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Chino del demonio

Caligrafía china 20230819
Caligrafía china | Unsplash | qi xna

Los últimos o anteúltimos o antepenúltimos descubrimientos de la física nos dicen que a millones de kilómetros de distancia un átomo puede estar en contacto o afectado por otro. Eso indicaría que el Universo es como un sistema de interconexión similar al de un Gran Cerebro. El eminente Andreas Müller puede ser un ejemplo de este sistema perverso de conexiones.

Poco y nada hay sobre él en la nueva Enciclopedia Británica, referencias, más que laterales incidentales, salpican los tratados eruditos. Pero en su momento fue una figura central (y engañosa) en el ámbito del milenario tráfico de conocimientos entre Oriente y Occidente.

Müller afirmó una vez que había descubierto la llave para aprender chino y japonés en un año

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Andreas Müller nació en Gryfino en 1630 (¿Alemania o Polonia, entonces?), ejerció de párroco en Trzebiatow y fue rector de la secundaria de Chojna. De allí a Wittenberg, luego a Stargard, Berlín y por fin a Londres. Y finalmente fue curador de la biblioteca oriental de Federico Guillermo, Elector de Brandeburgo. En 1671 debutó como sinólogo editando la Descripción del Mundo de Marco Polo, luego una traducción de la Historia de Oriente de Haiton y una disquisición sobre Catay. Después vinieron otros, pero no aburriremos al lector con los títulos escritos en latín, que algunos consideran una lengua muerta y otros una lengua inmortal.

En esa progresión, Müller afirmó una vez que había descubierto la llave para aprender chino y japonés en un año, “incluso las mujeres y los niños” (sic). El egiptólogo Athanasius Kircher (ya hablaremos de él) y Gottfried Wilhelm Leibniz (no hablaremos de él) le escribieron temblorosas cartas rogándole la difusión del secreto.

Naturalmente, Andreas Müller lo mantuvo bien guardado. Dios, que no es generoso –si lo fuera, ¿por qué nos habría encajado este mundo y no otro más amable?– castigó sin embargo su avaricia. Un mal día, el teólogo Elia Grebnitz lo acusó de estar poseído por el demonio. Se ve que por entonces dormitaban los exorcistas y los verdugos, porque a consecuencia de la acusación Müller sólo perdió su trabajo y poco antes de morir donó los mil volúmenes de su china biblioteca, de la que solo quedan unos doscientos volúmenes que juntan polvo, espanto y olvido en una biblioteca provincial de nombre impronunciable.