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ESTADOS UNIDOS I

Cómo silenciar a 58 millones de votantes

Todos los sistemas electorales son imperfectos, pero difícilmente haya uno peor que el de la elección indirecta mediante Colegio Electoral integrado por electores surgidos sólo de las primeras minorías, como rige en 48 de los 50 estados de los Estados Unidos.

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Todos los sistemas electorales son imperfectos, pero difícilmente haya uno peor que el de la elección indirecta mediante Colegio Electoral integrado por electores surgidos sólo de las primeras minorías, como rige en 48 de los 50 estados de los Estados Unidos. Ese sistema silencia toda expresión política que saque un voto menos que la primera minoría. La metodología no está inscripta en la Constitución, que sólo prescribe la elección indirecta. Fueron los estados los que dispusieron el “toma todo”. La excepción son Maine y Nebraska, donde rige el cuique suum, a cada uno lo suyo; allí los electores se reparten según la proporción surgida de la votación.

Para corroborar lo dicho, baste observar que de los 61 millones de votos que obtuvo el Partido Demócrata el pasado martes 8, 31,8 millones emitidos en 28 de los estados donde ganó el candidato republicano no fueron tenidos en cuenta a los efectos de la representación. Tampoco lo fueron los 19,6 millones de votos republicanos emitidos en 20 estados donde ganaron los demócratas ni los 6,04 millones que votaron por otros candidatos. Así, estos 57,8 millones de norteamericanos, 44% de los que votaron, no estarán representados en el Colegio Electoral que elegirá presidente el próximo 19 de diciembre.

Por la metodología aplicada, el republicano Donald Trump, perdedor por unos 900 mil votos en el total en el orden nacional, logró una holgada victoria para el Colegio Electoral: 306 electores contra 232 de la demócrata Hillary Clinton. ¿Cuál hubiera sido el resultado si hubiese regido la proporcionalidad en cada estado? Voto más, voto menos –dadas pequeñas inconsistencias de la base de datos en la que se fundan estos cálculos–, Trump hubiera ganado igual, pero por un margen muy ajustado: 257 a 254.

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Cabe preguntarse, entonces, para qué votan a presidente un republicano de California y un demócrata de Texas, si saben que sus votos no valdrán nada. En California siempre ganan los demócratas y se llevan los 55 electores del estado y en Texas se imponen los republicanos y recaudan los 38 electores del distrito.

La reciente elección dejó ejemplos contundentes de lo injusto del sistema. El más escandaloso es el de Florida: allí Trump se impuso por 1,3 puntos (4,6 a 4,48 millones de votos) y se llevó los 29 electores; si hubiera regido la proporcionalidad, cada partido hubiese recaudado 14 electores, quedando uno para un tercer contendiente. En Pennsylvania, Trump ganó los 20 electores con un triunfo por sólo 1,2 puntos y en Michigan se cargó los 16, ganando por sólo 3 décimas, 2.279.221 votos a 2.267.798, esto es 47,6% a 47,35. ¿Es justo y democrático que habiéndose producido casi igualdad de votos uno se lleve todo y el otro, nada? En Wisconsin, ganando por menos de un punto, el republicano se llevó los 10 electores mientras que en New Hampshire, con ventaja de sólo 0,3%, Hillary levantó 4 electores. La candidata demócrata también tuvo triunfos estrechos en Colorado, Minnesota y Nevada que le reportaron 25 electores.

El criterio aceptado que fundamenta al sistema es el del federalismo: cada estado federal elige a su candidato. Pero al hacerlo mediante el “toma todo” lesiona con un bochazo la columna de la representación, que ya en estos tiempos debe ser directa.    

En Argentina rigió el sistema de Colegio Electoral hasta la reforma de 1994, pero aquí se respetaban las proporciones. Quizá la distorsión en el reflejo de la voluntad popular que produjo la reciente elección movilice a algunos estados de los Estados Unidos a mutar hacia un sistema que interprete mejor la voluntad de cada individuo.  


*Periodista y consultor.