Mientras arde Chile y se enfrían las cenizas de Ecuador, que ardió también, es imposible no verificar que la historia –sí, esa materia que se pretende aniquilar para robar, rapiñar y reprimir sin coto– se repite con saña. Si no escuchamos su alerta seremos triste meme en alguna caverna del siglo XXX.
Hay guerra; es contra la historia. Lo recordé prístinamente la semana pasada, cuando coincidí con Horacio González en la presentación del libro de Henri Roorda, el “anarquista hedonista”, como quiso llamarlo Horacio. Recordé cómo y por qué González fue blanco del estéril escarnio por decir lo que piensa sobre la rebelión armada. Lo que piensa es complejo y hubiera merecido ser leído en su totalidad, ya que lo complejo no admite la charcutería del tuit, pero el fin de este escarnio es castigar cualquier mirada que se parezca a la historia, para expulsarla o estatuarla, como si la historia fuera la colección de hazañas de superhombres de los cuales un ciudadano deba sentirse forzosamente lejos. El modelo de estatua que impuso el siglo XIX homenajea a figuras idealizadas para separarlas de los ideales del hombre común: ninguno de nosotros cruzará los Andes ni merecerá gran cosa por ser honesto y arrojado y solidario.
Esta escisión de lo histórico y lo político (el presente) necesita además ciudadanos infantilizados. Me impresionó mucho la claridad con la que lo señala Mariano Llinás en su Concierto para la batalla de El Tala, cuando observa que no es extraño que muchos mandatarios nos manden a dormir o se dirijan a nosotros como si fuéramos niños (“niños malos y caprichosos”, agrega Llinás), y esto ocurre cuando no los votamos o les exigimos cuentas por sus mentiras. Esos mandatarios olvidan que son servidores, que nos deben explicaciones adultas y que están puestos allí porque los precede una historia y los seguirá otra. Hay incluso primeras damas que sostienen que ese reclamo es una invasión alienígena. El siglo XXX tendrá unas cuevas muy, muy coloridas.
Pero la historia reaparece en cualquier brecha abierta con coraje, tanto en el caso de la articulada aclaración de González (desarticulada adrede para convertirla en esquirlas) como en la inesperada pluma de Llinás. Les describiré el Concierto para la batalla de El Tala porque no cabe en ninguna expectativa. Gabriel Chwojnik (músico de cine y teatro) compone un concierto sobre un texto de Llinás que tiene la forma de un poema o un subtitulado de escenas que nunca se filmaron. Alejo Moguillansky (director y editor de cine) oficia de régisseur y proyecta ese texto en escena entre los músicos. Asistimos a una película muda que además no se ve: solo han quedado los intertítulos. Cada uno lee la historia con voz propia en la cabeza, mientras cuatro artífices de lo inasible lo musicalizan con corno, vibráfono, viola, sintetizadores, acordeones, esgrimistas. La historia busca revelar lo invisible del paisaje en que vivimos: muchas personas olvidan, dice Llinás, que el paisaje tras las ventanillas del auto, del avión, fue campo de batallas heroicas. En El Tala se enfrentaron Facundo Quiroga y Gregorio Aráoz de Lamadrid. La anécdota es extraordinaria; Sarmiento le dedica una ardua descripción. Lamadrid no se amedrenta ante nada. Su coraje no se condice con sus propias memorias: 800 farragosas páginas de burocracia de guerra civil. Lamadrid, el más temido adversario, muere en el combate a manos de los hombres de Quiroga. El cuerpo es lacerado, baleado, pisoteado y desnudado. Pero a la noche, en el recuento, el cadáver y sus marcas han desaparecido. Lamadrid no está. Quiroga, atormentado antes por el coraje de su enemigo viviente es ahora perseguido por la rabia de un fantasma, un muerto. Y hace lo que haría cualquiera: jura fusilar a quien afirme que Lamadrid vive. Niega lo evidente. Se hunde en la irregularidad del paisaje de la guerra.
Las resonancias de esta fantasmagoría son urgentes. La lógica del combate es muy diferente a la de la poesía. Y sin embargo, henos aquí, mirando estatuas y olvidando lo que son, reposteando videos chilenos donde los ciudadanos son tenidos por aliens, a ver si logramos salvar algunas vidas del horror de la historia recurrente del Chile que más duele.