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Alianzas electorales e ideologías

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La posibilidad de una alianza electoral entre UNEN y PRO es impugnada por un pensamiento “progresista” que descuida las diferencias relativas entre los discursos conceptuales y las acciones concretas de gobierno. Estas últimas, aun cuando orientadas por los valores y principios de ese discurso, apuntan a resolver problemas concretos que, condicionados por la coyuntura, no siempre están resueltos por aquél. Es lo que ocurre en toda práctica política, incluidas aquellas donde ésta se organiza a través de partidos con fuertes identidades y tradiciones, como es el caso de Francia, Alemania y el vecino Chile, entre otras.

La reciente derrota electoral del socialismo francés lo ha llevado a tomar acciones de gobierno que los medios han definido como “un giro a la derecha”; en Alemania fue la democracia cristiana de Merkel la que se vio obligada a hacer un “giro a la izquierda” para acordar un gobierno de coalición con los socialdemócratas. En estos casos no hubo alianzas electorales, pero sí acciones de gobierno que se tomaron algunas libertades en relación con sus respectivas ideologías.

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Pero es en Chile, ejemplo de democracia de partidos, donde se llegó efectivamente a alianzas electorales entre fuerzas políticas con diferencias ideológicas. Los problemas derivados de la dictadura pinochetista ya habían dado lugar a una “Concertación” de partidos encabezada por los socialistas (centroizquierda) y la democracia cristiana (centro y sectores de derecha), que gobernó durante cuatro períodos consecutivos. Los nuevos desafíos y la necesidad de cambios llevó a que aquella alianza electoral se ampliara incorporando ahora también a la izquierda con la entrada de los comunistas a Nueva Mayoría, lo que obliga a la cohabitación de sectores de centroderecha con el marxismo.

En nuestro país, a mediados del siglo pasado, el Partido Comunista proponía a otras fuerzas progresistas alianzas que permitieran establecer una etapa “democrática burguesa” que destrabara los impedimentos al desarrollo de las fuerzas productivas, para después proseguir su camino hacia la sociedad socialista.

Las alianzas electorales se inspiran en la necesidad de enfrentar coyunturas históricas que requieren del aporte de muchos, sin que ninguna de las fuerzas participantes renuncie a sus objetivos últimos. Las ideologías no han muerto y continuarán orientando a los partidos en el camino hacia la construcción de la sociedad que sus principios y valores proponen; pero esto no impide la unión entre fuerzas ideológicamente diferentes para transitar juntos algunas etapas de ese camino, siempre que se lo haga sobre la base de un programa claro y coherente de las políticas a implementar.

La impugnación a priori de este tipo de alianzas surge cuando el pensamiento de lo político se limita a un discurso que “se construye a partir de la especulación filosófica”, sin prestar mucha atención al “discurso común sobre la política” (Sartori). Esto lleva a privilegiar la vigencia de los principios con descuido de la remoción de los obstáculos estructurales que impiden a algunos alcanzar cosas tan prosaicas como trabajo, salud, educación, vivienda e ingresos que le permitan acceder al consumo de bienes materiales y culturales tal como lo hacen otros sectores de la misma sociedad. Lleva también a ver en estas alianzas un supuesto peligro de populismo cortoplacista que comprometería el futuro de “la sociedad”, sin darse cuenta de que esa preocupación por el futuro deja sin presente a muchos ciudadanos que no son tenidos en cuenta por una organización social que, en los hechos, se conforma con ser democrática y republicana.

No hay dudas de que se debe velar por la vigencia de los valores y los principios que garanticen la libertad y la dignidad de las personas; pero estos valores deben incluir también, en un pie de igualdad, el derecho de todos los ciudadanos, sin exclusiones, a sentarse a la mesa de los que disfrutan de los bienes y servicios producidos en sociedad.

*Sociólogo.