De todas las invenciones cortazarianas (y son muchas) hay una que es aseveración, título y presagio: Todos los fuegos el fuego, si bien habla en primer plano de cualquier otra cosa, con gladiadores romanos y distancias deliberadas, permanece como rótulo específico para nuestros incendios contemporáneos. No deja de ser alarmante, sin embargo, la constatación de que el fuego que mordisqueó a Notre Dame no es exactamente el mismo que el que está devorando el Amazonas. El primero tuvo toda la publicidad y la empatía social de su lado. Notre Dame, que no sirve específicamente para nada, recaudó fortunas de los dueños de la tierra. El incendio del pulmón de manzana terrestre no está recibiendo donaciones y en cambio levantó sospechas electrizantes: Bolsonaro acusó a las ONG’s internacionales de iniciar mil focos simultáneos para hacerle boicot a su gobierno ultraneoliberal, un gobierno que se ufana de haber quitado los apoyos económicos a las organizaciones encargadas de velar por ese tesoro, que no le pertenece al Estado brasilero sino más bien a la humanidad. Bolsonaro y sus secuaces (que son muchos y muy grandes artífices de un marketing para vender un producto invendible, a saber: la aniquilación de la especie humana) no quieren asociar la desinversión en el sistema de protección del Amazonas con su predecible desaparición en manos del fuego. No le ven la relación.
El Amazonas se incendia periódicamente en épocas de sequía: era previsible que la deforestación indiscriminada y la quita de recursos para combatir este flagelo –por no hablar de la persecución racista a las pacíficas poblaciones originarias– iban a conducir a esta devastación que no tuvo la suerte del patrocinio de Notre Dame. La especie humana prefiere salvar los símbolos antes que las cosas y tal vez esto se deba a que padecemos un gordísimo exceso del proceso de significación y un peligroso retroceso de la observación empática y sistémica de lo natural: fracking, minería, laboratorios, ganadería son negocios estériles si los consumidores nos morimos antes.
El capitalismo podría tener el mismo rumbo que esta paradoja. Sus paradigmas conducen inevitablemente al apocalipsis, pero en el camino se narran sus seudosalidas cíclicas, sus crisis y sus guerras, sus fuegos depuradores, sus Lampedusas, sus Sirias y sus exterminios, que nos devuelven a un capitalismo más humano cuando nos muestra cuán peor puede ser su modus operandi.
Hoy, más que nunca, hay que apagar este fuego.
Después habría que ver si la Justicia que permitió elecciones con el candidato opositor en prisión revisará las pruebas (que no existen) para exponer al mundo entero su complicidad en este deterioro irreversible. São Paulo amanece bajo humo y los metros cúbicos de aire contaminado los respiraremos entre todos, capitalistas incluidos. Víctimas y victimarios devorados igualmente por todos los fuegos del capital.