COLUMNISTAS

Anestesiados

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No es la primera vez que pasa. Hace veinte años no había revelación del periodismo que le hiciera perder un voto al oficialismo. La revista Noticias titulaba su tapa con “Cómo votar a favor de la economía y contra la corrupción” porque en las primeras elecciones con convertibilidad la exitosa marcha de la economía reducía a la insignificancia las valijas del Yomagate, el “robo para la corona” de Horacio Verbitsky, “la Ferrari es mía, mía” de Menem y tantas otras denuncias periodísticas. Por entonces, sólo Noticias y el diario Página/12 –dirigido por Jorge Lanata– las publicaban.

Al igual que durante el kirchnerismo, varios años después se sumaron al periodismo de investigación los diarios Clarín y La Nación. Pero siguió sin haber revelación de la prensa que le hiciera perder su enorme mayoría al oficialismo, que triunfó –además de en las elecciones de 1991– en las de 1993 y 1995. Todavía estaba reciente el miedo a la hiperinflación de 1989 y muy pocos estaban dispuestos a escuchar cualquier relato que pusiera en serio riesgo la continuidad de lo existente.

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Pero ocho años después de comenzado el menemismo, ya sin Cavallo como ministro de Economía y habiendo superado la crisis del Tequila, muchos comenzaron a creer que la estabilidad económica estaba definitivamente consolidada. Y en las elecciones legislativas de 1997, más tímidamente, y en las presidenciales de 1999, de manera más contundente, la mayoría de los argentinos prefirió votar por candidatos de otro partido que prometían continuar la economía por el mismo rumbo, pero sin corrupción y con mayor prolijidad institucional. No salió bien. Tiempo después de asumir el nuevo gobierno tuvieron que llamar al ministro de Economía del otro partido, que el gobierno anterior había echado por celos de su éxito. Pero aun así todo terminó en el desastre de 2001 y 2002.

Todavía hoy pesa en la mente de muchos ciudadanos la sensación de error por haberse puesto “exigentes” aspirando para la Argentina no sólo a los salarios de España sino también a las instituciones democráticas de un país de la Unión Europea, con alternancia de partidos en el gobierno, división de poderes y prensa sin ninguna interferencia. Pero el deseo se comprobó utópico, generando culpa. Mucha culpa. “Que se vayan todos” era también un desplazamiento del propio sentimiento de culpa por haber(sela) creído.

Aquella experiencia dejó en muchos argentinos, como consecuencia postraumática, una anestesia frente a cierto tipo de deseos que quedaron reprimidos (¿para siempre?) porque ante el primer impulso de aspiración transeconómica una fuerza censora viene a sofocarlo.

Por eso Skanska, la bolsa con dinero en el baño de la ex ministra de Economía, las decenas de denuncias sobre Jaime y los subsidios o las valijas de Venezuela, y ahora Schoklender, son consumidos como ficción por la mayoría de los ciudadanos, que sólo le prestan atención flotante mientras otros, directamente, critican a los medios por esas revelaciones que con oscuras intenciones tratan de interrumpir el crecimiento.

En Brasil, un gobierno no menos progresista que el argentino ya echó al quinto miembro del gabinete por denuncias de corrupción del periodismo. La presidenta Dilma Rousseff lleva poco más de ocho meses de gobierno y parece dispuesta a diferenciarse del propio fundador de su partido –Lula–, quien, aunque nunca persiguió a la prensa, quedó detenido en la vieja justificación de que las denuncias de corrupción de la prensa burguesa son una herramienta que utiliza la oligarquía para reducir la autonomía de los gobiernos populares, algo con lo que también se consuelan los kirchneristas honestos. Si así fuera, el periodismo argentino no hubiera denunciado la corrupción menemista o las coimas del Senado con De la Rúa.

 

*La revista Barcelona, con sabia ironía, “anuncia” que Canal 13 prepara una miniserie donde Laport hará de editor kirchnerista que vive de subsidios, en respuesta a la que Mike Amigorena hará de Magnetto criticando a Clarín.