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Cantando la canción imaginaria

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| Cedoc

Pienso que Maradona es como el calor, que permite que los pobres puedan dormir en la calle y los ricos salir a pasear en yate. Pienso que si un extraterrestre mirara fotos de Maradona flaco gordo hermoso pelo azul naranja, se llevaría una imagen equivocada sobre la raza humana. Pienso que Diego es un señalador fosforescente del libro de nuestra vida: las madrugas del 79 con mi padre, la pieza solo iluminada por el foco del televisor, siguiendo a la selección juvenil en el país del karate do, el país de la mano abierta y la bomba atómica. La cara de Ernesto tatuada en el brazo. Los pantalones pescadores, la etapa de la vincha, el período azul, el ron cubano. 

Pienso que el Gordo es políticamente incorrecto, como Dios, que no para de hacerte bullying a todo lo que da. Qué lo que pasó, Nietzche ya lo había anunciado hace mucho. Pienso en qué pasará  con el entorno milenario del Diego, ahora que se quedaron sin trabajo y van a tener que salir a robar. Alguien debería ocuparse de ellos. Algún programa de la tarde, algún talk show del fin de la transmisión. Pienso en el olor que producen las medias de nylon después de caminar por el insomnio durante toda la noche por las paredes de tu pieza. Un olor maradoniano. Pienso que enterrarlo de cuerpo entero es horrible. Se va a estar moviendo todo el tiempo, no va a estar a gusto en esa ocuridad terrosa donde no hay camiseta que valga. Pienso contar hasta diez antes de prender la tele y escuchar a la caterva de periodistas deportivos hablar boludeces a granel. Pienso que no escribo lo que pienso. Que una vez estuve en la misma ciudad que el Diego. Pienso en lo que me costaba trabajar en un diario con una diferencia horaria en la que cuando cabeceaba de sueño, el Gordo se estaba levantando, y hacía desastres y teníamos que ponernos a escribir su enésima resucitación. Y que es injusto que ni siquiera en la muerte lo dejen abandonar la forma humana, la libertad de dejar de ser Maradona y estar pastando tranquilo, bajo el árbol del “Bichi” Bodhi (Ficus religioso) de la iluminación. 

Me causa gracia los muchos que lo rodearon tratando de sacarle toda la Platini. Pienso en mi amigo Santiago, motorizado por un amor incondicional hacia Diego. Pensá que es increíble que la carne pueda producir pensamiento. Que un pedazo de seso produzca una corriente eléctrica y saque por la boca letras de neón con grandes frases inolvidables. Pensá que velarlo en la Casa de Gobierno es una estupidez descomunal, que al Diego le hubiera gustado. Pero no sé, sólo lo pienso. 

Como también pienso volver a ver el segundo gol a los ingleses, una y otra vez, una jugada magistral, milimétrica, pero bajando el audio insoportable, esa retórica de gatillo fácil de Víctor Ego Morales. Pienso en cómo hizo para meterle ese gol a los italianos, casi cayéndose, no sé cómo hizo. Y en todas las fiestas y en todas las reuniones en las que escuché que alguien contaba que había estado con él. En esas anécdotas que son imposibles de envasar en sólo sesenta años. Pienso en un poema que leí hace muchísimo, sobre Maradona, era de un poeta sefardí, lo mejor que se escribió por lejos. Pienso en la biblioteca de Messi, donde está traspapelada la novela de Diego. Y en la voz de ese doctor que grita nuestro nombre, en el largo corredor de un hospital. ¿Y la enfermera que se lo llevó de la mano? Una mujer blanca, sonriente, de esas que produce Estados Unidos, por la acumulación de comida rápida y colesterol. Y en lo que se debe sentir estar debajo de una bandera inmensa, las que enarbolan las hinchadas y paga la dirigencia. Pienso en Pelé. ¿Qué habrá sido de él? Y en la persona que debe estar haciendo el holograma, para que el Circ Du Solei lo traiga de nuevo, ya que todo sentido siempre tiene su fiesta de retorno. Pienso que para algunos se fue como tragedia y para otros volverá como farsa. 

El camino recto no siempre es el camino indicado. Pensemos en el Diego imaginario, viviendo en una casa imaginaria, sobre una colina imaginaria, con una sonrisa fresca, cantando la canción imaginaria.