COLUMNISTAS
El infantilismo de los politicos

Aquí, allá y en todas partes

Estuve unos días en Madrid, apenas antes de que Zapatero anunciara el plan de ajuste que le valdría un reto de Cristina Kirchner –siempre firme frente a la marejada–, y de que los comentaristas empezaran a preguntarse otra vez –como escuché en la tele–, si no estaremos frente al inminente final del capitalismo.

Quintin150
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Estuve unos días en Madrid, apenas antes de que Zapatero anunciara el plan de ajuste que le valdría un reto de Cristina Kirchner –siempre firme frente a la marejada–, y de que los comentaristas empezaran a preguntarse otra vez –como escuché en la tele–, si no estaremos frente al inminente final del capitalismo. Un famoso guionista de cine dijo una vez que “nadie sabe nada”, queriendo indicar que es imposible predecir cuánto dinero dará una película, pero la frase se va haciendo extensiva a otros dominios de la actividad humana, hasta llegar a la incertidumbre sobre el orden económico mundial. Nadie parece capaz de asegurarnos que no padeceremos tiranías, hambrunas y guerras generalizadas como tan orgullosamente se afirmaba después de la caída del comunismo y hasta puede ser que, después de todo, sea el propio comunismo el que termine triunfando.
Pero me fui un poco de la visita a la Madre Patria. Es difícil entender la política de un país ajeno. Leemos los diarios, les vemos las caras a los dirigentes, pero nos resulta difícil distinguirlos, y mucho más evaluarlos. Uno tiene el preconcepto de que en España los políticos son más civilizados y que un personaje con el poder destructivo y las costumbres intimidatorias de un Guillermo Moreno (para no hablar de su jefe) sería impensable en Europa. Pero después recordamos que en Italia gobierna Berlusconi y nos prometemos pensar si los evidentes males de nuestra clase política no se mantienen –o aun se agravan– más allá de las fronteras.
En el mes de mayo nos sorprendió en España una columna de Félix de Azúa publicada en El periódico de Cataluña en la que este conocido filósofo, poeta y novelista se despedía de su espacio semanal convencido de que la vida política en España había llegado a un estado tan lamentable que ya era inútil tratar de influir en ella, como había sido su propósito original. El texto señala hasta qué punto los ciudadanos terminan divorciados de sus líderes, porque éstos integran una esfera autónoma, regida por sus propios intereses, “que repugna a casi todo el mundo, menos a los partidos políticos y a aquellos que viven de sus privilegios y subvenciones”.
Este “que se vayan todos” de Azúa –la vieja consigna criolla que últimamente se ha convertido entre nosotros en una mezcla de terror frente a quienes nos gobiernan y desprecio por quienes nos podrían gobernar más adelante– se sustenta en la convicción de que “el estropicio es ya casi insalvable” porque “nuestra clase política no es demócrata. No tiene ni la menor idea de qué quiere decir ‘democracia’. Por eso, no respetan a los partidos adversos, sino que se empeñan en triturarlos y no creen estar en el poder para resolver los problemas de la gente, sino para creárselos porque así lo exige la ‘causa’. Sólo trabajan para su propio partido, como los empleados japoneses trabajaban para su empresa y la yakuza asociada”.
Azúa sostiene que la degradación de la política española la lleva hacia el modelo italiano, al que considera una abyección inigualable. Lo gracioso es que el artículo se publicó también en el blog del escritor y allí arreciaron los comentarios diciendo “acá en México pasa lo mismo” o “en realidad nos vamos acercando al modelo argentino”. Supongo que en muchos países hay quien pueda decir cosas parecidas frente a esta particular combinación de ineptitud técnica, exceso ideológico y desprecio por la vida democrática, situación que según Azúa produce desastres como el actual, de los que resulta muy difícil recuperarse. Pero lo más curioso de su diagnóstico es que atribuye estos rasgos a los políticos de hoy (tanto del oficialismo como de la oposición, desde Zapatero hasta Rajoy pasando por sus compatriotas catalanes) mientras que califica a sus predecesores (Suárez, González y Aznar) de “jefes de gobierno adultos” en cuya época “los adversarios no eran enemigos”. Es evidente que lo de Azúa no se puede trasladar sin más trámite, porque no me imagino a nadie afirmando que en las últimas décadas tuvimos jefes de gobierno adultos. ¿O sí?

*Periodista y escritor.

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