Me enteré de que Marine Le Pen está cosechando adeptos en Francia. Caray, ¿qué les pasa a los gabachos? ¿Tienen amnesia? ¿Ya se olvidaron de los estragos que causó el enano deforme (de cuerpo y alma), el de los bigotitos ridículos que preconizaba una raza incontaminada? Ojo, doña Marine, ojo, y pensá un poco que todos somos mestizos, todos. Por suerte: no hay nada mejor que el mestizaje, y además, chica, es inevitable. Te cito a un poeta: “Esa mujer angélica/ de rasgos septentrionales/ que vive atenta al ritmo/ de su sangre europea/ no sabe que en el fondo/ de esa sangre golpea/ un negro el parche duro/ de roncos atabales”. Y, sí, m’ hija, así como en nuestro adn hay rastros del adn de los neanderthales, así somos un poco negros, un poco blancos, un poco rubios, un poco ojos rasgados, un poco pelo crespo, un poco músicos, un poco filósofos, un poco pastores, un poco estúpidos, un poco geniales. Así que no me vengas con odio a los extranjeros, entre otras pavadas que se te están ocurriendo. Pensá un poco, aunque te cueste trabajo, claro, con todo lo que te metió tu viejo en la cabeza, pensá un poco: lo que hace falta es amarrocar no mucha menega, como dice el tango, y sí mucha reflexión, mucho discurrir, mucha cavilación. Si todos somos mestizos, a todos nos pasa lo mismo. La única forma de diferenciarnos es saber para dónde vamos: si para ser buenas personas o ser unos irremediables hijos de mala madre para decirlo suavemente. Y a cualquiera le puede pasar que por falta de caletre agarre, como vos, para el lado de los tomates. Yo tuve bisabuelos franceses, mirá vos. Después se mezclaron con gallegos, con criollos, con judíos, con (creo y ojalá sea cierto) indígenas. Como todos en este país en el que a nadie le falta un abuelo inmigrante que vino a hacerse la América. Acá nadie puede decirse aristócrata y nadie puede decirse xenófobo; te vendría bien pasar una temporadita en la pampa húmeda o en las salinas o en la ciudad más austral del mundo. No digo que acá todos seamos perfectos, no, qué va. Somos como en todas partes, una maravillosa mescolanza. En tu país también. Sólo que acá o allá corremos el peligro de tener como gobierno a gente como vos, que no digo que sea de lo peor, pero sí digo gente que esté dispuesta a tirar a unos contra otros. ¿Para qué? Vaya una a saber. Para agarrar la manija y tratar de no soltarla jamás, tal vez. Para llenarse de guita: eso puede ser; no sería la primera vez ni el primer lugar en el que se ve semejante taradez. Para convencerse de que a fin de ser alguien hay que encontrar un enemigo. No sé. No puedo ponerme en tu lugar: no me sale. Y no es que yo sea una maravilla. Vamos, claro que no. Pero atendé: es justamente mi sangre mezclada la que me lleva a pensar en los demás, no solamente en mis hijos y mis nietos y mis abuelos sino en toda la gente de todo un ancho mundo que no llego ni a imaginar. Eso es saludable. Hacé la prueba, che Marine, pensá en tu abuelo negro, pensá. Chau.