COLUMNISTAS
CONTRATO DE LECTURA

Aniversario

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El 2013 estuvo marcado por un aniversario al que fui muy sensible, y que los propios interesados comentaron a lo largo de todo el año. Estuve varias veces tentado de aludir al asunto en alguna de mis columnas, pero me detuvo, cada vez, la sensación de que el efecto iba a ser intelectual y un poco snob. Pero bueno, los primeros días de enero recibí –con el retraso habitual de un gran sobre que transita las vías misteriosas del correo ordinario, desde el hemisferio norte hasta Buenos Aires– el número del 50° aniversario de la New York Review of Books. Decidí que no puedo no hablar de ello dado que, de esos cincuenta años, he ocupado una posición de lector fiel e incorruptible durante casi cuarenta.

Dentro de la ola de estudios sobre la recepción de los medios en las últimas décadas, un objeto importante ha sido el fenómeno de los fans –caso extremo de adecuación y ajuste entre producción y recepción– que se manifiesta en múltiples sectores (música popular, cine, series de televisión, best-sellers de ficción, etc.). ¿Soy fan de la New York Review? Hay síntomas: cálculo y ansiedad en caso de retardo; necesidad de un entorno confortable y calmo para la lectura (por ejemplo: nunca en un transporte público de la ciudad de Buenos Aires); imposibilidad absoluta, después de leer todo lo que me interesa de un número, de imaginarme tirándolo a la basura (o sea: colección conservada cuidadosamente desde aquel día en que, hace muchos años, envié los dólares de mi primera suscripción). Debe ser bastante grave, doctor.

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Para ilustrar algunos de los aspectos que a mi juicio explican el vínculo intenso que genera el contrato de lectura de la NYR, he elegido el artículo de Sue Halpern (una de sus editoras), incluido precisamente en el número aniversario. Tiene aproximadamente 4.200 palabras y lleva por título “Are we puppets in a wired world?” (¿Somos títeres en un mundo cableado?). En él se discuten siete libros recientes sobre internet (que representan unas dos mil páginas). La autora evoca la historia de la web a partir  de Arpanet a fines de los años 60 y se da el lujo de recordar, como al pasar, una gran metida de pata del nobelizado Paul Krugman (colaborador de la NYR y que también interviene en el número aniversario): “Para 2005 más o menos –había escrito Krugman en 1998–, resultará claro que el impacto de internet en la economía no habrá sido más grande que el de la máquina de fax”. Uuuuy: uno de esos momentos terribles en que un escribidor se pregunta cuántas veces más, en el pasado, debería haber apoyado la tecla ‘borrar’.

Halpern señala que lo raro cuando se escribe sobre el surgimiento de internet, es que los eventos son tan recientes que la mayoría hemos vivido con ellos y a través de ellos; eso lleva a pensar que la web “llegó como un verdadero ‘deus ex machina’ y de aquí en más es un factor permanente de la civilización y un rasgo definitorio del progreso humano”. El ensayo recorre entonces, a través de los distintos libros discutidos, algunos de los complejos problemas planteados, que tienen todos aspectos positivos y negativos: la digitalización de las bibliotecas; la búsqueda, transformada en algo tan importante como el resultado; la publicización de innumerables aspectos de la vida privada; el valor atribuido por Wall Street a las principales corporaciones de la red, que se define no por el servicio, sino por la información que a través del servicio se acumula sobre los usuarios; el hecho de que en el tratamiento de cantidades gigantescas de datos, internet ya ha sobrepasado la capacidad de un cerebro humano; los aspectos negativos de la supuesta transparencia; el uso cada vez más preciso de la web por parte de las agencias de inteligencia y control de los grandes Estados; el carácter necesariamente reductor de los algoritmos (en su mayoría secretos) que definen la navegación en internet. Una referencia entre muchas: la compañía Narrative Science ha creado un algoritmo que produce automáticamente artículos periodísticos para los diarios y los sitios web, a partir de determinadas noticias. Aquí nuestra autora estalla: “Considérenme antigua, pero…la idiosincrasia, la experimentación, la innovación, la reflexión, la substancia misma que nos hace humanos, se ha perdido. Una cultura que sólo valora lo que ha sucedido antes, cuya primera regla de éxito es que algo pueda ser medido y ‘contado’ (…) no podrá proponer alternativas a la ‘creatividad’ marketinera”. “Internet (…) ha cambiado sin duda cómo pensamos, qué valoramos y cómo nos relacionamos unos con otros (…) Hay tanto bueno –es decir, entretenido, inspirador, informativo, lucrativo, divertido–, que las cuestiones relativas a la equidad y la desigualdad pueden parecer fuera de lugar. Pero mientras la estamos pasando bien, hemos ayudado a crear, felices y motivados, el mayor sistema de vigilancia que jamás se pudo imaginar”. Bueno, materia para pensar. Mi conciencia de fan de la NYR respira con calma.


*Profesor emérito Universidad de San Andrés.