COLUMNISTAS
el fin del relato

Atenas, Caracas, Buenos Aires

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Una semana particular en la economía global.

Los griegos, en medio de un dilema “argentino”. Y la Argentina, eludiendo el dilema “venezolano”.

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Veamos.

Venezuela ya está transitando el principio del fin de su ciclo populista. La fuerte caída del precio del petróleo le pone fecha de vencimiento a una experiencia que combina el más rancio populismo económico con el realismo mágico caribeño. Simultáneamente, Grecia inicia su propio camino de populismo mediterráneo, tratando de aliviar su situación de insolvencia fiscal negociando una reprogramación de los vencimientos de su deuda pública, y una menor severidad en los pedidos de reforma y austeridad de parte de sus acreedores, y tratando de mantenerse en el euro para salvar su sistema financiero y no sacrificar, ante los dioses del Olimpo, el brutal ajuste ya hecho.

En otras palabras, mientras Venezuela anticipa a la Argentina de fines de 2015 o 2016, Grecia trata de evitar ser la Argentina de 2001/2002, para lograr ser la Argentina de 2003/2004.

Me explico un poco más.

Venezuela pudo sostener su absurdo sistema económico en el marco de un poder político centralizado y popular, frente a una oposición fragmentada y sin ideas, en la medida en que su declinación económica pudo ser disimulada por precios del petróleo extraordinariamente elevados. Cuando la combinación de los precios internacionales del petróleo declinantes y la caída de la producción y la productividad interna, en el marco de precios relativos absurdos e incentivos y regulaciones perversos, obligaba a reformular toda la política económica, reconociendo los nuevos precios internos, compatibles con la nueva realidad local y global, el gobierno de Venezuela decidió sostener su relato mágico reemplazando, cada vez más, política económica por policía y controles. Pero todo tiene un límite, y ahora, inexorablemente, tiene que admitir su fracaso y sustituir el relato por la realidad.

Grecia, por su parte, se vio forzada a un brutal ajuste de su economía pero, en medio de su “propia convertibilidad”, dependía de la devaluación del euro. Ahora que la devaluación del euro se produjo y tiene los precios relativos más alineados, necesita aliviar su carga fiscal, cuya parte más fuerte es el peso de la deuda. Si logra negociar una extensión de plazos de pago, aunque sin quitas, estará en la misma situación que los K cuando asumieron, con el ajuste hecho, la moneda devaluada y sin pagos de deuda en el corto plazo. Sin embargo, este escenario, de un “populismo exitoso”, conspira contra el establishment político europeo mediterráneo, amenazado electoralmente por los partidos del extremo. Y también contra la posición de la Europa nórdica, incluyendo, por supuesto, a Alemania, principal garante y financiador. Los acreedores les tienen que probar a sus votantes que no usan la plata de “sus carpinteros y plomeros” para ayudar a pagar la fiesta de los deudores irresponsables. Si, por otra parte, Grecia rompe con Europa y sale del euro, necesitará un supercorralito para salvar sus bancos, en medio de una crisis inflacionaria y devaluatoria de su “nueva moneda”. Es decir, será más parecida a la Argentina de 2001/2002. Encontrar algún punto de encuentro entre los objetivos de los políticos griegos y los del resto de Europa no será fácil. Sobre todo porque el resto de Europa se supone libre de “contagio”. La amenaza griega de recurrir a la plata de Putin o de China, o incluso de Estados Unidos, suena hoy geopolíticamente poco creíble.
¿Y por casa...? Por casa también hace falta dar por terminado el relato y reemplazar la policía, los controles, el voluntarismo y las planillas de cálculo por una política económica que enfrente un fenomenal desequilibrio fiscal y un alarmante desorden monetario, y normalice un conjunto de precios relativos cuya distorsión actual, dada la situación global, impide la inversión, el aumento del empleo privado y el crecimiento.

Como en el viejo chiste, ya no estamos discutiendo si el relato se termina. Sólo nos debemos un debate serio sobre cuándo y cuál será la mejor forma de terminarlo.

Y las conclusiones de ese debate, por ahora postergado por los dramáticos eventos institucionales que vivimos estos días, y por consejo del marketing político, definirán la forma en que finalizará la experiencia populista local, seguramente menos caribeña y más tanguera.