La filosofía griega no profundizó sobre el problema de la nada. Siendo una filosofía del ser, concebía a la nada como negación. La misma dificultad de representación que tiene la palabra “no” en lenguajes pictográficos a la hora de dibujar un objeto no existente. “De la nada nada adviene” porque de lo contrario se destruiría la noción de causalidad y el mundo sería puro azar. Los romanos acuñaron el concepto “ex nihilo” para la generación “de la nada”, siendo esa forma de creación atributo que caracterizaba a los dioses.
Pero aun como condición del “no ser” el tema de la positividad de la nada fue el motor de la especulación filosófica desde su inicio. Ya en el Medioevo se escribió Epístolas sobre la nada y las tinieblas aceptando que de algún modo la nada algo es.
La nada es un concepto vacío de objeto, como ausencia de cualidad y privación pero también como espacio y tiempo puro. Hegel sostuvo que “la nada tiene la misma determinación, o mejor dicho, la misma falta de determinación que el ser”. Colocando en el mismo plano al ser y la nada siendo el devenir lo que hará de ambos otro algo.
A Heidegger hasta se lo identificó como el filósofo de la nada, por su lección inaugural titulada ¿Qué es la metafísica? de 1929. Para Heidegger la nada es un elemento fundamental dentro del cual “flota, braceando por sostenerse, la existencia”. Sin la nada no habría libertad y el síntoma de la existencia de la nada es la angustia. Para Heidegger, “la angustia hace patente la nada” porque “estamos ‘suspensos’ en angustia. Más claramente: la angustia nos deja suspensos”. Angustia como “encontrancia” del ser: estar anonadado dentro de ese vacío que pide ser modificado. Pero hay que diferenciar la angustia como miedo a lo externo de esta angustia ante lo propio.
Esta nada no es negación, es algo mucho más profundo que retomó Sartre como basamento y esencia de la libertad del individuo. “Lo que soy es una nada, esto me da a mí y a mi carácter la satisfacción de conservar mi existencia en el punto cero, entre el frío y el calor, entre la sabiduría y la necedad, entre el algo y la nada, como un simple quizás”. Para Sartre la nada es una consecuencia de la libertad. La sociedad no está determinada y en conjunto somos nuestro propio proyecto: “La nada no se nadifica, la nada es nadificada por el negador.
Elecciones. En el lenguaje corriente la nada tiene un uso cuantitativo como consecuencia de una espera frustrada: no hay nada nuevo en las propuestas de los candidatos en estas elecciones, por ejemplo. Por eso es que emergerían desproporcionadamente menciones al sexo (“garchar” de Tolosa Paz) o al consumo de drogas (el porro de María Eugenia Vidal) banalizando a ambas candidatas. Pero el vacío de esa nada política podría ser percibido como anonadamiento de una sociedad que fruto de esa angustia podrá iniciar un rumbo hacia algo. Una forma de nada que tienda a la realización.
Al no haber una esencia presente que determine el devenir se está condenado a la libertad de la autodeterminación, creía Sartre. Quizás la sociedad argentina sea más libre que en otras oportunidades por la falta de la fuerza hegemónica que imponga un futuro ineludible. Hay un fin de “una” historia en la que el concepto “empate hegemónico” de Juan Carlos Portantiero ya se hizo tan evidente que agotó en su repetición a la sociedad. Y a la vez un punto de confluencia donde ningún partido es absolutamente dominante y todos carecen de fuerza impositiva.
Lo mismo sucede con los medios de comunicación y los economistas, dos de las principales fuentes de construcción de subjetividad sobre lo público. Hay desproporciones de representación entre diferentes posiciones pero ningún sector deja de estar significativamente representado. Seguramente esa falta de definición es la causa del anonadamiento existencial como síntoma del inconsciente colectivo y reflejo del malestar social. Más placentera resulta la certeza de los grandes relatos tanto del kirchnerismo como, más breve, del macrismo en sus apogeos.
Para Kant la ilustración consistía en la salida de minoría de edad: “La incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro” criticando la zona de confortabilidad de esa adolescencia a la que “ha tomado afición”. Pero la angustia de comprobar que “nada” funcionó podría hacer del anonadamiento un despertar. Estamos a solo ocho días de lo que podría terminar siendo el inicio de otro ciclo.