Como le contara desde esta columna hace un par de semanas, el mercado financiero del mundo emergente sigue beneficiándose de un clima global optimista con estas regiones. Los inversores han salido a buscar oportunidades de rentabilidad de todo tipo y los activos financieros y no sólo los financieros, de Asia y América latina, y algunas commodities les resultan muy atractivas. Para comprar esos activos venden dólares y compran la moneda local. Por lo tanto, la mayoría de los bancos centrales de la región están recuperando reservas y, según cada política monetaria, revaluando más o menos sus monedas, e inyectando más o menos liquidez. La Argentina no ha sido la excepción, aunque sólo recibe el “cambio chico” de esta ola. Es como la casa fea de un barrio lindo: vale sólo por el terreno y la ubicación.
¿Qué significa esto para la economía “real”? La tranquilidad financiera y un Banco Central comprando dólares es siempre un buen paisaje para la economía argentina. Pero esa tranquilidad es una condición necesaria pero no suficiente.
Lamentablemente, ese paisaje de calma financiera presenta nubarrones de tormenta importantes. En primer lugar, los problemas fiscales en la nación y en las provincias. Estos problemas fiscales, en el caso provincial, implican la caída del salario real de los empleados públicos, en muchos casos el grueso del consumo regional y, en el caso nacional, demoras en los pagos a proveedores, suspensión de obras públicas y, políticamente, negociación permanente con gobernadores e intendentes para lograr tal o cual favor, a cambio de fondos. En otras palabras, la crisis fiscal provincial afecta salarios públicos; es decir, consumo privado, y también afecta la salud institucional porque, como sucedió con la Ley de Medios, el Poder Legislativo queda a merced del Ejecutivo, a través de la relación financiera entre el Gobierno federal y los provinciales. Asimismo, la falta de acceso a los mercados voluntarios de crédito implica que parte de la liquidez que se genera con la compra de dólares se vuelque a financiar al sector público y no al privado.
En segundo lugar, una tasa de inflación que, más allá del INDEC, resulta problemáticamente alta, erosionando, como se mencionara, el poder de compra salarial, en un contexto de bajo poder de negociación de los trabajadores, en la economía formal, y sobre todo en la informal, por el desempleo y los problemas de rentabilidad de las empresas. Con una masa salarial que cae contra la inflación, la venta de bienes de consumo masivo no puede recuperarse demasiado.
En tercer lugar, la maraña de subsidios, restricciones al comercio, controles indirectos de precios han generado tanta distorsión en los precios relativos, que resulta difícil definir inversiones de mediano y largo plazos. Dicho sea de paso, hoy resulta más barato llenar el tanque de un auto en EE.UU. que aquí. (En la Argentina, con controles de precios y retenciones a la exportación, allí con libre mercado).
Cuarto, y no menor, el enrarecido y conflictivo clima político institucional se suma al problema de los precios relativos y al ajuste de algunos precios para sectores de mayor consumo, tampoco incentiva al gasto y a la inversión. Se hace lo indispensable, lo impostergable, lo extremadamente rentable, lo de corto plazo.
Con este panorama, sin embargo, aún los indicadores privados muestran que la economía dejó de caer y empieza a rebotar. ¿Con qué intensidad?
Volviendo al principio de estas líneas, eso dependerá de cuánto recibamos del clima financiero internacional y en qué medida ese contexto se mantiene o cambia en los próximos meses. (¿Estamos ante una nueva burbuja que explotará?). De cuánto de ese clima se refleje en los precios de los productos que exportamos. De cuánto las condiciones meteorológicas y de productividad locales permitirán lograr una buena cosecha que se “derrame” a todas las actividades vinculadas. Y, finalmente, de cuánto Brasil demande de los productos industriales argentinos (en especial agroindustria y automóviles).
Como se ve, elementos que no controlamos ni sobre los que, salvo bailar la danza de la lluvia, podemos influir.
Las estimaciones más pesimistas, pese a todo, indican una recuperación similar a la caída de este año. En otras palabras, a fines del 2010 estaríamos como a fines de 2008. Habremos perdido “sólo” dos años. Los optimistas, en cambio, apostando a que este clima financiero global se siga sosteniendo y expandiendo, acercando más fondos y más liquidez, suponen un crecimiento para el año próximo que duplica la caída de este año.
¿Y a mí de esto cuánto me toca?, se preguntarán el amable lector o la gentil lectora. Respondo con un versito que define estadística.
“Estadística es aquello que dice que comés un pollo y medio al mes, aunque el pollo en tu mesa no haya estado, porque hubo otro que se comió tres”.