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razones

Belleza e infelicidad

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| Cedoc

Hace unos meses leí todas las noticias que pude encontrar acerca de una escritora que acababa de morir. Miré sus fotos de hace algunos años. Era joven, bella, sonrisa luminosa. Fue también actriz y cantante. El director que la dirigió en alguna de sus películas dice que ella entendió como nadie lo que pretendía de una actuación. Luego escuché algunos de sus temas musicales y me parecieron lo que me parece la mayoría de los temas de la música pop, que ahora se llama indie. ¿Era posible que nadie se diera cuenta de eso era apenas una cosa frágil e inane, una suavidad insípida? Entonces, apenas ocurrida su muerte, y ahora, que pasó cierto tiempo y sigo pensando en ella, me pregunto cómo nunca supe de su existencia. Leo fragmentos de sus libros, que aparecen en los diarios para dar cuenta del valor de su obra, y advierto que la muerta tenía dones, pero entiendo lo que escribió como una serie de repasos de sus días, como un registro contable, inmediato: no encuentro experiencia, ni imaginación, ni sintaxis, ni belleza formal. Me digo que tal vez esté obturado, anulado, arruinado por mis propios gustos, que cargo hace tantos años y ni siquiera sé bien cuáles son. Releo a la difunta y me pregunto si ella habría alcanzado un grado cero de la sabiduría o de la inteligencia que se me escapa, si fue dueña o guardiana de alguna clase de verdad que me pierdo. Me doy cuenta de algo que debería haber entendido desde el principio: todos la querían. Los motivos son un misterio o tal vez son lo más visible en el abismo de una vida que no termino de explorar. Lo que se ve en las fotos es su bondad, reflejada en su sonrisa limpia. Después me pregunto si, cuando llegue mi turno, alguien lamentará tanto mi ausencia. El desinterés que sentí ante su obra resulta entonces efecto de una certeza anticipada: que la respuesta es negativa. Dejando de lado las malas razones del resentimiento, me doy cuenta de que me hubiese gustado conocerla.