La idea de comerse partes del propio cuerpo humano provoca rechazo. Es lo que se llama “autocanibalismo”.
Pero, si pensamos que un 30% de mayores de 3 años, un 45% de adolescentes y un 25% de adultos se comen las uñas (algunos van por más y devoran parte de sus propios dedos) no nos resulta tan extraño.
Están los que se muerden los labios hasta el sangrado o quienes comen su propio pelo.
Así como estos hay otros hechos que nos llaman la atención por estos días. Parece que cada vez que se propone una votación terminan ganando aquellos que las encuestas y los expertos nos dicen que no tienen chance.
La salida en la Unión Europea por parte de Gran Bretaña, el rechazo al tratado de paz en Colombia, la victoria de Trump en EE.UU. o lo que ha ocurrido en Polonia y Hungría son ejemplos.
Nos encontramos con una parte de la sociedad hastiada que a la democracia (en sus distintas variantes) la hayan tomado por asalto aquellos que se sirven de ella para anidar y dar a luz a una casta que se reparte prebendas y privilegios, descuidando las necesidades, cada vez más acuciantes, de la desigualdad creciente.
Esta elite política cae en el autocanibalismo señalado, se va devorando a sí misma poniendo en riesgo los valores que dicen sostener.
Si bien es posible que Trump sea causa de futuros males políticos, también hay que reconocer que Trump, como el Brexit, o el tratado colombiano, son consecuencia de errores repetidos por políticos anteriores a ellos.
En la última elección en la provincia de Buenos Aires hubo un nítido contraste entre los candidatos a gobernador Aníbal Fernández y María Eugenia Vidal, pero el que puso en evidencia esa antítesis fue el propio Aníbal Fernández.
De algún modo, Fernández fue devorándose a sí mismo y nos descubrió a Vidal, la reveló, le dio paso. Tanto, que ella obtuvo en la Provincia más votos que Macri.
Esta sociedad, global y argentina, puede no saber lo que quiere, pero da muestras claras de lo que no quiere.
Los líderes que veníamos observando están en colisión con un mundo que cambió, hay tensión entre la tradición política de los últimos cuarenta años y el comportamiento novedoso que traen las tecnologías y sus consecuencias.
La sociedad oscila entre los políticos que se devoran a sí mismos (y al sistema) y los que vienen con promesas incumplibles.
Tal vez, como el ejemplo de Vidal, haya espacio para una nueva ola de racionalidad y compromiso emocional y ejecutivo, con dirigentes que operen en la fina línea que va entre el descrédito de los políticos “tradicionales” y la demagogia de los oportunistas.
Los nuevos liderazgos, intuimos los argentinos, deberían por aquellos que viniendo de la política u otros espacios de participación, se sumen en la construcción de un ámbito común para recrear instituciones, para intercambiar proyectos, objetivos, ideas y soluciones.
Un buen test hogareño sería que cada uno ubique a los dirigentes SUB-50 para ver si están en condiciones de representar nuevas o vieja prácticas políticas.
Coloque cada uno a Vidal, Massa, Kicillof, Manes, Lousteau, Zuvic, y más y observemos qué valores de novedad traen a esta política, que, como la figura del Uróboros (la serpiente que se come a sí misma), cada día aleja más al representante del representado.
Elijamos bien, líderes más horizontales, sin ironías agresivas, haciendo que el liderazgo no sea una persona sino una función. Tal vez así edifiquemos una política menos autocaníbal, más representativa y abandonemos, el resto de los argentinos, la angustiosa costumbre de querer mordernos los codos.
*Secretario adjunto de la Asociación del
Personal de los Organismos de Control (APOC) y Secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR-CABA).