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Cambiar la voz

Desde hace años me dedico –de modo muy amateur– a registrar lecturas de narrativa y poesía con grabadores y filmadoras digitales. Tengo un archivo desprolijo pero bastante completo de escritores de mi generación leyendo sus textos.

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Desde hace años me dedico –de modo muy amateur– a registrar lecturas de narrativa y poesía con grabadores y filmadoras digitales. Tengo un archivo desprolijo pero bastante completo de escritores de mi generación leyendo sus textos. Sin embargo, creo que no logré escucharlos cabalmente hasta que me topé ayer con lecturas de hace cuarenta años. Fui a una muestra en el Centro Cultural Recoleta que se llama Escritores en vinilo, donde se puede oír con auriculares a seis autores argentinos leyendo sus propios textos: Borges, Girondo, Cortázar, Marechal, González Tuñón, Beatriz Guido. Los grabó el librero y poeta Héctor Yánover, en los años 60 y 70, en AMB, un productora creada por él. Entre las tapas originales de los discos y un viejo tocadiscos Winco como un tótem ubicado en medio de la sala, la muestra destaca y hace un culto del soporte analógico del vinilo, que después de haber sido desplazado por el CD y el mp3, ahora parece haber vuelto para quedarse. Pero lo que más me interesó y sorprendió es el tono de esas grabaciones, algunas de las cuales circulaban en cassettes mal grabados en los años 80. La voz de Cortázar con sus raras erres, una voz argentina y francesa a la vez, que no quiere sonar solemne, que quiere entrar en confianza, pero que se agrava en la lectura, se entrega a cierta suntuosidad de la palabra, y queda finalmente algo afectada. La voz de Leopoldo Marechal, enfática, tomándose muy en serio. La voz de Jorge Luis Borges, entre pomposa y tartamuda. La voz de Oliverio Girondo, hipnótica, cavernosa, coral. Escritores en vinilo da cuenta de un momento preciso de la literatura argentina, cuando los poetas todavía cantaban un poco, declamaban alargando las vocales, inflamando el verso. Pero volviendo a cómo se lee hoy día, me pregunto cómo sonará dentro de cuarenta años (si es que siguen existiendo el mundo y la literatura) este tono actual menos enfático, más bajo y casi confesional de las nuevas generaciones. Tengo la sospecha de que también va a sonar poco natural y afectado, no por exceso de lirismo, sino al contrario, por ser una dicción casi robótica, de emoción borrada, alienada hasta la indiferencia.