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Celebridad no es credibilidad

La comunicación electoral acepta como cierto el supuesto de que el candidato necesita ser conocido para ser votado.

Celebridad no es credibilidad
Donald Trump, presidente de los Estados Unidos. | AP

La comunicación electoral acepta como cierto el supuesto de que el candidato necesita ser conocido para ser votado. En base a esa presunción, la campaña se concentra en una estrategia de difusión que busca mantener una visibilidad que suponen se traducirá en votos o aprobación de gestión. 

Esa idea no solo carece de soporte científico sino que la historia reciente ofrecer muchos ejemplos de celebridades que nunca obtuvieron un cargo y de anónimos desconocidos que llegaron al poder. Néstor Kirchner tenía menos del 7% de conocimiento seis meses antes de las elecciones de 2003. Elisa Carrió tuvo elecciones de tres puntos y otras de más de cuarenta, sin que cambiara su nivel de notoriedad. Trump fue electo presidente con treinta diarios a uno en su contra.

Tan obsesionados están políticos y periodistas por ser vistos que se olvidaron de ser creídos. Credibilidad y celebridad son, casi siempre, inversamente proporcionales porque la gente que vive en los medios despierta más suspicacias que la que construye su reputación en base logros obtenidos fuera de ellos. 

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La obsesión por la visibilidad llevó a la política a gastar cifras récords de publicidad, encareciendo las campañas y cargando a los presupuestos públicos millones para la promoción de funcionarios. La contracara del político-celebridad es el periodista-estrella y los dos se miden por el rating o por los votos. Pero cuando la prensa se concentra solo en los candidatos que encabezan las listas o en los partidos que lideran las encuestas, se empobrece la discusión electoral. El personalismo de las campañas es el principal enemigo del pluralismo político.

La paradoja es que después de dos décadas de mediatización extrema, la política alcanza sus niveles más bajos de confianza. Los años en que la curva de gastos publicitarios ascendió astronómicamente, en que se multiplicaron señales de noticias y portales políticos, en que los medios priorizaron las fuentes estatales, fueron los mismos en que más bajos estuvieron los índices de confianza social en los partidos, los políticos y las instituciones. Esos índices son aún inferiores entre los periodistas argentinos, que manifiestan los niveles de confianza más bajos en las instituciones públicas en un estudio de 66 países, aunque son las fuentes que más citan en las noticias.

En épocas electorales, la fascinación periodística por la celebridad política lleva a los periodistas a ceder la iniciativa a los consultores de campaña, que eligen estratégicamente con qué medio hablar y con qué condiciones. El periodista parece resignado al papel de grupo soporte de la política rock star que elige la góndola más visible olvidando que todos los ciudadanos valen un voto, incluso la inmensa mayoría desinteresada de las noticias. Políticos y periodistas acusan a los ciudadanos de desinterés en la información política pero poco parecen dispuestos a romper el juego del exhibicionismo narcisista en que unos se miran en el espejo de los otros.

Siguen sin entender que no alcanza con que el mensaje sea exhibido para que sea visto, y que a su vez esto no alcanza para que sea creído. Si en lugar de preguntar cuánto sirve al político la aparición en un medio o tal aviso publicitario, nos preguntáramos con sinceridad cuánto de todo eso sirve a los ciudadanos, veríamos que muchos de esos esfuerzos son inútiles.

Los periodistas argentinos fueron naturalizando que muchos políticos les dejaran de atender el teléfono. No es extraño que sean consultores extranjeros los que traen un poco de normalidad a un sistema que se conformó con comentar lo que la política dice en sus cuentas de Twitter. 

En las democracias más consolidadas es inadmisible que los postulantes a los cargos electivos no acepten debatir públicamente, no respondan preguntas en espacios colectivos, no atiendan a cualquier medio sin discriminación. En esos países el periodismo defiende especialmente el espacio colectivo de las conferencias de prensa cuando se trata de anuncios importantes porque el trabajo en equipo de varios periodistas es lo único que equilibra un poco la asimetría del monólogo del poder. 

La inteligencia colectiva siempre es más potente que el periodista más avezado porque permite subsanar la omisión del colega y repreguntar con eficacia, en tanto que la respuesta que fácilmente se niega a uno es difícil de omitir cuando son varios los que insisten en el punto. Una conversación pública, plural, respetuosa, mostraría a periodistas y políticos en una situación desacostumbrada, más creíble que el relato armado con declaraciones improbables. La información pública que resulta de la indagación, de las preguntas, del cuestionamiento es el mejor antídoto para el escepticismo que inocula la propaganda.

Adriana Amado, Presidente de Infociudadana