Hace unos días me pasó algo extraño. Una tarde de un día de semana, no recuerdo exactamente cuál, mi cuerpo estaba sentado en el sillón de mi casa, pero mi mente se había apagado. Mis dedos pulgares todavía podían moverse y yo era consciente de ello. Pero realizaban el mismo movimiento mecánico, deslizándose hacia arriba. El famoso scrolleo.
Cuando logré despertarme de esa especie de trance, me di cuenta que había estado así por lo menos una hora, y solté el teléfono con miedo. Estaba en el medio de una semana agitada. Recién llegado de un viaje con muchas escalas a Israel, y a punto de volver al aeropuerto para cruzar la cordillera. Muchas cosas que hacer, pendientes, reuniones, gimnasio, visitar amigos, familia y horas de sueño pendientes. Pero algo me había llevado a tirarme al sillón a mirar el teléfono por más de una hora.
Cuando me levanté, no estaba más descansado. Más bien lo contrario. Tampoco recordaba mucho de lo que había visto. Mi cerebro se había apagado.
Mi reacción ante esta sensación e incomodidad fue eliminarme un par de aplicaciones y comenzar a investigar sobre el tema. Me topé con un libro de Nicholas Carr que tenía en mi biblioteca. Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestra mente? se titula el ensayo publicado en 2010, antes de que se masificaran el smartphone y la mayoría de las redes sociales que usamos hoy.
La tecnología ha mejorado nuestras vidas, democratizando el acceso al conocimiento
En este ensayo, Carr argumenta que las distintas tecnologías generan distintos tipos de comportamientos en los seres humanos. Y en el caso de internet, a pesar de todas sus bondades, fomenta la búsqueda de lo breve y lo rápido, desincentivando la capacidad de concentrarnos en una sola cosa al mismo tiempo. Volviéndonos seres dispersos y superficiales por el aliento de la multitarea.
Pensémoslo: ¿Somos de los que le sacan una foto al plato antes de probarlo? ¿Nunca nos ha molestado que nuestra pareja esté con el teléfono mientras le queremos contar algo?... Sean honestos con ustedes mismos: ¿Han scrolleado alguna vez mientras manejaban? ¿O mientras estaban en clase? ¿O en una reunión de trabajo?
Un interesante pasaje del libro se mete en un tema que me fascinó: la libertad. De alguna forma, explica Carr, este tipo de algoritmos condicionan nuestra libertad de elección, especialmente cuando están desarrollados explícitamente para generar conductas cuasiadictivas. ¿Seguimos siendo libres? ¿O estamos atrapados en el algoritmo?
Quien frecuente estas columnas sabrá que soy todo lo contrario a una persona tecnofóbica. Estoy convencido de que, en los últimos cincuenta años, la tecnología ha mejorado exponencialmente nuestras vidas, aumentado nuestras posibilidades como especie y democratizado el acceso al conocimiento, como nunca antes se había hecho en la historia de la humanidad. Sin embargo, es importante que comencemos a problematizar estos fenómenos. Poner en cuestionamiento la forma en que nos vinculamos con internet y las redes sociales. Al menos en nuestro metro cuadrado, nuestros amigos y familia.
Pero ahora los tengo que dejar porque me llegó una notificación y tengo 30 minutos de vidas gratis en un juego en el que la estoy rompiendo.
* Autor y divulgador. Especialista en tecnologías emergentes.