Desde el viernes a la tarde, el equipo económico de la gestión Macri tiene una sensación ambigua. Por un lado, terminó una lucha que se fue intensificando en la última semana y cuyo indicador principal era la caída en la cantidad de reservas del Banco Central. Por otro lado, llegó el momento de ajustar el mecanismo de relojería que permitirá hacer frente a la inestabilidad crónica que se instaló después de las PASO y que coronó una crisis de ahogo externo que había empezado en abril del año pasado.
Luego del primer cimbronazo que desembocó en el diseño de un nuevo control de cambios por el Gobierno que abolió el cepo K como promesa electoral, la furia del rayo dolarizador mermó. Luego mutó a un goteo, luego pasó a ser un drenaje y en los últimos tres días un rumbo en el casco que amenazaba con mandar a pique el buque insignia del Gobierno. El cierre del viernes con casi 1.750 millones de dólares menos en el Tesoro del Central y 4 mil millones menos durante toda la semana infernal es un claro indicador que allí se terminó ese juego. Las alternativas por reanudar la operación en el mercado de cambios lo más civilizadamente posible no dependerán, desde el lunes solo de la voluntad del Presidente y sus colaboradores. Necesitará de la colaboración de un Fernández electo, si los resultados confirmaran hoy a la noche la tendencia esperada. O, en el caso de un ballottage, la esperanza de convertir el deseo oficial en una realidad producirá la paradoja que no contará con la colaboración necesaria hasta tres semanas más tarde. Período que ampliaría la tensión en un mercado demasiado magullado por los agobios y restricciones de todo tipo.
Los rumores por este fin de semana apuntan a conocer las medidas que se tomarían, con el consenso necesario, para frenar la hemorragia. Los optimistas piensan que lo peor ya pasó y que el mercado ya descontó un escenario probable con cualquier ocupante de la Rosada en 2020: reprogramación de pagos de los servicios de la deuda, estricto control de cambios y un acuerdo social para parar la pelota y detener la vorágine del círculo vicioso de la fuga del peso y el refugio en el dólar en todos sus formatos. La larguísima experiencia de Argentina en la materia mantiene vivo los reflejos del público, no solo en los ahorristas de gran calibre. La velocidad de adaptación y la elaboración de fórmulas casi alquimistas para usar los “purés”, el “rulo” o lo que se tenga a mano para eludir la veda monetaria.
También hoy ocurrirá que una vez conocidos los resultados, comenzará otra historia. El grupo político triunfante (ahora o en tres semanas) tendrán que lidiar con un adversario formidable, que muchas veces en silencio produce estragos: la escasez. Cuando no hay para calmar todas las ansiedades ni para cumplir las exigencias de las promesas electorales, empieza un nuevo capítulo. La capacidad para elaborar propuestas atractivas y empoderar a la ciudadanía detrás de viejas banderas recuperadas, necesita reperfilarse. Ahora se tratará de explicar y convencer a la ciudadanía en general y a los grupos de poder en particular, que todos deben ceder algo. Que los objetivos buscados se podrán alcanzar, pero quizás no en el plazo deseado y menos al mismo tiempo. Les tocará argumentar, conciliar, negociar y, sobre todo, diferenciar lo que puede de lo que no puede ser cambiado.
En definitiva, los políticos tendrán un trabajo a su medida. Su expertise en ganar elecciones pasará rápidamente al olvido y dejará paso a su rol de superar crisis para ponerse de pie. Sí, se puede.