Como dice la frase, el público se renueva, así que podemos volver a decir lo ya dicho no hace tanto. Más allá de que en mi caso la situación es bastante diferente: mi público no se renueva. No se renueva porque no tengo público. Tengo, tal vez sí, lectores. O mejor dicho uno, uno solo. Un lector. No más que eso. Un solo lector, pero bueno. Con eso alcanza y sobra. Es mi criterio de éxito literario y no creo que haya uno mejor. Imagino entonces que la libertad que da escribir para nadie (o para uno) debe ser desconocida para una buena parte de los escritores contemporáneos, tan deseosos de tener muchos lectores y que esos lectores se vuelvan un público al que cuidar y regar (como a una plantita de balcón).
En fin, la idea no era irme por estas ramas, sino volver sobre una pregunta y una historia ya expuesta en este prestigiosísimo bisemanario el 5 de abril de 2020. Porque si algo no se renovó no es el público, sino nuestra vida cotidiana. Nuestra experiencia vital en el capitalismo neoliberal. Casi dos años después del comienzo de la pandemia, nada o poco ha cambiado. Decía en esa vieja (es decir, nueva) columna, que mi abuela Clara me contó esta historia judía: una familia vivía hacinada en una habitación de tres por tres. No soportaban más la situación y entonces el padre decidió ir a ver al rabino para pedirle consejo. El rabino le dijo: “Pongan una vaca dentro de la habitación”. “¿Cómo?”, respondió el padre, “si hacemos eso vamos a estar peor, no tiene sentido”. “Ponga una vaca y venga a verme la semana que viene”. Pasó una semana y el padre fue a ver al rabino: “Estamos peor que nunca, la vaca caga en todas partes, no podemos comer, es insoportable”. “Ponga otra vaca”, dijo el rabino.
“¡Qué! Se volvió loco…”. “Ponga otra vaca”. A los siete días fue a ver al rabino. “Esto es lo peor que nos pasó en nuestras vidas. La situación es humillante. No podemos más”. “Ponga otra vaca”. “No, de ninguna manera”. “Hágame caso. Ponga otra vaca”. A la semana fue a ver al rabino. “Vivimos en la violencia. Las vacas cagan en todas partes, no tenemos dónde dormir. Mi hija amenazó con matarse y mi mujer enfermó. Ya la vida no tiene sentido”. “Bien”, le dijo el rabino, “saque una vaca y venga a verme la semana que viene”. Eso hizo. “Y, ¿cómo están”, preguntó el rabino. “Un poco mejor”, contestó el padre, “al menos pude dormir sentado, ya no parado. Pero todo sigue siendo bastante penoso, el hedor es insoportable y hace semanas que no hablo con mi mujer”. “Bien, saque otra vaca”. Siete días después volvió. El rabino le preguntó cómo andaban, y el padre respondió: “Ahora estamos bastante mejor. Ya dormimos acostados, pude abrazar a mi mujer, los chicos están bien, hasta comimos rico.
La vaca todavía nos molesta un poco, pero aprendimos a ponerla a un costado y ya estamos de mucho mejor humor”. “Muy bien”, dijo el rabino, “saque la última vaca y venga a verme la semana que viene”. Sacaron a la vaca y el padre fue a verlo una semana después. “¿Y qué tal ahora?”, preguntó el rabino. “Maravilloso”, contestó el padre, “la pieza nos queda grande, cada uno tiene su lugar, comemos todos juntos y nos abrazamos de alegría. Nuestra vida es hermosa. ¡Gracias por sus consejos!”.
Cuando todo esto termine, ¿volveremos felices a la vida de mierda que llevábamos hasta ahora? Es altamente probable.