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Aunque ganes o pierdas

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No se piense que fue con el gol de Goetze que nació la costumbre nacional de celebrar las derrotas como si fuesen victorias (no hablo del mérito de llegar hasta la final, pues eso se celebró el miércoles 9, al cabo del partido con Holanda; tampoco del reconocimiento a los futbolistas del Seleccionado, pues el mismo se les dispensó el lunes 14, a su regreso desde Brasil): hablo de perder y no obstante ponerse a celebrar, como pasó el domingo 13. No nació con el gol de Goetze ni tampoco con el gol de Brehme, tras el penal que no fue penal allá en Italia 90. Se puede consultar, por caso, la notoria estirpe de ídolos populares del boxeo cuyas victorias gloriosas se han completado con una derrota no menos gloriosa en veladas cumbres en Estados Unidos: Justo Suárez, Luis Angel Firpo, José María Gatica, Oscar “Ringo” Bonavena. Se puede pensar en Reutemann. O en Sabatini con Steffi Graf.

Ya lo dijo Ricardo Piglia: hay que escribir la historia de las derrotas. Cancha Rayada, por ejemplo, es una novela de Germán García y es un poema de Fabián Casas. Una historia de las derrotas probablemente nos narrará mejor, nos definirá mejor, nos explicará mejor, que esta laboriosa historia triunfal en la que, por lo común, nos obstinamos y que nos deja tan desconcertados ante nuestro presente y ante nuestro porvenir. Si alguna calle de Buenos Aires, aunque sea una cortada, se llamara Vilcapugio o se llamara Ayohuma, y pudiésemos caminar por sus vereditas tal como caminamos por las de Chacabuco o por las de Maipú, presiento que nos acomodaríamos mejor en esta espera tan larga del destino de grandeza que desde siempre se nos prometió.

Esta idea me reconcilia de pronto con el billete de veinte pesos, a cuyo frente me cuesta tanto habituarme a causa de mi educación, deudora de la generación del ’37 no menos que de Bartolomé Mitre. Me refiero ahora a su envés, la cara posterior, en la que se honra el combate de la Vuelta de Obligado. Jornada memorable para la historia argentina, tanto como para consagrarla como Día de la Soberanía Nacional: las armas de la Patria, y sus cadenas, se opusieron a la prepotencia colonialista de los barcos ingleses y franceses. Eso sí: el combate se perdió. Aquellos barcos superaron la resistencia costera, rompieron las cadenas y siguieron de largo como si tal cosa. ¿En cuántos billetes del mundo, me pregunto, se conmemora una derrota? La calle que recién yo reclamaba, entonces, en realidad ya existe, está en el barrio de Belgrano, es la primera paralela a Cabildo.

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Se puede contar, por lo tanto, una historia de las derrotas, que complete y contrapese la historia victoriosa de rigor, o se puede ir aun más lejos e intentar algo más arriesgado: volver sobre la historia victoriosa y convertirla, desde sus propios términos, en la historia de una pérdida. ¿Se puede, acaso? Sí, se puede, o en todo caso se pudo: pudo Juan Bautista Alberdi en ese extraordinario texto póstumo que se llamó El crimen de la guerra. En agria disputa con Mitre, toma la figura de José de San Martín, nada menos. Figura intocable por definición para la historia argentina, es tocada de este modo por Alberdi: “Poco a poco los escritores e historiadores de Buenos Aires dieron en desargentinizar las provincias argentinas del Alto Perú, hasta que Bolívar las libertó de los españoles en 1825, y entonces con doble razón Buenos Aires se guardó de recordar que esas provincias argentinas del norte habían sido emancipadas por Colombia (…). La batalla de Maipú es el gran título de la gloria de San Martín. Ella libertaba a Chile, pero dejaba siempre a los españoles en posesión de las provincias argentinas del norte (…). Hay en el mundo países que han agrandado su territorio por la guerra, el Río de la Plata ha perdido la mitad del suyo en poco más de medio siglo, por la espada de sus guerreros, siempre victoriosos”.

Esta idea de Alberdi de que se ganaron batallas pero se perdieron territorios es genial, entre otras cosas, porque altera la oposición habitual entre victorias y derrotas y las pone en una elocuente y paradojal continuidad. Ya lo dijo Borges: “En las escuelas argentinas, El crimen de la guerra debería ser un libro de texto”.