COLUMNISTAS
EL FENOMENO LANuS Y LOS MOMENTOS DE ARSENAL Y TIGRE

Arriba los de abajo

Si algo bueno tiene el deporte es que, cada tanto, permite la aparición casi poética de algunas insensatas e inquietantes metáforas a su alrededor. De pronto, un grupo modesto, ordenado en sus recursos y fuerte en sus convicciones, irrumpe sin permiso en el inmaculado cielo del Poder.

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“El gran estilo nace cuando lo bello
obtiene la victoria sobre lo enorme”
Friedrich Nietzsche(1844-1900)

Si algo bueno tiene el deporte es que, cada tanto, permite la aparición casi poética de algunas insensatas e inquietantes metáforas a su alrededor. De pronto, un grupo modesto, ordenado en sus recursos y fuerte en sus convicciones, irrumpe sin permiso en el inmaculado cielo del Poder. Lo desafía, pretende quedarse donde nadie lo ha llamado. Cuando uno, prudente, pensaba que esos exóticos episodios eran patrimonio de un pasado romántico e irrecuperable, resulta que vuelven, amagan y se instalan, provocadores, aprovechando la decadencia escandalosa de instituciones con glorioso pasado y espantoso presente, como Racing o la UCR. El insólito rush de Lanús hasta lo más alto de la tabla, seguido del casi marginal Tigre y con el modestísimo Arsenal de Sarandí en las semifinales de la Copa Sudamericana obliga, casi, al recuerdo; a la comparación inevitable. Allí están, jóvenes, simpáticos, idealistas, excitantes en su utopía, inmóviles; aquellos barbados de Sierra Maestra entrando en La Habana; el Argentinos Juniors de Borghi y el Checho Batista; los chicos que empuñaban la imaginación como arma en ese furioso París de 1968; esos clausewitzianos Ferro de Griguol y Estudiantes de Bilardo, Portugal y su revolución con claveles. Un pasado congelado por un mundo impiadoso en su pragmatismo, con muros bastante más concretos que el concreto. Entonces, ¿qué hacen ahí arriba esos tipos, molestando, invitando a la sonrisa piadosa, al elogio módico, descartable? ¿Cómo explicarlos?
Ramón Cabrero es un señor grande, serio, invendible para ocupar un banco de primera. Tuvo que irse a Albania para dirigir y un día lo premiaron con un puesto en las inferiores, algo así como el Senado de los clubes. Hace dos años renunció Gorosito y lo pusieron por un rato mientras estudiaban a qué genio contratar. No hizo falta. Lanús se hizo fuerte con sus propios jugadores y terminó como subcampeón de Boca. Se fueron algunos de los mejores, Gioda, Romero, Fabbiani, Archubi o Leto, pero el equipo siguió creciendo con chicos del club. Faltaba gol y trajeron al tipo indicado, José Sand, un 9 que buscaba su lugar en el mundo después de ser descartado por el darwiniano River. Viéndolo tocar por abajo, rápidos, verticales, precisos, parece un equipo europeo con el invalorable plus de puro potrero que le aportan los genes de Valeri, Blanco o Aguirre. Cabrero es un tipo sensato, inteligente, que sabe de fútbol y enseña a jugarlo decentemente. Conduce con sabiduría a un grupo humano muy joven, que también incluye a su ayudante, Luis Zubeldía, 26 años, ex integrante de seleccionados juveniles que dejó el fútbol por una grave lesión. Cuentas ordenadas, dirigentes amigos del perfil bajo, alternancia civilizada en el poder. Un club insólito, la excepción que confirma la regla en un ambiente que hizo del conventillo una parte fundamental del show. ¿Puede ser campeón? Puede. Ojalá. La gente del ambiente se pregunta si Julio I, Papa de Viamonte, dará su “bendición” para que superen al masivo Boca de Pompilio, que es amigo, no como Macri. Uno piensa que sí. ¿Por qué? Porque no ha existido política más astuta en la historia que la vaticana. Cada tanto, un humilde. Y ya.
Arsenal es la obra de Grondona. Creció paso a paso, división a división y nunca se dejó tentar por lujos innecesarios. Primero con Burruchaga y ahora con Alfaro, desarrolló un juego intelectual, especulativo, con pelotas paradas, coberturas, relevos y mucho sacrificio. Recuperaron al eterno Calderón y plantan dos líneas de cuatro sólidas, pegajosas, mecanizadas, y quizá a un chico con aires de solista un poco más arriba: el Papu Gómez, campeón mundial con el Sub 20. Así, pelearán por alcanzar una final continental y serán quienes decidan el futuro de River, nada menos. Increíble.
Tigre es la apuesta de lo imposible por sobre lo improbable de la que hablaba Chesterton. Con Diego Cagna a la cabeza, un técnico debutante en la elite, se jugó por mantener la base del plantel que sumó dos ascensos. Los pronósticos eran desoladores: descenso seguro. Pues no. Juegan lindo y ganan. Son solidarios, elegantes con la pelota en los pies, no se cuelgan del travesaño y tienen potencia en la puntada final con el repatriado Lázzaro, goleador en Praga, barrio de Kafka. Están ahí arriba, lejos del bajo promedio que desvela a los equipos rosarinos y, claro, al apocalíptico Racing.
Las masas prefieren al humilde. Se nota, primariamente, en el boxeo, donde la gente siempre se pone del lado del más débil. Sucedió con el Banfield de Evita que jugó y perdió en 1951 una final contra el hegemónico Racing de su ministro Cereijo. Algunas veces sale bien, otras no. Quizá a alguien se le ocurra inmortalizar la gesta conmovedora pero inútil, como sucedió con el tragabollos Chuck Wepner que en 1975 volteó de casualidad a Alí en una pelea obvia e inspiró al desocupado Silvester Stallone a escribir el guión de Rocky. Quién sabe. Me gustan las causas perdidas, tengo oficio de perseguir al horizonte, señores. No está tan mal, eso. Todavía existen, por ahí, cosas que valen todas las penas.