COLUMNISTAS
region en llamas

Ni golpe ni palmadita: democracia

Lo único que se ve para que la democracia no se desbarranque en el continente es el fortalecimiento de las normas y de lo que queda de los partidos, sindicatos y otras organizaciones.

20192411_zelaya_honduras_evo_morales_afp_g.jpg
Morales y Zelaya. El ex presidente hondureño en un acto por el ex boliviano. Los dos víctimas de pronunciamientos militares. | AFP

Los últimos acontecimientos en Bolivia han provocado una amplia discusión acerca de lo que es un golpe militar. Algunos dicen que cuando los militares ponen a uno de los suyos en el poder eso es un golpe; si ponen a un civil es otra cosa. Otros creen que si los militares deponen a un presidente popular es un golpe, si es impopular no lo es. Para ahorrarnos definiciones complejas podemos quedar en que cuando los militares destituyen a un presidente sin tomar directamente el poder eso no es un golpe, sino una palmada. Quienes defendemos la democracia rechazamos toda intervención militar. Ni golpes, ni palmadas. Solo democracia.

El tema de esta nota no es discutir las virtudes o defectos del gobierno de Evo Morales, sino la legitimidad de las intervenciones militares para poner y deponer presidentes. La pregunta de fondo es: ¿si un presidente viola la Constitución son las instancias institucionales las que deben enfrentar el problema o la policía y las fuerzas armadas son las que deben juzgar y poner en su lugar a quien les plazca?

Desde que cayó el Muro de Berlín no han aparecido en América Latina grupos guerrilleros, tampoco un militar en servicio activo tomó el poder. Esas eran herramientas que usaban la URSS y Estados Unidos en su enfrentamiento en la región. Actualmente, cuando los militares intervienen en política optan por otra vía: retiran el apoyo al presidente, sugieren su renuncia, amenazan con quitarle la protección que impide que las turbas lo linchen. Su actitud parece y puede ser noble: no estamos dispuestos a disparar en contra del pueblo.

Automandataria. El 10 de noviembre de 2019 el comandante de las fuerzas armadas de Bolivia, Williams Kaliman, sugirió públicamente que “el presidente del Estado renuncie a su mandato presidencial”. El opositor Luis Fernando Camacho informó que existía una orden de captura en contra del presidente dictada por la policía y las fuerzas armadas. Los subordinados decidieron por sí mismos apresar a su comandante en jefe. Con la complicidad de la policía, grupos violentos asaltaron el domicilio de Evo y de otros funcionarios que tuvieron que huir. Morales tuvo que renunciar.

A la tarde, unos militares le pusieron la banda presidencial a una señora que se autoproclamó presidenta ante un grupo minoritario de diputados y senadores. Salió después al balcón del palacio presidencial blandiendo una Biblia, mientras sus seguidores quemaban wipalas. Jeanine Añez es una racista procedente de Santa Cruz que había dicho antes soñar “con una Bolivia libre de ritos satánicos indígenas. La ciudad no es para los indios, que se vayan al altiplano o al Chaco”.

Si alguien pretende ser presidente de un país como Bolivia es peligroso que suponga que sus supersticiones son divinas y las creencias religiosas indígenas son satánicas. Son formas con las que la mayoría vive lo místico.

La automandataria emitió un decreto eximiendo de “responsabilidad penal al personal de las fuerzas armadas de Bolivia que participe en la represión”. Esos papeles no tienen sentido en el mundo globalizado: aunque ella hubiese sido designada por alguien y ese decreto tuviese alguna validez, los represores terminarán procesados y encarcelados. Felizmente ahora las cosas son así. Su ministra de Comunicaciones, Roxana Lizárraga, amenazó a los periodistas bolivianos y extranjeros al decirles que quienes “están causando sedición en el país tienen que responder a la ley boliviana”. Los periodistas de TN, Telefe y A24 sufrieron ataques, fueron evacuados del país con la protección del embajador argentino. Nelson Castro, que con sus extraordinarios reportajes nos informa de lo que pasa en este mundo convulsionado, no estaba ya en ese momento en La Paz. El temor a la información y a la prensa es propio de los totalitarios de todos los signos.

Los militares bolivianos le pusieron la banda a una señora que se autoproclamó presidenta ante un grupo minoritario de legisladores.

Morales se exilió en México, país con una antigua tradición de asilo que lo honra. A lo largo de su historia ha protegido a perseguidos tan diversos como Martí, Garibaldi, Buñuel, Trotsky, Haya de la Torre, el sha Reza Pahlevi y muchos otros. México es la segunda democracia presidencialista más antigua del mundo; desde hace un siglo no ha sufrido ningún pronunciamiento militar ni eclesiástico. El asilo a Morales no significa que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se integre a un club de fans del boliviano. México es un país que se preocupa por los intereses de los mexicanos. Es tan institucional que uno de sus partidos históricos más importantes se llama Partido Revolucionario Institucional.

Antecedentes. Las palmadas militares tienen antecedentes. Menciono algunos que pude observar personalmente de una u otra manera. En la madrugada del 28 de junio de 2009 un grupo de soldados hondureños asaltó la casa del presidente Manuel Zelaya, lo detuvieron, lo condujeron en ropa interior a la base aérea Hernán Acosta Mejía, donde fue objeto de golpes, para ser luego deportado. Asumió el poder otro político civil, con lo que esto se convirtió de golpe de Estado en una invitación para que Zelaya se tomara unas vacaciones. La embajadora de Honduras en México era en ese momento Rosalinda Bueso, la esposa del actual canciller mexicano, Marcelo Ebrard.

Ecuador. El 21 de enero de 2000 las fuerzas armadas ecuatorianas retiraron su apoyo al presidente Jamil Mahuad, asediado por miles de indígenas que los propios militares habían llevado a la capital. Los traficantes de armas nunca le perdonaron haber suscripto la paz definitiva con Perú. La popularidad del gobierno se había desmoronado por la crisis económica y la aplicación de un programa de ajuste auspiciado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Mahuad fue forzado a renunciar. Tomó el poder un triunvirato encabezado por el coronel Lucio Gutiérrez que duró pocas horas. La resistencia de algunos líderes políticos apoyados por la base militar de Guayaquil logró que siguiera vigente la Constitución. Asumió la presidencia el vicepresidente, Gustavo Novoa.

Años después el coronel Gutiérrez ganó las elecciones, firmó otra carta de intención con el Fondo Monetario Internacional, que imponía un plan de ajuste que desató una ola de protestas encabezada por los jóvenes de clase media de Quito. El 20 de abril las fuerzas armadas retiraron el apoyo a Gutiérrez y permitieron que los jóvenes invadieran el palacio presidencial. El coronel huyó por los techos a bordo de un helicóptero con serio riesgo para su vida. Tampoco fue un golpe sino una gentil palmada.

Este año Lenín Moreno firmó en Ecuador otro acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que obliga a un duro plan de ajuste económico. El caos se desató cuando muchos grupos violentos se parapetaron detrás del movimiento indígena y de los transportistas. El alto mando militar le sugirió a Moreno que renunciara. Tenía la intención de que lo reemplazara Rafael Correa. La policía, que detesta al ex mandatario, se opuso y denunció la palmada. Moreno trasladó la sede del gobierno a Guayaquil y logró controlar la situación. Tampoco fue un intento de golpe, sino una invitación a tomar vacaciones forzosas.

Venezuela. En Venezuela gobiernan los militares. La mayoría de los ministros, gobernadores y sobre todo administradores de lo que queda de las empresas del Estado son militares. El Congreso está sitiado, no hay elecciones, ni comida, ni medicinas. Cuatro millones de venezolanos, la mayoría de ellos pobres, han tenido que huir de su país por el hambre. Durante el gobierno militar Venezuela obtuvo por el petróleo más dinero per cápita que cualquier otro país de la región. Sus defensores dicen que no son militares sino patriotas que se visten de forma estrafalaria, que pronto pasará el mal momento cuando el Ejército Rojo tome WDC. Ignoran que eso es imposible porque ya no existe.

Chile. En Chile, lo que empezó como un llamado de los universitarios a colarse en el metro para protestar por el aumento de la tarifa se convirtió en una revuelta sin parangón. El estallido social ha dejado al menos 23 muertos y 2.381 heridos. El gobierno, carente de estrategia, agravó un problema que no logra entender. Piñera pasó de su declaratoria de guerra total al terrorismo, a una rendición incondicional ante políticos que no representan a los manifestantes. En realidad nadie puede hablar en su nombre. Piñera no sabe lo que quieren, pero ofrece todo lo que a él y a otros políticos se les ocurre. Amenazó con investigar la brutal represión de las fuerzas armadas. Está a poca distancia de que le digan que no van a reprimir al pueblo y que se defienda como pueda. En Colombia el ajuste económico provocó una derrota abrumadora del partido de Iván Duque en las elecciones municipales. Ojalá los paros que se iniciaron en esta semana no generen el caos. Por el momento provocaron tres muertos y el toque de queda en Medellín.

Es indispensable que los políticos democráticos dejen de jugar a que hay dictaduras buenas y dictaduras malas

Perú. Perú está en una situación difícil que se resolvió provisionalmente cuando las fuerzas armadas apoyaron al presidente Martín Vizcarra para que disolviera el Parlamento. Las fuerzas armadas fueron el árbitro de la crisis constitucional. Jair Bolsonaro se desploma en las encuestas, Mario Abdo atraviesa por una crisis de imagen que puede llevarlo al desastre.

Luchas. La convulsión de la sociedad posinternet cunde por la región y el mundo. Es difícil conocer las formas que tomará la lucha por el poder en la sociedad posmoderna. De momento se ha desmoronado la representación, la gente se volvió cada vez más independiente, tiene en su cabeza mucha información pero poca formación. Se producen rebeliones sin líderes, sin ideologías, cada vez más violentas. Las antiguas marchas tenían contenidos ideológicos, se protestaba por alguna causa y no era común el saqueo. Nos movilizábamos para exigir que terminara la invasión a Vietnam o por el triunfo de la revolución, no para robar. Los militantes no se llevaban televisores o relojes a su casa. Ahora las protestas vienen acompañadas de asaltos y saqueos. La anomia torna borrosos los límites entre la protesta y el delito.

Es indispensable que los políticos democráticos dejen de jugar a que hay dictaduras buenas y dictaduras malas. Por el momento lo único que se ve para que la democracia no se desbarranque en el continente es el fortalecimiento de las normas y de lo que queda de los partidos, sindicatos y otras organizaciones.

 

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.