Sucedió hace cuatro días. Noche, quincho, personajes más o menos conocidos del fútbol, de la política, y amigos del amigo que invita. Cerca de la medianoche, quedamos unos 15 tomando la última copa. Conversaciones cruzadas, más de política en una punta, más de fútbol en la otra. Con un toque de mujeres. Nada especial. La clásica pintura que podría titularse Sobremesa de hombres en asado.
De pronto, de forma inesperada para la mayoría pero no para el dueño de casa y uno de sus invitados, entra, sonriente, Sergio Massa. Venía de caminatas, de caravanas. No parecía cansado. Los que ya lo conocían lo saludan amistosamente, con bromas y abrazos, y los que no, de modo más formal, le damos la mano y nos intercambiamos los nombres. Le ceden lugar en una de las cabeceras. A su lado se sienta un par y amigo suyo, otro intendente del Conurbano.
Como no se aclaró antes que la conversación podría reproducirse, ni siquiera como lo que se da en llamar un “off” –un fuera de registro, donde se citan datos o frases sin consignar la fuente–, nada hay para contar de lo que allí se habló durante las siguientes dos horas.
Pero ese límite no impide dar, al lector interesado y en una columna de “opinión”, la primera impresión que causa un personaje público, de interés general en estos días, cuando se tiene la oportunidad de conocerlo y escucharlo en un ambiente de cierta intimidad y confianza. Son sólo apuntes, trazos a mano alzada, como los de un perfil dibujado sobre una servilleta.
1) Alto, flaco, con panza, cobrizo de piel, canchero. Da “compañero”, peronismo tradicional, pero en una versión relajada. Intenta transmitir “negrito” Conurbano, pero no, no es creíble.
2) Se lo nota ganador y ambicioso, voraz, es consciente de lo que logró hasta ahora, de lo que quiere y de cómo conseguirlo. Apuesta fuerte y a cualquiera que sirva a su objetivo y obsesión. Está dispuesto a hacer lo que los otros no, y más. Todo lo que haga falta.
3) Habla para los cercanos, pero también para los desconocidos, los que estamos más lejos de la cabecera. No retuvo nuestros nombres cuando nos presentaron ni sabe quiénes somos, pero nos trata “como si”. Pasada más de media hora, pensé: No puede con su naturaleza. Es un político, un actor. Se sabe ya notable, con fama, pero esta noche hay seis espectadores nuevos, para él somos seis votos.
4) Como tal, como político, como actor, está constantemente en escena y en el rol principal. Habla, no para, sólo recurre a su par intendente para que confirme lo que él dice. Me pregunto: ¿Será así, fue siempre así o es ahora, cuando está por llegar a la cima, que no escucha? En todo lo que cuenta es protagonista destacado, él es el que siempre la hizo bien, el que la supo y la sabe, el que tuvo y tiene razón, el que controló todo, el que la pensó y la hizo y nadie se dio cuenta antes.
5) Tiene arrogancia y convicción de líder, parece más seguro y más duro que Scioli.
6) Al cabo de una hora de charla, pensé: ¡Eso es!. Una síntesis muy peronista. Hizo inferiores en la Ucede de Alsogaray asociada a Menem, fue apadrinado por Luis Barrionuevo, entrenado en la gestión por Eduardo Duhalde y jefe de gabinete con Kirchner. Todos vieron en él algo de ellos. De Menem parece tener eso de: “hermano, ¿cómo anda Cacho, tu cuñado”, que lo transformaba, a los ojos de la “patria morena”, en “un Carlitos como vos”.
De Néstor Kirchner, la impiedad. Cuando deja de sonreír y se refiere a algo o a alguien que no le “agrada”, la expresión de su mirada se vuelve feroz. Esa crueldad que confirmó Cristina esta semana con una anécdota. Cuando Néstor, que no largaba el control remoto de la tele, le advirtió: “Vos podrás tener ochenta puntos de imagen positiva pero el candidato voy a ser yo”.
Ya de regreso, imaginaba el anuncio desde el centro del ring: ¡y en la última pelea de la noche peronista, por el título vacante, en este rincón! Era un ring extraño, con dos rincones a la derecha.
*Periodista. Coordinador de los medios públicos de la Ciudad.