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Columnistas y terroristas

El IRA dejó un tendal de víctimas (más de seiscientos civiles) pero también las dejaron sus enemigos, los terroristas protestantes leales a la Corona.

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| Cedoc

Es dura la vida del columnista al que se le corta la luz, un accidente habitual en San Clemente. Mi vieja computadora ya no tiene autonomía y necesita estar conectada a la corriente. La de mi mujer es un poco más nueva, de modo que me acabo de trasladar a ella, pero el tiempo del que dispongo es limitado (¿una hora?). Desde ya, tampoco tengo internet, así que no puedo hacer las habituales consultas que definen al periodista moderno. Aun así, procederé a recomendarles un libro. Se llama No digas nada y el autor es el americano Patrick Radden Keefe. No digas nada se publicó hace muy poco en España por parte de uno de los grandes grupos editoriales, pero no sé si tienen planeado que se imprima en la Argentina.

Keefe es autor de otro libro de “no ficción narrativa”: The Snake Head: an Epic Tale of the Chinatown Underworld and the American Dream, que se ocupa del contrabando de inmigrantes chinos hacia Estados Unidos y, en particular, de la Hermana Ping, cerebro de una organización clandestina que se dedica a esa tarea. El tema es en cierto modo afín al de No digas nada, porque este habla de otra organización secreta, aunque un poco más conocida que la del Barrio Chino. Se trata del IRA, el Ejército Republicano Irlandés, más precisamente de su fracción denominada los Provos o provisionales, en oposición a los Stickies, que encarnaban a los viejos terroristas, un poco envejecidos después de tantas batallas. Los Provos comenzaron a actuar en 1970 y son una parte esencial de la guerra civil que vivió Irlanda del Norte durante al menos dos décadas. El IRA dejó un tendal de víctimas (más de seiscientos civiles) pero también las dejaron sus enemigos, los terroristas protestantes leales a la Corona y, desde luego, la policía y el ejército británicos. Aquello fue un infierno, un festival de fanatismo y de crímenes cuyas heridas siguen abiertas y que Keefe describe desde cierta distancia. Eso fue peor que no tener luz en la costa.

Pero el corazón del libro no es el conflicto en sí, sino la parte más oculta del funcionamiento de la fracción provisional del IRA, cuyo líder en las sombras fue Gerry Adams, luego reconvertido en político convencional. El IRA asesinó y puso bombas en Belfast y en Londres, pero sus víctimas no siempre fueron militares ni adversarios políticos. La lista tampoco se detuvo en los ajustes de cuentas con la fracción adversaria, sino que alcanzó a las propias filas. Por distintas razones, el IRA liquidó a unos cuantos de los suyos pero, además, hizo desaparecer una decena de cuerpos, una práctica que aun los propios desaprobaban por considerarla más propia de las mafias y las dictaduras que de los patriotas. No digas nada se ocupa, entre otros, del caso de Jean McConville, una madre de diez hijos secuestrada supuestamente por delatora, el peor de los crímenes en Irlanda, como sabemos desde la novela de Liam O’Flaherty llevada al cine por John Ford. Pero uno de los recovecos inesperados de la trama de No digas nada es la revelación de que el jefe de los verdugos internos del IRA, el tipo que decidía quiénes eran delatores y les pegaba un tiro en la nuca, era él mismo un agente de los ingleses. Y esa no es la única parte del libro que deja al lector con la boca abierta. Y ahora voy a intentar que esta nota llegue a la redacción de PERFIL.

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