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Marchar por derecha

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El arte de la conversación está en desuso. Antes servía para muchas cosas, desde la ociosa creación hasta la filosofía, si bien los diálogos platónicos tienen algo de sofisticada estafa. En ellos, como dije alguna vez a mi profesor desde una perspectiva estrictamente dramatúrgica, el filósofo conversa con sus aprendices para extraer de ellos un conocimiento en vez de imponerlo, pero los guía con seudopreguntas, cuya única respuesta correcta ya sabe el autor de antemano. No obstante, a mi profesor le debe haber gustado mi crítica, aunque yo me negara a entender qué quería Descartes de este mundo nietzscheano: mi profesor “conversaba” conmigo y ambos salimos enriquecidos; yo, con un 9.

Hoy la conversación llega como delivery. Reposteo (de un menú finito de posts) una carta del periodista Marcos Doño a Brandoni, explicando muy bien por qué les perdió el respeto a los motivos para fogonear una movilización de apoyo a Macri. Algún lector insatisfecho me replica añadiendo mi nombre a alguna otra carta (desde el otro frente) para que yo la lea. Pero el reposteo abrupto de ideas ajenas (o propias) sobre una escalada de tono es simulación de conversación porque no hay interacción (lo que ocurre “entre” las acciones): no permite siquiera la interrupción enfadada, ni la apelación al sarcasmo, ni la risa compartida en la conciliación.

Pero si hubiera aún conversación, diría inflexible que las movilizaciones oficialistas son sospechosas. El que está en el poder y tiene facultad para cambiar cosas no necesita movilizarse; las cambia y listo. La calle es tomada para hacerse oír cuando no hay voz por otros medios. Por eso la reunión ciudadana a favor del poder es siempre patética, con estéticas incongruentes y risibles y carteles como prepizzas. Y no está nada en peligro la república si nos mofamos a viva voz de sus motivos. No hay tampoco desmedro de la democracia: ni se los reprime como a los otros, ni se los gasea, ni se los encarcela. Reírse es muy, muy democrático.

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