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Alberto cosplay y Cristina dentata

Alberto Fernández y Cristina Kirchner
Alberto Fernández y Cristina Kirchner | cedoc

2020 sigue su tránsito implacable y los velos se descorren. En pocos días, el último velo que quedaba sobre Alberto cayó, y vimos su bigote libre de barbijo junto a los Moyano y esposas, reunido y sin distancia en Olivos: el profesor de Derecho que viola su propio DNU. El viento de la desnudez llegó hasta la tele, y la genitalia patricia de Esmeralda Mitre dijo hola en el Cantando 2020, asomando al mundo desde su minifalda. (Hasta Moria pareció estremecerse, y debutó en el pudor). La ola no se detuvo y llegó hasta Duhalde, el antiguo capitán de tormentas: después de reunirse con Alberto, “el Cabezón” circuló por programas de tele tirando que temía un golpe de Estado. 

El oficialismo agota su repertorio de épicas fallidas: sólo faltaba agitar un golpe para intentar “unir a los argentinos”, como luego explicó Duhalde reculando (Alberto también explicó Vicentin como su intento de “unir argentinos”). El Gobierno desplegó a sus combatientes: un conductor de C5N llamó cobardes a los veteranos de Malvinas, esperando provocar a algún carapintada trasnochado para pasearlo en los medios y alimentar la fantasía, pero olvidó un detalle ¡era agosto! En Argentina nadie piensa en Malvinas a menos que sea abril o junio. Una tuitera mustia compartió capturas de chats de supuestos jefes malignos “que le llegaron” planeando oscuridades. Olvidaban que los militares argentinos apenas pueden comprarse zapatillas. 

Alberto comenzó su pandémica presidencia con un discurso de unión, que devino en un turbio estado de excepción atravesado por gravísimas violaciones a los derechos humanos a manos de la policía: una cuarentena que nadie cumple pero que despoja a los ciudadanos de sus derechos y garantías constitucionales, como el acceso al trabajo y la educación. Ninguno de los intentos “ideológicos” levantó vuelo. No funcionó Vicentín, ni reavivar el conflicto con Clarín: sólo se volvió evidente que Alberto sólo es capaz de retomar la agenda de Cristina 2011-2015. 

Desnudo Alberto, el emperador no tiene más ropa: pero el esperable atuendo de bolas y próstata dio paso a algo más siniestro. Alberto no es más que Cristina trans. El albertismo carece de imaginación propia: su potencia se invaginó. Alberto es Cristina pero asediado por la Cristina real, la Cristina dentata, el monstruo mitológico que agita las aguas del Senado. Queda Alberto como una travesti sin carteras, sin glamour. No alcanzó la pandemia, no alcanza “el rol de los medios” como zares del mal para organizar a un Gobierno que sólo piensa en asegurar su impunidad y el enriquecimiento de su clase dirigente.

El problema es que hacer de Cristina y no serlo cuesta caro. Puede llevar adelante la agenda de ella, cumplir sus fantasías pero siempre podrá ser acusado de ser Alberto. Cualquier persona trans sabe que lo esencial no son las hormonas, ni la operación que construye una vagina, sino haberse percibido interiormente como mujer. Ese es el problema: Alberto no parece haberse autopercibido nunca nada: su condición de hombre sin atributos, pura apariencia, tan esencial para el rosquero profesional, le impedirá siempre acceder a una sustancia real.

Caen los velos, y cae el telón. Me despido brevemente de PERFIL, ya nos volveremos a encontrar. Si están con abstinencia, les van a encantar mis novelas. Gracias a todos por leer, cheers.