En los comienzos de la filosofía moderna notamos dos temperamentos opuestos. Mientras Descartes pensaba que con la ciencia aplicada el hombre conquistaría la naturaleza y la amoldaría a sus necesidades y deseos de mayor bienestar, Pascal sentía horror ante el vacío del nuevo universo descubierto y consideraba fatuas las ambiciones de los supuestos pioneros del saber.
Esta angustia pascaliana emergía ante lo infinitamente grande del cosmos, frente a la cual la nada de ese “yo” –antes encomiado como roca basal del conocimiento por Descartes, su cogito ergo sum– se hundía en la absoluta ignorancia. Hoy vivimos un momento pascaliano y lo disfrazamos con palabras cartesianas. No tenemos idea de lo que sucede, y mucho menos de adónde se dirige esta crisis, y lo expresamos con cifras trigonométricas y nombres inauditos. Nicolás de Cusa bautizó este tipo de saber como la “docta ignorancia”.
Estoy confundido en tres niveles que deseo describir con la mayor claridad posible para que se entienda mi triple confusión. Ellos se refieren a la crisis financiera global, a la composición y al planteo táctico del seleccionado argentino de fútbol, y, por último, a la formación del psicoanalista.
Respecto de lo primero, la crisis, vuelvo a Descartes. Sabemos que el filósofo del Método era dualista, es decir, que pensaba que el hombre tenía un cuerpo y un alma, y que la sustancia pensante estaba separada de la sustancia extensa, las famosas dos reses: res cogitans y res extensa.
Los científicos modernos especializados en la rama de la neurobiología, pretenden demostrar que esto no es así, y que gracias a los hallazgos de la disciplina, está comprobado que cuerpo y mente están indisolublemente asociados. Más allá de la sospechosa identificación entre mente y alma, nos informamos gracias al doctor Charles Stevens, del Instituto Salk, que el “monismo” es la verdad, o sea la vigencia de la Unidad del Ser, porque en el cerebro que rige nuestra conducta racional, motora y emocional, hay varios miles de millones de neuronas en los circuitos de un cerebro humano. Esas neuronas forman diez billones de sinapsis y el largo de los cables (axones) conectores de la circuitería total llega a cientos de miles de kilómetros. Por estos circuitos el cerebro en un segundo de vida mental genera millones de patrones de descarga. No hay Dos como cuerpo y alma, sino trillones en redes infinitas en una única dimensión de la realidad. Hemos pasado del Dos al Uno. Se supone entonces que el Cosmos se ha ordenado de un modo aún más claro y distinto. Pero si el pensamiento binario confunde y engaña, el trillonésico enloquece. Pascal tenía razón.
Respecto de la crisis financiera la palabra más empleada es “trillones”, gracias a lo cual sabemos que los activos de los EE.UU.son tantos trillones, la masa financiera otros trillones, la deuda acumulada unos trillones más, y si dividimos uno por otro y el coeficiente lo multiplicamos por el 3,1% de aumento de productividad anual, restado el porcentaje de la caída del índice Dow Jones el último miércoles, no nos quedan más que cuarenta y dos trillones de eso... ¿¡de eso qué!?
Nunca está de más enterarse gracias a informantes eruditos de que el señor Atkinson, el doctor Barnenke, el joven economista Bradd Misfitingless de Wall Street, la jueza de la Corte Suprema de los EE.UU señora Condoleezza Jolie no se ponen de acuerdo y discrepan sobre las modalidades de eso, y por lo tanto... ¿¡por lo tanto qué!? Dicen que se viene la depresión, asoma la recesión, el mundo va a cambiar, entramos en la era del poscarbono, nada será igual, todo será peor, o mejor, el capitalismo caput, o, no, el doctor Capuzzoto de la UADE asegura que la tendencia es hacia el alza de las commodities y a la regulación positiva de los mercados, por lo que recomienda comprar... ¿¡comprar qué!? Repitiendo a Kant: ¿no es sublime a la vez que incomprensible la realidad cuando se avalancha?
Como me queda poco espacio, pasaré a un tema infinitamente pequeño, al fútbol. No sé hoy cómo formará el equipo nacional ni el resultado del partido con Chile, pero no creo que las dudas se despejen por un solo partido.
El esquema que propongo es el que empleó Bielsa hace unos años, pero esta vez con ventajas comparativas. Con los jugadores de Bielsa el esquema vertical se hizo monótono y previsible, hoy tenemos jugadores con más técnica e inventiva. No es lo mismo el Cholo Simeone y el Pelado Almeyda en el medio campo que Mascherano y Ledesma, ni el Piojo que de Di María, o el Killy que Maxi; además, nada es lo mismo desde que nació el más grande entre los grandes, me refiero al Pulga Messi.
Por lo tanto el planteo bien puede ser un 3-4-3, con Carrizo en el arco, Burdisso-Demichelis-Diaz, Maxi Rodríguez-Mascherano-Ledesma-Jonás Gutiérrez, Messi-Milito-DiMaría. Los carrileros son importantes, y les tengo fe, tanto a Maxi como a Jonás, abren la cancha y saben retroceder, tienen temperamento peleador, y en lugar de tirarse a los pies del último defensor del equipo adversario a la manera de Tevez, pueden ser contención en la media cancha.
No hago más que pensar en el problema. No sé cómo expresar que a pesar de su talento el señor Román Riquelme succiona las energías de sus compañeros; tampoco sé cómo agradecerle al Pupi todo lo que hace e hizo por la casaca blanquiceleste para que así pueda sentarse al fin consagrado en la platea, y no sé cómo transmitirle al señor Basile mis ideas. Por eso aprovecho la oportunidad que me da esta sección llamada “Ideas”, para intentar desbrozar la confusión en la que está inmersa nuestra Selección nacional.
Finalmente, me aboco al último obstáculo de la razón clara y distinta al menos en esta entrega; me refiero al psicoanálisis y a la labor del profesional del mismo. Si bien el doctor Mario Bunge peca de apresuramiento al tratar a la creación freudiana de brujería, no hay que desechar por eso que algo de brujería hay en esta disciplina. ¿Acaso no nos espanta el uso de la palabra “arte” en lo que se refiere a una relación profesional que se tiene con los seres humanos, más aún cuando se trata de algo referido a la salud? ¿No es mejor el término ciencia, ya que remite a lo comprobable, universal, consensuado y explícito? ¿No nos hundirá en la ciénaga del esoterismo afirmar que el psicoanálisis es un arte clínico que depende de la relación oblicua entre analista y paciente? Mi analista, el doctor Gilberto Simoes, fallecido hace unos meses tras resbalar sobre un papel de diario y golpearse la cabeza, me decía que por algo no se dice: “El doctor Simoes me analiza”, sino “me analizo con el doctor Simoes”... Este me referido a un otro encierra el secreto del arte psicoanálitico y el misterio de la estructura trasvestida del deseo inconsciente. Una vez escribí en la dedicatoria de un libro que le regalé: “Yo me analizo con el doctor Simoes, mientras tanto, pregunto: ¿qué hace el doctor Simoes?”.
No lo sé, aunque espero que su alma descanse en paz .
*Filósofo.