Durante la LIII Cumbre del Mercosur, realizada a principios de la semana pasada en Montevideo, en el marco de la transmisión de la presidencia pro témpore a la Argentina, tanto el canciller Faurie como el presidente Macri enfatizaron la necesidad de abrir el bloque no solo a una convergencia con la Alianza del Pacífico, sino también a Centroamérica, Asia y Africa. En este contexto, se desarrolló un importante evento en la reunión ministerial previa a la Cumbre, relativamente desapercibido para la opinión pública. A más de veinte años de iniciadas las negociaciones para la firma de un acuerdo (aún sin concretar) entre la Unión Europea (UE) y el Mercosur, el 17 de diciembre se firmó un memorándum de cooperación económica y comercial entre esta última organización y la Unión Económica Eurasiática (UEE). Esta firma ha sido el resultado de un proceso preparatorio de casi un lustro que posibilitó identificar el alto índice de complementariedad de las economías de ambos bloques –que en su conjunto representan el 6,5% del PBI mundial– y que hacia futuro podría permitir la concreción de un acuerdo comercial similar al que se aspira con la UE.
Este importante avance en el plano económico y comercial, en un entorno internacional cargado de tensiones comerciales y de creciente proteccionismo que ponen en cuestión el orden mundial existente, debería ser matizado con la consideración de una serie de elementos ideológico-culturales y geopolíticos para una cabal comprensión de las potencialidades de la UEE y de su importancia en la construcción de lo que los presidentes Putin y Xi Jinping denominan “Gran Eurasia”.
La UEE se estableció como unión aduanera en enero de 2015 con la participación de cuatro países, Rusia, Kazajstán, Bielorrusia y Armenia, y con la incorporación posterior de Kirguistán. En el marco de las crecientes tensiones generadas en torno a la crisis en Ucrania y las presiones occidentales sobre Rusia, la convergencia entre este país y Kazajstán en particular fue decisiva para la concreción de esta unión aduanera, dotada de una serie de organismos similares a la UE, y que reconstituía –luego de la caída de la URSS– un espacio post soviético que, por un lado, bajo el liderazgo de Rusia, reconectaba la historia reciente de la región con su pasado y, por otro, permitía establecer la región euroasiática como un nuevo núcleo geopolítico, diferenciado tanto de Europa como de Asia. La UEE se concibió, en este sentido, como un potencial interlocutor –en igualdad de condiciones– de la Unión Europea y, a la vez, como un instrumento geopolítico para frenar la presencia estadounidense en la región. No es extraño que, en este contexto, algunos analistas occidentales se focalizaran en la importancia del prolífico debate académico y político generado por el boom de las diversas corrientes de pensamiento neoeurasiático tanto en Rusia como en Kazajstán (y que, en el primer caso, se centró en torno a los debates sobre la identidad de Rusia en la era post soviética, sobre su misión en el orden global y sobre su política exterior –como lo ilustra el pensamiento de Alexander Dugin y de otros intelectuales conservadores en ese país–, y que en el segundo país mencionado se adoptó como doctrina oficial), más que sobre las potencialidades y alcances reales de este nuevo bloque económico y su eventual proyección geopolítica.
Sin embargo, más allá de los complejos debates conceptuales sobre las múltiples visiones del eurasianismo, el efecto geopolítico de las presiones occidentales sobre Rusia en relación con Ucrania –potencial candidato a devenir miembro de la UEE y en la actualidad un socio altamente improbable– y su distanciamiento del marco euroatlántico, hizo que Moscú se planteara como objetivos no perder a otros socios post soviéticos –como los actuales miembros de la UEE–, creando un espacio común y manteniendo su influencia en la región, a la vez de aumentar su importancia y proyección internacional como una potencia resurgente.
Estos objetivos han incidido asimismo decisivamente sobre una creciente reorientación de Rusia hacia Asia; una progresiva articulación entre la UEE y la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) en la que participa China, y un consecuente acercamiento entre las dos potencias. Como resultado, desde mediados de la actual década se ha gestado –pese a las mutuas reticencias históricas previas– una convergencia estratégica entre ambas que ha dado lugar tanto al planteamiento de una articulación creciente entre la UEE y la iniciativa china de la “nueva ruta de la seda” (OBOR) en su marcha hacia el Oeste, como a la asociación –particularmente entre estos países y los países de Asia Central, de crucial importancia para la seguridad regional de ambas naciones– en torno al concepto de una “Gran Eurasia” y a la construcción consecuente de una eventual futura área de libre comercio a nivel continental. Es de notar que, en diciembre de este año, una tercera ronda de consultas entre Rusia y China apuntó a ampliar la cooperación bilateral de los dos países en la lucha contra el terrorismo y el extremismo, con la participación activa de la OCS, que incluye asimismo a Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, con la incorporación posterior de Uzbekistán, India y Pakistán, y la potencial inclusión de Irán y de otros países.
No obstante, los analistas occidentales han cuestionado el éxito y, eventualmente, el impacto del proceso de configuración, en términos geopolíticos y geoeconómicos, de una Gran Eurasia, como un factor decisivo en la reestructuración del poder mundial y del orden liberal internacional establecido por Occidente bajo la hegemonía estadounidense.
En este marco, más allá del actual comercio superavitario del Mercosur con la UEE, de su potencial desarrollo, de la complementación entre ambos bloques y de los vínculos diplomáticos y económicos que tanto sus miembros como otros países de América Latina y el Caribe sostienen con la República Popular China y la Federación Rusa, desde un punto de vista geoestratégico, la firma del memorándum de cooperación en Montevideo suma una importante pieza al tablero de la necesaria diversificación de sus políticas exteriores en un mundo cambiante y a la importancia que, para la región, pueda adquirir la iniciativa euroasiática. n
*Analista internacional y presidente de CRIES (Coord. Regional de Investigaciones
Económicas y Sociales)