Berlín, 30 de abril de 1945. Un día después de casarse, Hitler –56 años– se mata de un tiro en su cuarto del Führerbunker, en el edificio del Reichstag. Stalin urge a sus generales para que avancen sobre Berlín a fin de evitar que los aliados occidentales le “soplen la dama”. El cruce del río Oder es crucial para lograrlo y el mariscal Zhukov y el general Chuikov emplean todos los medios de que disponen, incluidos 143 reflectores de la artillería antiaérea, para encandilar a las tropas alemanas.
El 1º de mayo la bandera de la URSS ondea en la cúpula de Reichstag y el 2, a la una de la madrugada, el general alemán Weidling firma la rendición de la capital ante el rojo Vasili Chuikov, sin satisfacer el deseo de Stalin: que la rendición de Berlín coincidiera con el Día del Trabajador.
El 8 de mayo, en la sede del comando supremo soviético –en el barrio de Karlhorst– las potencias aliadas y la Unión Soviética reciben la rendición incondicional de Alemania, que firman los tres enviados del almirante Karl Doenitz, sucesor de Hitler al frente del Tercer Reich, el 8 de mayo a las 23.43 (00.43 hora de Moscú, del 9). Día que, para los países de las entonces potencias aliadas, será el de la victoria sobre la Alemania nazi. El día “V”. Para Rusia, por aquella diferencia de huso horario, la fecha que marca el fin de la “gran guerra patria” es el 9.
Día, hora y designación diferentes para el mismo conflicto que cambió el rumbo de la humanidad, demolió modos de pensar la vida y alumbró posibilidades de hacer mejor el futuro.
La ilusión de un renacer abrió las compuertas de la emoción; millones de ciudadanos salieron a las calles de las ciudades a expresar la alegría por la vuelta a la cordura y a la posibilidad de vivir con un horizonte sin sangre ni ruinas. En Londres, la actual soberana, entonces princesa Isabel, fue autorizada por sus padres a salir a la calle –de incógnito– con su hermana Margarita y a mezclarse con la muchedumbre para disfrutar del júbilo.
A partir de ese día se abrirían miles de hospicios, asilos de inválidos, orfelinatos y hospitales y se erigirían millones de lápidas que cubrirán colinas enteras de Europa y Asia.
Los números de la muerte paralizan: Rusia: 23,7 millones de víctimas civiles y militares (13% de su población); China: 19 millones (3,5%); Polonia: 5 millones (18%); Alemania: 9,7 millones (11%); EE.UU.: 325 mil (0,2%); Reino Unido: 320 mil (0,5%); Italia: 420 mil (0,6%); Francia: 520 mil (0,7%).
La fecha de la paz signó también la reactivación entre Occidente y Moscú del temor y la desconfianza recíprocos, que las reuniones de Teherán (1943), Yalta (1945) y Potsdam (1945) entre los líderes norteamericano, británico y soviético tradujeron al lenguaje descarnado de las pretensiones territoriales y al equilibrio de poder de posguerra.
Entre la repulsión por el fascismo y el miedo a los “rojos”, un puñado de jefes políticos y militares del hemisferio norte decidieron reconstruir la musculatura de Europa mediante el Plan Marshall, y dar a la izquierda tanto lugar, en gobiernos y planes de gobierno, como fuera necesario para evitar un predominio del Partido Comunista en varios países centrales. Lo ocurrido en China después de la derrota y rendición de Japón haría sonar suficientes alarmas.
En Buenos Aires, el gobierno del general Edelmiro Farrell había declarado la guerra a Alemania el 27 de marzo de 1945, mientras era ministro de Guerra el general Juan Perón. El 8 de mayo, grupos de argentinos admiradores de los vencedores se agruparon en Plaza Francia para celebrar. Se cantó el Himno Nacional y la Marsellesa y se vivó a De Gaulle y a Winston Churchill.
Pocos días después llegaba el nuevo embajador norteamericano, Spruille Braden, quien fue recibido por una granada concurrencia que le tributó señales de estima. Unas tres semanas más tarde, el 10 de junio, se decidió el cambio de mano en todas las rutas y calles de nuestro país. A partir de ese día se dejó de circular y manejar por la izquierda, como en Inglaterra.
Se abría para nosotros una expectativa de cambio que iba a acompañarnos cotidianamente durante una década. Para el mundo, el discurso de Charlie Chaplin en los minutos finales de la película El gran dictador resumía, con cierto candor kitsch, las grandes ilusiones que se inauguraron en 1945. Años después, el exilio forzado de Chaplin de los EE.UU. revelaría el surgimiento de nuevos demonios y el nacimiento de los pertinentes exorcistas.
Contra ese rebrote de intolerancia se fueron estrellando sucesivas, profundas y admirables propuestas humanistas emanadas de hombres y mujeres de condición intelectual y ética superior, en todo el mundo. Y se siguen estrellando.
Moscú, 9 de mayo de 2015. La celebración de la victoria de 1945 tiene ya dos versiones: la rusa, en la Plaza Roja con un megadesfile presidido por Vladimir Putin y los presidentes de China, Cuba, Venezuela, India, y el secretario general de las Naciones Unidas. Y el otro, el día 8, en Londres, París y Washington, separadamente.
Por segunda vez desde 1945, y luego de que la caída del Muro inspirara un intento de reconciliación, todo, aun la historia y su significado, vuelve a diferir según si la definición proviene de Moscú o de algún país de la OTAN.
El peligro se sitúa en el punto en el que retornar a un entendimiento se hace inaceptable para las partes (sus intereses geoestratégicos). Setenta años después del espanto de la Segunda Guerra Mundial, estamos muy cerca de llegar a aquél.
La bifurcación de significados aparece en dos casos citables: a) el ministro de RR.EE. polaco, Gregory Schetyna, dijo a la radio de su país, en enero de 2015, que quienes liberaron el campo de concentración de Auswichtz-Birkenau el 27/1/45 fueron los ucranianos; aseveración que Vitali Churkin, representante ruso ante las Naciones Unidas, contestó recordando que el Ejército Rojo era multinacional y lo componían rusos, azeríes, georgianos, armenios y ucranianos, entre otros cien grupos étnicos.
Pero el trofeo del asombro se lo lleva el “premier” ucraniano, Arseni Yatseniuk, quien el 7 de enero de 2015 declaró a la televisión alemana que “todos nosotros recordamos claramente que fue la URSS la que invadió Alemania y Ucrania”. Luego del siglo doloroso del que habló el poeta turco Nazim Hikmet, siguieron los alaridos desgarradores. Pero no son de aurora.