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Bestiario de invisibilidades

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Ojo que la danza sabe ser más política y más crítica que las palabras. Desmiembra lo real. En todo relato, su superpoder emana del entramado; imágenes, personajes, acciones, circunstancias, deseos, diálogos, citas y retóricas se nos presentan todos a la vez. De la imposibilidad de separarlos surge el verosímil de cualquier relato armado: la novela, el drama, el posdrama, las fake news. Pero hay un lugar (tal vez solo uno) en el que el relato se suspende mientras el tiempo pasa. Es en la danza, la hermana fustigada de las artes, la chucky capaz de charcutearlo todo. Cada vez que los cuerpos se resisten al tiempo pero no arman este entramado narrativo-discursivo, empezamos a ver otras cosas. El complejo ojo-cerebro-cuerpo llama a otra acción.

Susanne Langer afirmó que la danza crea una virtualidad única; en ella el gesto humano está virtualizado. Despojado de su utilidad mecánica, laboral, prensil o expresiva, el gesto deviene algo sublime, digno de conmoción estética.

Como un catálogo de las otras cosas que vemos cuando no hay relato, Leticia Mazur arma un laboratorio para el ojo en Phantastikón. Suspendiendo el devenir argumental y su eje causa-efecto aparecen otras presencias. Por ejemplo, la luz. Que la luz blanca surge de la suma de los colores primarios ya lo sabemos, ¿pero lo vemos? Hace falta un dispositivo de virtuosismo, de ritmos, de jeroglíficos, para que sus tres intérpretes (Leder, Lugones y Roces) hagan aparecer lo que no se ve. Ellos no bailan: tironean de la energía. No proyectan sombra: la habitan. No presentan color: lo invocan. No producen ritmo: lo dictan y lo subtitulan.

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Sobre el escenario, seres normales se transforman en superhéroes y sus poderes son el color, el nylon, el acrílico, el malambo. Y lo mejor: son poderes que no sirven para nada; nada narran. Ocupan el espacio del goce inexacto y rellenan esos huecos del alma a los que no llegan las palabras, tan poco fluidas, tan espesas.

Un buen ejercicio sensible consistiría en observar el mundo real como lo observa Leticia Mazur. Aislar uno por uno los elementos fundidos en la percepción, en el juicio, sirve para entrenarse en el arte de desbaratar, por ejemplo, la farsa de la política, una goma pegajosa que nos llega en bloque y que nos reclama discutirla en sus propias categorías ya domesticadas.

Por lo demás, hordas que bailan una coreografía simple y viral como un karma han tomado la ciudad. Son felices en ese baile. Y su efecto propagandístico es inmediato. Bailar reúne.