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“Ezra/ sé que si llegaras a mi barrio/ los muchachos dirían en la esquina/ qué tal viejo, ché su madre…”. Estos versos son del peruano Luis Hernández. Me gustan mucho porque demuestran cómo deben ser tratados los grandes poetas: con irreverencia. Conocí a Juan Gelman cuando yo era muy joven y me costó mucho tratar de relacionarme con él de una manera relajada. Gelman era La Historia y uno una víctima precoz del historicismo. Ahora que murió en serio, me puse a pensar que nunca había logrado hablar con él de manera vertical, profunda. También pensé que los hombres comunes estamos construidos por muchos yoes que nos representan en buena parte de nuestra vida y que se canibalizan. Gelman tuvo muchos yoes y muchos heterónimos. Los poemas de Sydney West, los de José Galván, los de John Wendell (hay un poema de este ciclo que es genial: “quisiera saber por qué/ en medio del amor a veces oigo/ cómo un cuervo le dice a un hombre que/ quiere verlo por un asunto importante”) dan cuenta de esto. Tenemos un Gelman intimista, combativo, monto, y otro recuperado y reblandecido por el progresismo. Fue un poeta infantil y vanguardista. Como Robert de Niro cuando se muere ahogado en la remake de Cabo de miedo, Gelman hablaba muchas lenguas. Traductor en Francia, a diferencia de los Grandes Jefes Montos, tuvo siempre que trabajar para vivir. Contraderrota, Montoneros y la revolución perdida, libro de Roberto Mero en conversaciones con Gelman, que se publicó a fines de los 80, es un extenso reportaje al poeta, que en ese entonces estaba exiliado. El análisis gelmaniano de la tercera presidencia de Perón y la lucha armada, de los errores de Montoneros y de las síntesis y antítesis políticas que produjo nuestro país, es de una lucidez extrema, se esté de acuerdo o no. Gelman le dice a Mero que la teoría foquista es pura metafísica. Y habla de un futuro venturoso que, se imagina, con un partido revolucionario en el poder: “Ese partido ideal que alguna vez se va a crear en nuestro país debe estar dirigido por líderes obreros con experiencia, aunque no sepan pegar un tiro. Es un hecho inevitable aunque no sea mecánico”. Como se ve, Gelman, más que un peroncho, era un PC; como se sabe, su profecía todavía no se cumplió. En cambio, algunos poetas jóvenes kirchneristas y algunos editorialistas de La Nación creen en lo mismo: que en el Gobierno están los Montoneros.