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Como en Denver

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Hace ya unos años, yo estaba en Colorado USA, dando conferencias o talleres o clases o no me acuerdo qué y que no venga algún mocosito de la Cámpora a decirme que soy una vendida al oro yanqui porque descuelgo la kalashnikov del perchero y lo corro desde aquí hasta el Monumento a la Bandera. Vivía en Boulder que queda como a cien kilómetros de Denver, capital del estado. Mis amigos Dulcie y Ron me ofrecieron su departamento en Denver para pasar un par de días allá. Ellos lo usaban como pied à terre si iban al teatro o a visitar amigos. Dije que sí pensando en el museo, en el tranvía, en la biblioteca municipal que es un maravilla, y me instalé en el departamentito, muy bien puesto y cómodo. Un día, como a las tres de la tarde, yo ocupada en la computadora, me encuentro con que se corta la luz. Ciudadana de este país como soy, dije “y bué, qué le v´hacer”, agarré la cámara de fotos y me fui al parque. Saqué fotos, anduve paseando y como una hora después volví y había luz.
Al día siguiente los diarios titulaban en cuerpo catástrofe: “Denver una hora sin luz”. Escándalo nacional. Cuando yo leía las notas ya había renunciado todo el mundo desde el intendente para abajo: el vice–intendente, los Secretarios de Obras Públicas, de Parques y Paseos, de Salud Pública, de Planificación, de Arquitectura y Urbanismo, y hasta de Educación. No quedaba ni el loro. ¡Bien!, dije yo, ¡muy bien hecho!. Y no hice comparaciones para no amargarme. Pero allá al fondo del inconsciente algo me decía fíjate qué maravilla, si esto pasa allá (“allá” era “acá”) nadie renuncia, no pasa nada y chau. Cierto; por lo menos en ese momento era cierto. Como que a veces se cortaba la luz y volvía al rato: nada como para morir de angustia. Ahora sí es para morir de angustia. Diez días sin luz. O aunque fueran cinco. ¿Renunciar?. Mire usted estimado señor, si alguien va a renunciar a un sueldazo porque los cables están podridos y nadie hace nada y hay un montón de gente que pierde lo que tenía para vender y viejitas que viven en el piso trece y no pueden bajar ni comer ni tomar un vaso de agua ni bañarse y hay que bajarlas entre todos los vecinos en sillita de oro y eso porque los vecinos son buena gente, solidaria, capaz de conmoverse por lo que le pasa al prójimo. ¿Y los bebés? ¿Y los enfermos? ¿Y los discapacitados? Que se jodan, quién los manda irse a vivir a esos barrios, ¿eh? ¿Por qué no compran en Puerto Madero o en un country bien cuidadito? Mire usted, querida señora, si estos tipos a quienes les hemos confiado nuestra comodidad, se van a molestar por tan poca cosa, vamos. Se van de vacaciones, querida. Lo bien que hacen. Capaz que alguien quiere que se apersonen en el lugar del hecho. ¿Y para qué? Para oír quejas y lamentos, para eso. Son cosas que estos tipejos, golosos, egoístas, inmorales, mentirosos, no pueden hacer. Mírelos en la tv, señora; mírelos señor, diciendo mentiras: las cuadrillas están trabajando, todo se va a arreglar ¡mentira! Renuncie, señor, váyase con sus embustes a otra parte, renuncie. Como en Denver.