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Vizcarra llegó al poder en marzo de 2018 tras la dimisión de Pedro Pablo Kuczynski días antes de que el Congreso decidiera sobre la celebración de un 'impeachment' en su contra. | AFP

Con un sentido de la oportunidad que me hace fintas, vine a trabajar a Perú, sorteando una asamblea de pilotos en Ezeiza y aterrizando en Lima en un aeropuerto surrealista. La clásica amabilidad peruana está jaqueada por las circunstancias de un culebrón político no apto para neófitos.

¿Qué está pasando? Nadie parece estar tomándoselo en serio. El presidente disolvió el Congreso y la gente lo festeja por las calles. Da un poco de miedo, pero como la vida sigue trato de informarme de primera mano. Pero mis amigos peruanos se encogen de hombros y me dicen: “Es complicado”. Es inadmisible para un argentino que semejantes acontecimientos sean respondidos con gestos elusivos, como si la política fuera una serie desquiciada que dan por un canal premium que nadie tiene intenciones de comprar. Hay que pensar como peruano. Hay que imaginarse un Congreso extraño hecho de representantes que se votan a sí mismos a perpetuidad. Hay que recordar que los últimos presidentes están todos muertos o en prisión. Y hay que comprender que CNN tiene una prosodia que no coincide con las calles de esta Lima delirante.

Martín Vizcarra sigue siendo el presidente. Ante la imposibilidad de gobernar con un Congreso mayoritariamente fujimorista y dado que aquí no se aplica la lógica macrista del decretazo, Vizcarra disuelve el Congreso para llamar a elecciones de representantes, apelando a una carta constitucional extrema.

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Pero este Congreso opositor decide destituir a Vizcarra y elegir a su vicepresidente, Mercedes Aráoz, como la nueva presidenta de Perú. Cuando desembarco en Lima, las noticias afirman que Perú tiene por primera vez una presidenta mujer. Las redes sociales la hacen meme y la señalan como la responsable de la masacre de 2009. Instan a que cualquier peruano se autoproclame presidente. Hace veinte minutos, Mercedes hablaba en CNN como si su gobierno fuera a durar la vida entera. Para cuando esta nota salga, todo esto será arqueología. Ya el miércoles a la tarde la autoproclamada había presentado su renuncia a ambos cargos: a la vicepresidencia con Vizcarra y a la presidencia junto al Congreso. Pero como técnicamente el Congreso está disuelto, Vizcarra no le acepta la renuncia porque no tiene ante quién renunciar. Quizás deberá pagar con prisión su golpecito de Estado. Lo mismo corre para Vizcarra: parece que de ambos presidentes solo uno puede quedar libre. Los dos se amparan en disposiciones contradictorias del sistema peruano, diseñado como un laberinto.

El Congreso está vallado, los diputados que intentaron huir hacia Miami (uno adujo estrés traumático) fueron rechazados en el aeropuerto. La televisión local muestra a una señora que pide permiso a un policía para pasar a una tienda de carteras. No se lo conceden. De esto habla la televisión, lo juro.

Yo venía a dar un curso sobre cómo producir sentido en el teatro. He aprendido más de una lección de estilo.