La idea no es nueva y estoy casi seguro de que carece de originalidad, pero más o menos es la que sigue: no se puede seguir filmando documentales después de Grizzly Man. No, no es una afirmación al estilo Theodor W. Adorno, cuando dijo “No se puede escribir poemas después de Auschwitz”. O en realidad tal vez ambas afirmación estén conectadas, y lo que Adorno quiso decir es otra cosa, a saber, no exactamente que la poesía queda abolida, que su práctica queda relegada hasta el fin de los tiempos, sino que no se pude seguir escribiendo poemas sin la conciencia vigilante de la gran masa humana que murió en Auschwitz. En ese caso ambas afirmaciones se asemejan: Grizzly Man, de Werner Herzog, documetnal filmado en 2005, representa también una conciencia vigilante, de modo que los documentalistas pueden seguir con lo suyo, pero sn poder ignorar lo hecho por Herzog. Y esto aplica incluso como la lex romana, que pesa incluso sobre aquellos que desconocen su existencia. Pudieron no haber visto Grizzly Man, pero si el documentalista se pone manos a la obra está obligado a lidiar con un público que con mucha probabilidad la vió y que por lo tanto juzgará el mundo que lo rodea y el documental en cuestión con los ojos del que sabe a dónde conduce el camino y es difícil sorprender en el viaje; pasará por alto los carteles, sabrá de memoria las señales indicadoras y los límites de velocidad... se necesita´ra algo verdaderamente interesante para hacer que se detenga, un paisaje particularmente encantador, absolutamente seductor, total y brutalmente nuevo.
En literatura hay muchos libros que ofician comola lex romana: si no se los leyó, tanto peor, pero lo cierto es que la literatura sigue avanzando (qué pretensioso, no siempre avanza, digamos que sigue subsistiendo) ignorando si el escritor conoce o no los frutos de sus desvaríos. Por ejemplo, volviendo al comienzo: no se puede escribir novela policial después de La promesa, de Friedrich Dürrenmatt.
O dicho de otro modo, no se pude seguir escribiendo novelas policiales sin la conciencia vigilante de La promesa. Dürrenmatt sabía que su novela surtiría ese efecto, oficiar del fin de algo y el comienzo de otra cosa, por eso puso como subtítulo Réquiem por la novela policial.
Hay ciertos momentos, ciertos movimientos que extrañan, desconciertan. Me sorprenden esos autores que saben los efectos inmediatos de lo que escriben, incluso antes de haberlo terminado: Dante sabía que con la Comedia estaba fundando una lengua, Céline sabía que con el Viaje al fin de la noche estaba haciendo doblar una esquina a la novela francesa, Arno Schmidt sabía que estaba enseñándole a hablar a los escritores alemanes mientras escribía Paisaje lacustre con Pocahontas, Dürrenmatt sabía que estaba poniéndole fin a un género con La promesa.
Las novelas policiales son un fraude, parece decir Dürrenmatt, en ellas todo encaja y al final, con el único auxilio de la lógica, se descubre al culpable. Por lo general, dice Dürrenmatt, lo que decide la suerte de un caso es el azar, no la lógica.
Generalizando un poco y pasando por alto ciertos detalles podría decirse que con la investigación académica ocurre algo parecido: al final todo encaja. ¿Pero qué hacer cuando hay algo que no termina de encajar del todo? De eso habla La promesa, de algo que no encaja.