COLUMNISTAS

Amateurismo y radicalidad

En el último número de la revista Los Inrockuptibles hay una buena entrevista a The Velvet Underground, en la que repasan su historia.

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En el último número de la revista Los Inrockuptibles hay una buena entrevista a The Velvet Underground, en la que repasan su historia. Las fotos alternan entre las de época (Lou Reed en un sótano tirado entre cervezas, otra tocando con… ¡un policía haciendo de sonidista!) y las actuales, o mejor dicho de 1991, con los cuatro ya bastante vejetes posando en una clásica plaza asfáltica neoyorquina. La tapa del número reproduce la famosa banana con la que Andy Warhol ilustró el primer disco de la banda. Es increíble: cuarenta años después, la banana sigue dando un toque moderno, irónico, desenfadado. ¿Quedará Warhol como uno de los grandes pintores del siglo XX? Imposible saberlo. Pero no cabe duda de que su arte llegó a tocar alguna fibra íntima del funcionamiento de las sociedades contemporáneas.
En la misma entrevista hay un par de declaraciones exquisitas, una de John Cale: “Detestábamos todo. Y ésa era nuestra motivación: nadie hacía algo que realmente nos interesara y nosotros estábamos totalmente de acuerdo con lo que queríamos”. Y otra de Lou Reed, como respuesta a la pregunta por si les molestaba la frivolidad del rock’n’roll: “En el rock no hay frivolidad. El rock es la expresión de quien quiere comunicarse realmente con los demás, es como un primer encuentro con alguien. Por supuesto, eso también existía en la vanguardia, pero no era explicado de manera tan clara”. Pero el mejor momento del reportaje llega un poco después. Le preguntan a Reed por Angus MacLise, el primer percusionista de la banda, quien rápidamente abandonó el grupo. Reed cuenta que cuando por fin consiguieron un lugar para tocar, Angus se fue. Y agrega: “Cuando conseguimos esa fecha, Angus nos dijo: ‘¿Eso quiere decir que debemos subir al escenario a una hora determinada y luego dejar de tocar a otra hora determinada?’. Le dijimos que sí. A lo que respondió: ‘Me voy’”.
¿Alguien se acuerda de Angus MacLise? Quizás algún nerd, uno de esos fans que saben todo de una banda, hasta los detalles más irrelevantes. Pero de ahí para abajo, no creo que muchos conozcan su nombre. Y seguro que nadie debe saber a qué se dedica hoy, en caso de que todavía esté vivo. Y sin embargo, la declaración de MacLise es el único momento verdaderamente radical de la entrevista (y seguramente de la historia de The Velvet Underground, y por qué no, de la historia del rock): el artista que renuncia antes de empezar. El que no se adapta a las reglas básicas, el que no puede responder a las preguntas elementales: lugar y hora.
Sin saberlo, o quizá sabiéndolo, MacLise recrea la gran historia del arte moderno: el artista negativo. Lo demás es simplemente rutina de oficina: empezar a una hora determinada, terminar a otra; posar para la foto con sus compañeros de trabajo, pensar en una carrera, buscar una discográfica, tener un agente, en fin, el rock realmente existente: ritmo de la noche y pum para arriba.
Alguna vez alguien dijo que es imposible escribir la biografía de un gran artista (en realidad no lo dijo nadie, lo acabo de inventar, pero eso no viene al caso). Pues bien: Angus MacLise cumple perfectamente con esta hipótesis. Su biografía musical duró lo que el diálogo con Lou Reed, unos segundos. ¡Pero qué segundos! El instante, o aún menos, el microinstante en que la historia de la vanguardia y el arte moderno se hicieron cómplices; como si en ese gesto radical –el retiro absoluto y el cuestionamiento del orden del mundo– hubieran reaparecido el fantasma de Bartleby y el de Rimbaud, la tozudez de Beckett y la experiencia negativa del negro sobre negro de Malevich.
Hace un tiempo me encontré por azar con un escritor. Me contó que estaba escribiendo una novela y que le faltaban cuarenta páginas para terminarla. Y pensé: “¿Cómo puede saberlo?”. Los escritores que saben cuántas páginas les faltan para terminar, los músicos que saben a qué hora empiezan y a qué hora terminan generalmente son exitosos. Son profesionales. Pero el arte radical, siempre, siempre, siempre, es amateur.