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Centenario de Rosa

El canto de un pájaro que cada tarde se acercaba puntualmente a la ventana demasiado estrecha de su celda.

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El canto de un pájaro que cada tarde se acercaba puntualmente a la ventana demasiado estrecha de su celda. O la visión extasiada, en el poco cielo que mezquinamente le deparaba el patio, de una nube repentina de un color y una luz de prodigio. En eso consistía, con eso se forjaba, la milagrosa felicidad de Rosa Luxemburgo en la cárcel. A esa clase de cosas se aferraba para sostenerse y para ser fuerte. Y le bastaba incluso para transmitirle esa fortaleza a Sophie, la mujer de Karl Liebknecht, que había sido encarcelado también, como consta en ese puñado de cartas que entonces le dirigió y hoy retratan su heroísmo.

Ese epistolario puede resultar en algún sentido lateral respecto de las colosales polémicas entabladas por Rosa Luxemburgo con las insuficiencias del reformismo y sus inexorables moderaciones; o las que mantuvo con aquellos que, subyugados por los fervores del patriotismo, se plegaron a la infamia de la guerra; o las que le planteó a Vladimir Illich Lenin por el peligro que su concepción de la revolución suponía en cuanto a la constitución de un nuevo aparato de poder. Pero nada mejor que esas cartas para ilustrar el drama de su existencia de revolucionaria. La tolerancia republicana es un lujo que los dominadores se permiten siempre y cuando su dominación no esté en peligro.

Rosa Luxemburgo salió de la cárcel en noviembre de 1918. Fue asesinada en Berlín el 15 de enero de 1919, hace exactamente un siglo. Le pegaron un tiro en la nuca y la arrojaron a las aguas del Landwehrkanal.