El matrimonio Kirchner ya logró lo máximo a lo que puede aspirar cualquier pareja de militantes políticos. No importa cómo le vaya a este gobierno. Ya entraron juntos en la historia, del brazo, como aquel día de mayo de 1975 cuando se casaron por civil en La Plata y ella lucía un elegante trajecito azul. ¿Qué más le pueden pedir a la vida, en lo personal? Ambos fueron elegidos presidentes de este país por el voto popular. Primero fue Néstor cuando ni su madre creía que podía llegar. Después fue Cristina, la primera mujer presidente de la historia. Han sido tocados por la varita del destino. No hay antecedentes (ni aquí ni en otras latitudes) de un matrimonio que se haya sucedido uno al otro en el poder ganando limpiamente las elecciones. Si se les pregunta sobre ese tema en la intimidad, seguramente dirán: “Ya estamos hechos”. Si es un reportaje público, tal vez repitan un discurso políticamente correcto aprendido en el peronismo de los setenta, donde se acostumbraba a medir los éxitos “desde lo colectivo y no desde lo individual”. No hay forma de salvarse solo, rezaban Armando Tejada Gómez y Mercedes Sosa en Hay un niño en la calle. “No se puede arrojar ciegamente a los demás de la balsa” era la consigna del poeta.
La salvación es de todos. Del pueblo. Seguramente, estos conceptos rebotarán de vez en cuando en sus conciencias. Pero los Kirchner tomaron sus precauciones. Por si no pudieran concretarse aquellas viejas utopías, aprovecharon para empezar a salvarse ellos y hacer una suculenta fortuna más por el atajo de la renta y los préstamos que por el camino de la producción.
De todas maneras, mantienen sus ilusiones reformistas. Rodeada por el ex jefe tupamaro y actual senador y precandidato a presidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica, y por el cuadro internacional más importante del Partido de los Trabajadores y asesor de Lula, Marco Aurelio García, la Presidenta dijo: “Yo no tengo la soberbia de creer que esto es el fin del capitalismo. Sí creo que se cayeron algunos paradigmas que rechazaban cualquier tipo de intervención del Estado y que la economía real va a tener a partir de ahora otra centralidad. El tiempo de los que pensamos que algo diferente se podía hacer ha llegado y creo que es la hora de aprovecharlo”.
Esa expresión de deseos se choca con el intento de eternizarse en el poder, como hicieron en Santa Cruz. Néstor cometió un sincericidio en el acto de homenaje a Raúl Alfonsín, cuando le dijo al fotógrafo presidencial Víctor Bugge: “No me saques fotos que me dan ganas de volver”. Algunos radicales chicaneros comentaron por lo bajo: “¿Y no le dan ganas de devolver?”. A eso hay que sumarle la insólita alquimia de reforma constitucional en la provincia de Buenos Aires que ya dio su primer paso formal con la presentacion del proyecto. ¿Irá Scioli encabezando un plebiscito por el “sí”? ¿Será Néstor un candidato pingüino en territorio bonaerense? Todavía no es hora de definiciones electorales.
A veces el matrimonio hace un esfuerzo por comportarse en forma tolerante y pluralista, pero de pronto cae en actitudes casi monárquicas que superan sus propias intenciones. Es más fuerte que ellos. Está en su naturaleza, como enseña la fábula de la rana y el escorpión. Vale la pena recordarla porque describe muy bien determinadas contradicciones genéticas del Gobierno.
El escorpión le pide a la rana que lo cruce por un caudaloso río.
—No –le dice la ranita–. Yo te conozco: vos me vas a picar y me vas a matar.
—¿Pero cómo se te ocurre semejante locura? –replica el escorpión–. Si yo te pico en el medio del río nos ahogamos los dos, porque yo no sé nadar.
La rana no termina de confiar pero finalmente acepta. En el medio del río, el escorpión la pica. La rana empieza a hundirse y alcanza a preguntarle:
—¿Por qué lo hiciste?
—Está en mi naturaleza –responde el escorpión, a punto de hundirse encima de la rana.
Hay algo en el ADN personal y político de los Kirchner que los lleva a automutilarse. A lastimar a sus aliados. A tirar afuera la pelota que quedó picando frente al arco y pagar gratuitamente montañas de costos políticos.
u Por un lado, le ordenan a Sergio Massa que les diga a los diputados que se van a abrir las puertas del INDEC para inaugurar un debate sobre la recuperación de la credibilidad perdida de las estadísticas públicas. Y, al día siguiente, le dan la derecha a Guillermo Moreno para que se muestre al lado y por encima del ministro Carlos Fernández en una reunión con la Presidenta, donde se anuncian rebajas en los precios de los artículos de limpieza.
u Por un lado, Cristina se emociona hasta las lágrimas y toma con ternura y sus dos manos la cara de Raúl Alfonsín y habla de unidad nacional y convivencia. Y, por el otro, sigue sin dirigirle la palabra al vicepresidente de la Nación, al que ni siquiera invitaron a la ceremonia donde se homenajeó a su correligionario. De paso, digamos que Cobos mantiene intacta su alta imagen positiva y sigue sin dar puntada sin hilo: fue a exponer a un seminario en Miami, hoy convertida en una trinchera antikirchnerista en los Tribunales donde brilla la estrella de Antonini Wilson.
u Hay que facturar también a los Kirchner la generación de un clima ríspido necesario y suficiente como para que un moderado como el jefe del bloque de diputados oficialistas, Agustín Rossi, cachetee a los radicales ese mismo día diciendo que “Alfonsín federalizó la hiperinflación y los saqueos”, más allá de que después haya pedido disculpas. O para que un acto del 17 de Octubre con Néstor en Paraná, con el gobernador Sergio Uribarri, tenga su contracara en Concordia sin Néstor y con el ex gobernador Jorge Busti. O para que la pelea interna del Partido Socialista sea tan feroz como para que se cuele un mensaje mafioso en un aviso fúnebre de Clarín deseando “que en paz descanse” al secretario general del partido. Carlos Roberto (de él se trata) es un opositor a los socialistas K y está vivito y coleando de bronca por esa amenaza tan pesada.
u Por un lado, arman un operativo seducción para recuperar la relación con Juan Schiaretti o con Carlos Reutemann. Y, por el otro, ignoran a Felipe Solá o deprecian en la intimidad a Aníbal Ibarra o recién comienzan el nuevo diálogo con el mejor amigo político de ambos, después de Carlos Zannini, que se llama Alberto Fernández. Viven dejando de saludar o de atender llamados de la gente que quieren congelar.
u Hacen como que no existen. Les cortan los víveres. Les retiran el saludo. Chiquilinadas que a veces cuestan caro. Sobre todo cuando las sospechas de corrupción salpican fuertemente los fondos que se utilizaron para la campaña electoral. Está el barro que todos los día llega desde Miami con Antonini Wilson y sus valijeros, y los palazos que todos los días recibe Claudio Uberti. Y también están las sombras que oscurecen la relación entre uno de los recaudadores de todas las campañas K como Héctor Capaccioli y quien es formalmente su superior jerárquico, la ministra Graciela Ocaña. Ya dijimos que esta batalla es clave porque servirá como caso testigo. ¿Cómo reaccionará Cristina frente a denuncias que involucran a gente muy cercana a su entorno?
El resultado, por ahora, es incierto. Muchos creen que Cristina aplicará el mismo remedio que en la pelea entre Alberto Abad y Ricardo Etchegaray. Tarjeta roja para los dos, pero uno de ellos saldrá por una puerta y entrará de nuevo al Gobierno por la otra. En este caso, dicen que ya le están preparando el futuro cargo para que asuma Capaccioli. Si eso se concreta, entre los transversales concertadores y progresistas, el eventual despido de Ocaña podría funcionar como un llamado a la emigración masiva hacia otros horizontes partidarios.
u Por un lado, Cristina se cuida y cuida a su marido para no agredir al campo, y elige el camino del ninguneo y de matarlos con la indiferencia. Y, por el otro, aparece el vocero generacional de ambos, Carlos Kunkel, hiriendo hasta la sensiblidad religiosa de mucha gente al recomendarle al campo que le pida “a Bergoglio que rece más fuerte para que haga llover, porque nosotros no manejamos las nubes”.
Menos mal que Kunkel no maneja las nubes, porque encontraría en su existencia algún motivo conspirativo del imperialismo contra el gobierno nacional y popular que el defiende.
u Por un lado, le piden a Carlos Cheppi que prepare urgentes medidas para la atacar la emergencia de la maldita sequía. Y, por el otro, reaparece Luis D’Elía diciendo que los ruralistas están fundando “el partido de las oligarquías rurales”.
Esa naturaleza los desborda a los Kirchner. Y los lleva a ser agresivos aun contra su propia conveniencia. Por eso les cuesta demasiado armar una estructura o dejar una estela que los prolongue en el tiempo. ¿Existe el kirchnerismo más allá de Néstor y Cristina? ¿Una vez que dejen el poder y la caja, habrá dirigentes que se autotitulen orgullosamente kirchneristas? ¿ O, tal como ocurre ahora con el flamante candidato a presidente Mario Das Neves, todos dirán que son peronistas? ¿Qué otros líderes en condiciones de encabezar alguna boleta en 2011 son ortodoxamente kirchneristas?
El resto de los candidatos presidenciales que están en las gateras también se define como peronistas a secas. Son capaces de participar de todas las etapas. De Menem a Kirchner. Siguen siendo justicialistas como Daniel Scioli, Solá, José Manuel de la Sota o Reutemann.
¿Quién será entonces el presidente que dentro de diez años descubra las esculturas de Néstor y Cristina en el Salón de los Bustos de la Casa Rosada, como ella hizo con la de Alfonsín? ¿Alguien se imagina a Julio De Vido o a Carlos Zannini presidentes? Los opositores más malditos hablan de Rudy Ulloa Igor o de la continuidad de la dinastía patagónica con Máximo Kirchner. Por algo su agrupación se llama “La Cámpora”, dicen con malicia.
Esto confirma que la radiografía conceptual más certera que se hizo de los Kirchner fue la de Julio Bárbaro, durante el reportaje de Jorge Fontevecchia en PERFIL. El 20 de abril pasado, Bárbaro dijo: “El Gobierno se sitúa en un lugar donde lo psicológico tiene más peso que lo ideológico. Si a usted lo maltrato, pues eso tendrá más peso que nuestros diferentes pensamientos”.
Es una de las claves para explicar por qué los Kirchner no pueden dejar más descendencia política que ellos mismos. La estrategia del “tomala vos, dámela a mí”. Por eso Néstor dice que tiene ganas de volver. Pese a que lograron lo máximo a que puede aspirar cualquier matrimonio político, nada satisface su bulimia de poder.
Van por más. Está en su naturaleza. Ojalá la Argentina no sea una simpática y crédula ranita.