Desde hace algunos meses, esta pregunta recorre el mundo, acompañando las protestas que se extienden simultáneamente en los diversos continentes, tanto en regímenes democráticos como autoritarios: ¿Cómo no lo vieron venir?
Cada protesta tiene sus causas y condiciones específicas, pero convergen en un fenómeno común: las elites aparecen incapacitadas para percibir conflictos que subyacen en la sociedad, porque no son visibles.
Asia es un ejemplo: en China, las protestas lideradas por los jóvenes reclaman más democracia, ya llevan más de seis meses, repitiéndose todos los fines de semana; en Pakistán, se han manifestado con cortes de ruta en diversos lugares del país, reclamando la dimisión de un primer ministro al que acusan haber hecho fraude electoral y en la India, una ley del primer ministro Modi, que permite la inmigración de Pakistán, Bangladesh y Afganistán siempre que no sean musulmanes, ha desatada fuertes conflictos violentos entre 1000 millones de hinduistas y la minoría de 300 millones de musulmanes.
En Medio Oriente, cayó el gobierno de Irak, tras semanas de protestas, que produjeron medio millar de muertos como mínimo y miles de heridos; en Irán, estaban dirigidas contra la política económica y fueron reprimidas con aproximadamente 400 muertos y también miles de heridos; y en el Líbano los disturbios con fuerte protagonismo juvenil, provocaron la caída del gobierno, pese a lo cual no ceden.
Siguiendo con Africa, meses atrás provocaron la caída del dictador de Sudán; en Etiopía, tuvieron carácter étnico, originaron decenas de muertos y afectan al presidente, que semanas antes había recibido el Premio Nobel de la Paz por haberla logrado con Eritrea; en Argelia, provocaron meses atrás la caída del gobierno y hoy continúan contra el resultado de los comicios realizados días atrás y en Egipto, fueron reprimidas por el presidente, el general Al Sissi.
Pasando a Europa, Francia, sorprendida hace un año por la irrupción de los “chalecos amarillos”, vive en estos días una prolongada huelga de transporte que lleva dos semanas y media y que ha sido acompañada de tres movilizaciones con cerca de un millón de personas en cada una; en Praga, un cuarto de millón de personas en las calles pidió la renuncia del primer ministro acusado de corrupción; en España, el ala extrema del “independentismo” catalán ha concretados cortes de ruta cada vez más violentos; y en Grecia, un plan económico pro-empresa, precipitó protestas en las calles pese a la superación de la crisis financiera.
Puesto en este contexto, lo que sucede en América Latina, es el capítulo regional de un fenómeno global. Las protestas violentas que tuvieron lugar en Ecuador y luego en Chile mostraron un cuestionamiento al “neoliberalismo”, pero la rebelión contra el fraude en Bolivia que precipitó la caída de Evo Morales, mostró la resistencia a la perpetuación de los gobiernos populistas, mientras que el paro y las movilizaciones que tuvieron lugar en Colombia tuvieron la orientación contraria. En Venezuela, las protestas opositoras que comenzaron el 23 de enero, fueron muy intensas, con decenas de muertos y centenares de heridos en su represión, pero se fueron debilitando a lo largo del año.
¿Por qué no tienen lugar en la Argentina este tipo de manifestación, que combinan el reclamo y la rabia, cuando el país lleva ocho años de caída del PBI per capita, con un marcado incremento de pobreza y desempleo sobre todo en los últimos dos años?
Predomina al respecto un análisis conformista, que suele plantear cuatro razones, de por qué en la Argentina “no puede suceder” este tipo de fenómeno: existe el peronismo, que tiene una fuerte inserción social, que evita la desconexión entre política y sociedad que se da en muchos países; los sindicatos son moderados ideológicamente y negociadores en su actitud, lo que es bastante excepcional; existen los movimientos sociales, que representan a los sectores más vulnerables, que en la mayoría de los países quedan sin representación y, por último, ha comenzado un nuevo gobierno, lo que siempre genera un esperanza inicial, que contiene los conflictos.
Todo ello es válido. Pero la élite política, intelectual, empresaria, etcétera, debe cuestionar e indagar frente a este tipo de análisis que calma la ansiedad y anula los temores.
¿No estará sucediendo en la Argentina el mismo tipo de ceguera que en muchos países del mundo impidió percibir lo que se gestaba en el trasfondo de la sociedad?
*Director Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.