Ahora que Colapinto no corre, es apenas menos ídolo de lo que era mientras corrió. Al fin de cuentas no corrió por tanto tiempo, ni tampoco tantas veces, ni con logros tan resonantes, y no lo precisó para encender entre los argentinos la pasión de una idolatría bien firme. Es cierto que no está tan en el tapete, o que el ACA retiró de su sede de la Avenida del Libertador la gigantografía que lo emparentaba con Fangio y con Reutemann. Pero la pasión del colapintismo sigue ahí, vigente y mayormente intacta, por más que el campeonato de F1 se esté disputando sin él.
¿Y eso por qué? Tal vez porque lo que hay en Colapinto, más allá de sus virtudes de piloto y del futuro que pueda esperarle, es un tipo de carisma (la facha y el desenfado) que lo vuelve idolatrable. Ya ha pasado cuando menos dos pruebas en su carácter de figura pública: una, la del chusmerío farandulesco que hurguetea en lo privado y alienta la ilusión engañosa del conocimiento personal del famoso; la otra, el tironeo crispado de las excategorías políticas, y hoy flujos de emocionalidad intensiva, del “kukismo” y el “antikukismo”, para encajarlo acá o allá.
En la veneración de las figuras del deporte suelen influir variantes que se dirimen más allá de las canchas, de las pistas o del ring. Pero el fervor actual por Colapinto es sin las pistas, y no más allá de las pistas, por lo que exhibe en estado puro la incidencia medular de esos factores externos (pues no es un retirado, alguien que ya dejó, sino alguien que está entrando, o por entrar, en el umbral, en las gateras).
Pero puede que se juegue algo más en la adhesión general a Colapinto en la situación en la que actualmente se encuentra. Y es que damos por sentado, sin saber siquiera sus nombres, que los dos quesos que tiene delante y le impiden ocupar una butaca son pilotos muy inferiores a él, dos troncos con avales o con suerte; que Colapinto está injustamente relegado, quitado de lo que le corresponde por virtud y por destino. Es ese destino en potencia, latente pero certero, y una oscura y presentida conspiración de impedimento, lo que dota a Colapinto de un carácter netamente argentino. Será ídolo cuando corra, será ídolo cuando gane, pero lo es también ahora, y de un modo revelador.