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CANDIDATO, SE BUSCA

Anticipos de campaña

Cristina puso la organización preelectoral en manos de Zannini. Las chances de Scioli, Urribarri y Randazzo.

El pre juicio, Eugenio Zaffaroni.
| Dibujo: Diego Temes

Habrá que repetirlo: la precocidad habitual de la política argentina determinó que ya se vive, a 18 meses del traspaso electoral, como si faltaran sesenta días para los comicios. No se adelanta la fecha, sí el proceso. Hasta la propia Cristina, hostil a esta prisa exagerada que la convierte en “pata renga” (una mujer con funciones, pero sin importancia o con importancia sólo para la Justicia), debió sucumbir a la ansiedad –recordar que castigaba a cualquiera que insinuara una aspiración, de Daniel Scioli a José Luis Gioja– y por segunda vez en veinte días le ordenó a Carlos Zannini la tarea de reorganizar la burocracia peronista,  ese núcleo derrengado al que Ella siempre detestó. Y alinearlo a sus propósitos. Lo que significa, en principio, la defenestración de Daniel Scioli como titular del partido y entronizar como reemplazante a  Eduardo Fellner. Casi una broma de gusto discutible para los entregados miembros del aparato: aunque ya no invocan el ADN para aceptar autoridades, resulta humillante que al nuevo PJ lo dibuje un “chinoísta” de origen, Zannini, y como máximo líder sea designado el gobernador jujeño, que alguna vez firmó y pagó una solicitada en los diarios para jurar que no había sido, no era ni sería peronista en toda su vida. Para que nadie se confunda. Pero, claro, viene inducido por Cristina y, además, cuenta con el respaldo de un justicialista más puro (por padre y hermano), su compañero de estudios en la promoción 23 en el Liceo Militar General Paz, el hoy influyente jefe del Ejército, general César Milani. A Zannini le agrada el personaje por consejo de Milani, su segundo interlocutor en el Ejército (el primero es el general Carena, jefe del Estado Mayor Conjunto), aunque hubiera preferido designar a Gildo Insfrán en ese cargo, otro que como él integró en su juventud la minúscula  Vanguardia Comunista, de la cual luego renegaron –por lo menos es lo que dicen quienes aún preservan el legado de Mao– para hacer entrismo en el PJ y consolidar un retiro próspero si fuese necesario. Todos transversales, oblicuos, de cuestionable escrupulosidad ideológica, sobrevivientes de una raza en extinción: casi un documental para Animal Planet.

Después de una multitud de señales  que la comodidad del cargo no le dejaba ver, tal vez  Scioli habrá comprobado que  él no será el candidato de Cristina. Al margen de once años de historia desencontrada, lo sospechó con nitidez durante la última huelga docente que amenazó derrumbarlo. Y lo confirma ahora con las andanzas sucesorias de Zannini en el PJ. Sorprende, si así fuera, que ahora el gobernador advierta ese desamor: ya la noche del primer festejo de los matrimonios, en el Abasto, cuando logró la victoria junto a Néstor Kirchner, se produjo un corte insalvable, social, cultural, de personalidad, aun en detalles mínimos. Cuando, por ejemplo, los artistas que llevó entonces Scioli –tipo los Pimpinela– irritaron a Cristina, figuras que no eran de su prosapia. “No son mi gente”, pudo haber dicho, mientras los ofendidos debían susurrar sobre la pareja santacruceña: “Ellos no son gente”. Habrá que observar si el dúo Zannini-Cristina impulsa a Scioli para que descienda a competir en la ciudad de Buenos Aires o si éste, aun con menor plafond de la Rosada, insiste en su voluntad presidencial. Es que no aparece un legatario cristinista para sustituirlo con galladura (al menos en las encuestas), aunque la mandataria le endosó esa responsabilidad a su secretario legal y técnico, quien decididamente promueve al entrerriano Sergio Urribarri para ubicarlo en el ballottage de 2015 (el ministro Florencio Randazzo, a pesar de ciertas mediciones, tampoco goza de la preferencia de Olivos). Si pudo fabricar a Néstor, piensa, no debe ser tan engorroso fabricar a Urribarri.

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A pesar de estas fatigas oficialistas y secesionistas, los sondeos reconocen por el momento a sólo tres candidatos y, como se vive en virtual estado de elección, en campaña, parece difícil colar otro postulante (ni siquiera asoma un candidato sustentable para la provincia de Buenos Aires de ninguna fracción). Scioli, entonces, Sergio Massa –más avanzado en la opinión pública– y Mauricio Macri, siempre que haya sol y lluvia al mismo tiempo (reflexión sobre la complejidad de la entente que pretende constituir con radicales y progresistas). Massa se encumbró desde el lugar que muchos desmerecían, la diputación, al  revés de los otros dos, que por disponer roles de gestión se imaginaban más dominantes. No fue formal el ascenso, sobre todo el año pasado, cuando exhibió coraje inusual en la política: 1. desafiando al peronismo y fue por su cuenta a las elecciones (parece que José Manuel de la Sota hará lo mismo con el sello de la Democracia Cristiana en proximas primarias).

2. Enfrentó al implacable kirchnerismo en el poder con una tribu de arriesgados desconocidos. En estos dos meses lo bendijo otra lotería: su oposición a la reforma del Código Penal propiciada por Cristina, Macri, los radicales, Scioli y los socialistas. El triunfo solitario no se congeló, tuvo la fortuna de que le otorgara más consistencia y multiplicación el histeriquismo del juez de la Corte (por no hablar de Jorge Capitanich y sus apariciones patéticas), Eugenio Zaffaroni, quien en principio se olvidó que Massa había sido alto funcionario kirchnerista y protector de su admirado Amado Boudou, descalificándolo con un lenguaje adocenado ya en los mediados del siglo pasado, acusándolo de “vendepatria” y de estar con Braden y no con Perón, como si el Gobierno no hubiera sido el que firmó el último contrato secreto con Chevron (descendiente de aquella Standard Oil vinculada al mítico embajador norteamericano) y existiera tan sólo un justicialista de 40 años que, al ver la foto del millonario “búfalo” Braden pudiera distinguirlo, identificarlo o conocer su biografía, ni siquiera con ayuda de un multiple choice. Más bien, en todo caso, por apariencia lo confundiría con un dirigente de la AFA o un vicegobernador provincial.
 

Zaffaroni, de gigantesco ego penal, no tolera haber perdido políticamente con alguien que se recibió a duras penas de abogado a los 40 años. Y su pretensión cristinista en política pareció refugiarse en la divinidad pública a la señora. Magro esfuerzo cuando, al revés, se cruzaba con quien no dudó en privilegiar a un radical como Gustavo Posse frente a su propia suegra, Marcela Durrieu, en el distrito de San Isidro, a la que ve todos los domingos con las pastas y de quien todo el cuerpo legislativo de la época reconoce como mucho más belicosa que Cristina Fernández. Y fue cierto.