COLUMNISTAS
poligrillos

Chasman y Chirolita

default
default | Cedoc
Tenía sentado a mi hijo Julián sobre las piernas y miraba como su inmensa cabezota de bebé de cuatro meses giraba de un lado a otro, de un lado a otro, con un bamboleo típico de los bebés. Me hacía acordar a algo. Pero a qué. Por la noche, en la duermevela, lo recordé: a Chirolita, el famoso muñeco parecido a Brian Jones que hacía hablar Mister Chasman, el ventrílocuo más famoso de Argentina. Chasman y Chirolita eran un dúo fascinante. Chasman, el hombre, había logrado perfeccionar su técnica tanto que solía fumar mientras Chirolita contestaba –bamboleando su cabezota– unos diálogos socráticos geniales. Cómo me gustaban Chasman y Chirolita. Y lo que recordé fue que una noche mi viejo invitó a Chasman a mi casa a cenar, y el tipo vino, muy bien vestido, y con una valija grande donde, yo conjeturaba, entusiasmado, estaría Chirolita. Vivíamos en la inmensa y vieja casa de Boedo y Estados Unidos. El comedor donde estábamos sentados con Chasman, mis viejos y mis dos hermanos, daba a un patio donde, esa noche, llovía. Hacía calor, recuerdo, y en breve llegaría la Navidad. Chasman charló con mi viejo y mi vieja, elogió la comida de mi mamá y fumó sus cigarrillos rubios mientras degustaba un café. Yo estaba nervioso, a punto de que me mandaran a dormir y me animé a preguntarle –la valija estaba sobre un sillón– si no había venido con Chirolita. Recuerdo que mi papá me decía que Chasman quería al muñeco como si fuera un hijo. “Sí”, me dijo. Mi corazón dio un brinco. “¿Lo querés saludar antes de irte a dormir?”, me preguntó. Nos miramos con mis hermanos. Era como si a Calamaro se le apareciera Bob Dylan. Sí, sí, dijimos los tres. Chasman miró a mi viejo, sonrió y fue a abrir la valija. Sentó a Chirolita en sus piernas y el muñeco –con una genialidad inusitada de parte del ventrílocuo– se desperezó como si hubiera estado durmiendo y dijo: “Che, Negro, ¿dónde me trajiste?, ¿quiénes son estos poligrillos?”. Fue genial.