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Baldosas y baldosas

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Yo no tengo mendigo favorito. La situación de todos ellos me aflige por igual. Y la ambición de que exista una sociedad más justa, sin personas que tengan que vivir en la calle, y por ende sin necesidad de practicar caridades y compasiones con nadie, se aplica, en lo que a mí respecta, parejamente a todos los que sufren esa clase de indignidad.

No obstante, he sabido que, en una vereda determinada de Scalabrini Ortiz y Santa Fe, había un linyera que supo hacerse querer por los vecinos y los comerciantes de la zona. Era afable y ocurrente, tenía un televisor y un perro, su vida en la miseria se veía aliviada en parte por la solidaridad que él supo ganarse. Le decían “Pechito”. Murió hace unos meses, en circunstancias que no pocos sospecharon como extrañas.

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Ahora existe una baldosa que lo evoca en el lugar exacto donde vivió (hay que decirlo, y no es ironía: vivía tirado sobre las baldosas). Allí se habla de su valía personal, del afecto que se le tenía. También se refiere, con tono acusatorio, que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se lo llevó cierto día y que, poco después, apareció muerto. La inscripción promueve entonces, a la vez, un homenaje y una denuncia.

Pero ocurre que el tipo de emplazamiento que allí se efectuó es exactamente el mismo que los que pueden verse en distintos puntos de la ciudad, con el propósito de recordar a las víctimas del terrorismo de Estado durante la última dictadura militar. Tales baldosas se colocaron en los lugares donde en los años 70 se produjeron los secuestros, o bien donde esas personas vivían o estudiaban o trabajaban.

La baldosa de Scalabrini Ortiz y Santa Fe es idéntica a esas otras en color, en textura, en tamaño, en tipografía. La descubro el otro día, no sin cierta contrariedad. Nada tengo que objetar a la evocación que quieran hacer de Pechito. Pero a mi criterio es preciso preservar la absoluta singularidad del accionar del terrorismo de Estado, como es preciso preservar la absoluta singularidad de la condición de los desaparecidos. Otra clase de placa y otro tipo de letra, por lo pronto, habrían propiciado este indispensable discernimiento.

Porque la necesidad de contar con una memoria precisa, una que nos permita entender, se enfrenta solamente a veces con su archirrival: el olvido. En otros casos, se perjudica a causa de algunas otras memorias, las que mezclan y confunden, las que hacen de todo lo mismo.