La política que se aplicó para la ex URSS aplicada al peligro de la expansión del sistema soviético se reformula con un nuevo enemigo y en una nueva área de influencia: China y el Indo Pacífico.
En 2019 en el Center for Independent Studies, John Mearsheimer, pronosticaba este eje central de la política exterior que será la prioridad de la nueva administración Biden. Alejado del “American First” de Trump, la política exterior norteamericana propone “volver al mundo” pero con eje en el liderazgo de Washington para rodear a China. Esta política tiene tres pilares con distintos temas y aliados.
Primero. Luego de la segunda posguerra se constituye de manera informal el Five Eyes como alianza formada por las potencias angloparlantes: Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda (ampliada a 9 y luego a 14 miembros). Estos países comparten entre sí la información sensible que recopilan y se han comprometido a no generar espionaje entre ellos. Este tratado se revitaliza para tener su lupa en el Asia Pacífico enfocada en temas como Huawei y el 5G como tópicos de la agenda caliente.
Segundo. El QUAD (formado por EEUU, India, Japón y Australia) se presenta al mundo como un espacio de “valores democráticos compartidos” para concentrar esfuerzos y afrontar “desafíos económicos, ambientales y de lucha contra la pandemia”, así como coordinar ejercicios marítimos sin ser un acuerdo explícito de defensa. El objetivo claro es enmarcar la zona de influencia china y potenciar los intereses de sus miembros como contrabalanceo al gigante asiático.
Tercero. El inesperado anuncio de la creación de un acuerdo de cooperación entre EEUU, Reino Unido y Australia (AUKUS) para la fabricación de submarinos de propulsión nuclear también se enfoca en la zona del epicentro global que es el Indo Pacífico. Esto tiene una importancia que excede los gestos diplomáticos y se enmarca en las profundidades estructurales del mundo naciente.
Acertadamente The Economist sentenció: “A profound geopolitical shift is happening” y el Global Times lo editorializó como la “pequeña OTAN del Indo Pacífico”. Este desenlace de carácter militar tiene una planificación precedente en el viaje de Biden a Europa en la cumbre del G7 (Inglaterra) para acumular poder político y marcar las reglas de la economía internacional frente a la mega propuesta de la Ruta de la Seda. Luego, el presidente asistió a la cumbre de la OTAN (Bruselas) que expuso su único objetico en palabras de su secretario general dirigiéndose a China: “debemos hacer frente a los desafíos que plantea a nuestra seguridad”.
Reacciones. El anuncio del AUKUS deteriora los niveles de confianza en el seno de la OTAN y deja a Europa en una incómoda situación en medio de la sesión plenaria para tratar su relación con Asia. Nueva Zelanda anunció que vetará la entrada en sus aguas de los submarinos. Francia lo tomó como un “puñal por la espalda” en su histórica alianza con Estados Unidos y reaccionó fuertemente contra Australia por no honrar la compra de los submarinos de su fabricación y llamó a consulta a ambos embajadores. Al interior de Australia, el Consejo de Sindicatos, reclamó a su primer ministro que “no se externalice la capacidad de defensa de la nación a expensas de los empleos de la industria naval australiana”.
Pero dos respuestas se esperaban con importancia ascendente. El canciller ruso Lavrov dijo que la alianza estaba “dirigida a erosionar los formatos universales de cooperación de larga data en la región de Asia y el Pacífico”. Por su parte, el rival chino se explayó en las palabras de su vocero Zhao Lijian: este acuerdo solo servirá para alentar una “carrera de armamento” y “perjudicará la paz y la estabilidad”.
La guerra tibia que hemos anunciado empieza a tomar temperatura y pone al mundo en una escalada de riesgos con un final abierto.
*Politólogo y Doctor en Ciencias Sociales. Profesor e Investigador de la Universidad de Buenos Aires.
Producción periodística: Silvina L. Márquez.