Pasado mañana, Independiente recordará con nostalgia que hace 25 años empataba 0-0 con Gremio de Porto Alegre en Avellaneda y se quedaba con su séptima Copa Libertadores, que lo convirtió en el Rey de Copas, al menos en esta parte del mundo. Después, Boca le discutió ese título y la cosa se transformó en una cuestión marketinera más que real. El Rojo había ganado 1-0 en la ida, en Brasil, con un golazo de Burruchaga y una actuación muy cercana a la perfección. Era lo que hacía falta. Gremio había ganado la Copa en 1983 y estaba peleando la del ’84. Esa vez, más el gran equipo que armó Jorge Solari en la temporada ’88/’89, más el de Brindisi que ganó el Clausura y la Supercopa ’94, deben haber sido los últimos equipos rojos que la gente recuerda de memoria. Goyén, Clausen, Villaverde, Trossero, Enrique, Giusti, Marangoni, Burruchaga, Bochini, Bufarini, Barberón. Esa era la formación, modificada a veces por Reinoso, Merlini, Bufarini o Monzón. En la segunda mitad del ’84, Percudani sucedió a Bufarini y se convirtió en bronce por el gol al Liverpool, con el que el Rojo completó el cuadro ganando la Intercontinental.
Una vez, Héctor Grondona –titular del Rojo en los títulos de Brindisi y en la Supercopa ’95 del Zurdo López, último galardón internacional del club– dijo off the record: “Antes era más fácil. Había que tener contento a Bochini y armarle el equipo alrededor. Con un cinco que corriera y recuperara, un volante de buen pie que le devolviera las paredes y un buen delantero que concretara los pases del Bocha, Independiente podía contar con un buen equipo o con uno competitivo que peleara los cinco o seis primeros lugares. El problema empezó cuando se fue Bochini. Nos quedamos sin referencia”.
Acá podría estar el origen del mal que Independiente arrastra desde hace muchos años: la falta de referencia de un crack. El club no puede retener a ninguna figura. No pudo con Milito, no pudo con Forlán, no pudo con Agüero ni con Ustari. Ni siquiera pudo quedarse con Denis. Ya no hay un crack alrededor del cual hacer girar el equipo. Por supuesto, hay otro dato fundamental. En aquel tiempo del que hablaba Grondona, el club tenía una economía sana que le permitía mantener contentas a sus estrellas. Entonces, como era capaz de retener al Bocha, podía pensar en una formación competitiva.
Había inferiores sólidas (de ellas salieron Reinoso, Percudani, Luli Ríos, Monzón, Garnero, Gustavo López, Rotchen o Rambert). Y en cuanto a incorporaciones, la última realmente importante que contrató fue José Luis Calderón. No porque fuera mejor que los que vinieron, sino porque lo compró en la cresta de la ola. Caldera venía de ser el goleador del torneo anterior. Independiente fue, puso la plata y lo sumó. El club tenía prestigio y crédito. Ahora no pudo traer a Gary Medel y hace seis meses a Bolatti, luego de lo cual tuvo que conformarse con el paraguayo Diego Gavilán.
En 1986, Independiente fue por Islas –que tenía 22 años y era el mejor arquero de la Argentina– y se lo compró a Estudiantes porque el jugador lo forzó, sabiendo que ese pase siginifica un progreso en su carrera.
La debacle actual tiene varios padres. Ya en los 90, Independiente pagó un millón de dólares por Ramón Hicks, otro tanto por Arístides Rojas, dos millones por el Pepe Albornoz, otro tanto por el Yagui Fernández… En estos tiempos, el ecuatoriano Moreno le costó 900 mil dólares, lo mismo que Damián Luna. El precio de 3.200.000 dólares que se pagó por Leonel Núñez alcanza para preguntar quién lo vio jugar antes de traerlo. Porque después ningún presidente pudo detener la caída (lo del ’94 fue una brisa, pero no marcó tendencia) y, lo que es peor, poco y nada se sabe del destino de cierto dinero importante que entró al club. Independiente vendió a Forlán, Vuoso (cinco millones de dólares al Manchester City, ahora no pudo repatriarlo desde México), Milito, Agüero, Ustari, Denis… Esto, sin contar a las operaciones menores…
¿Cómo es que no tiene el estadio listo?, ¿cómo es que no tiene un equipo competitivo? Agreguemos que las inferiores no sacan jugadores que rompan los moldes, que quien hace las negociaciones por lo general fracasa, que uno puede explicar la elección de Américo Gallego como entrenador pero de ninguna manera la de César Menotti como mánager… No es Menotti alguien que le haya aportado demasiado a Independiente.
Hace 25 años, Independiente ganaba su última Copa Libertadores. Lleva 14 años sin obtener un título internacional. Fue ejemplo en el continente, fue el mejor club del mundo y el argentino más famoso. Uno decía “Independiente” en cualquier parte de Europa y un futbolero de ley nombraba de una al Chivo Pavoni, a Pepé Santoro, a Bochini, al Pato Pastoriza…
Ningún dirigente de la era moderna supo hacer valer esa gloria acumulada a través de tantos y tantos años, a través de tantos y tantos jugadores que hicieron de la camiseta roja una forma de vida. Peor aún: la tiraron por la borda.
Da pena ver que este equipo ya no sea el orgullo nacional. Da muchísima pena ver que, si las cosas no se modifican radicalmente, el color sepia de las fotos de los tiempos de gloria se irá acentuando. Hasta ajarse.