dura” que no consiguió nada, para luego ir a una rendición total que tampoco pacificó a los países. No hay suficiente investigación que permita comprender las revueltas en estos países latinoamericanos, que por lo demás tienen semejanza con las ocurridas en Europa, Hong Kong y varios países del Medio Oriente.

Mauricio. La última etapa de la campaña de Mauricio Macri en 2019 estudió las formas de esta nueva política y las usó de otra manera. Algunos, cuando vieron que la gente llenaba las plazas, creyeron que la campaña había vuelto a la vieja política, convocando multitudes para que escuchen discursos. Algún analista dijo que el “demasiado nuevismo” se volvió viejo. Después de las PASO, Macri realizó una campaña tradicional con actos de masas en todo el país, pronunciando los típicos discursos prolongados y pasionales que esperan esas movilizaciones.

Se realizaron mas de treinta marchas. En ningún lado asomaron columnas de organizaciones de ningún tipo. La gente se autoconvocó para apoyar al cambio, llegó y se fue cuando quiso. No hubo carteles ni estandartes. Todo empezó con la marcha espontánea que llenó la Plaza de Mayo a los 15 días de las PASO, que devolvió la vida a los dirigentes de la campaña. En ese escenario Mauricio pronunció el discurso que más impacto tuvo en los electores, que motivó a miles de personas a organizar marchas en todo el país. Fue un discurso propio de la política post moderna, no se pronuncio ni una palabra, Macri se comunicó  con su lenguaje corporal y movilizó a cerca de 2 millones de personas.

 

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.