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Las novelas de anticipación son todas enormemente atractivas.

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Las novelas de anticipación son todas enormemente atractivas. Incluso las que no son muy buenas y, de veras, las que son un bodrio irremediable. Y es que todas despiertan algo en quien las lee. Atención, a menos que… a menos que el que lee esté dispuesto a no creer en nada. Despiertan, si uno las deja, despiertan las dudas: ¡ajá! ¿y si es verdad? ¿y si llega a suceder de veras? Y como todavía no ha llegado eso que nos están contando, bueno, pues claro que puede ser que sea verdad ay qué miedo, o: ay qué sensacional ojalá que sea verdad. También hay que ver que el mundo, la vida, vamos, todo eso que pasa más allá del umbral de nuestras casas, todo eso es enormemente atractivo, estupendamente complicado, maravillosamente esperanzador, horriblemente vislumbrado. ¿Y si todo eso llega a ser verdad? Bueno, por qué no. Si miramos a nuestro alrededor, si nos sentamos a ver televisión, si leemos los diarios, si nos llegan noticias de lejos, caramba, qué mundo el nuestro. Qué mundo complicado, multicolor y multisabor. Qué mundo atractivo y al mismo tiempo prometedor de las más atroces realidades jamás soñadas.

Y siempre ha sido así, estimado señor, querida señora. Siempre. Si no lo hubiera sido, no tendríamos a la mano una historia de la literatura (o del cine o de la pintura etcétera) llena de dramas, tragedias, comedias, esperanzas, tristezas y todo lo demás que pueda usted imaginar en el rubro fantasías del futuro. Debe ser por eso, digo, que la ciencia ficción y la narrativa fantástica despiertan tanto entusiasmo como rechazo. Porque como todavía no ha sucedido nada de lo que leemos… bueno, pues vaya una a saber si no va a suceder. Y vaya usted a saber si no ha sucedido algo de eso y todavía no nos hemos dado cuenta. No sé a usted, pero a mí me fascina pensar que sí, que sucedió, y que en cualquier momento vamos a abrir los ojos a la verdadera realidad. Arremanguémonos, que ahí viene el futuro, no en tranvía, no en cohete, simplemente paso a paso.